Cuatro años después de presentar su carta de renuncia, el cardenal Jaime Ortega Alamino ha dejado de ser este martes el Arzobispo de la capital cubana. El papa Francisco finalmente aceptó su solicitud hecha al Papa Benedicto XVI desde que Ortega cumplió 75 años, como manda el Código del Derecho Canónico.
Junto al Cardenal -que conserva su título y su puesto en el Consejo Cardenalicio en Roma- también se retira el obispo auxiliar, Alfredo Víctor Petit Vergel, alejado hace años de la labor eclesiástica por su avanzada edad.
Días atrás había presentado su renuncia “por motivos personales” Orlando Márquez, hasta entonces vocero del Arzobispado y director de la revista Palabra Nueva, además de cercano colaborador de Ortega. La renovación será profunda.
Desde Camagüey llega el relevo. Monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, hasta ahora arzobispo de la región centro-oriental, tomará las riendas de una comunidad religiosa mucho más cosmopolita, marcada por diferencias de intereses “terrenales” y necesidades más diversas que las de la homogénea y tradicional feligresía camagüeyana.
Nacido en la antigua villa de Puerto Príncipe en 1948, García Rodríguez estudió en los seminarios cubanos y fue ordenado sacerdote en 1972, fecha desde la cual se ha desempeñado en parroquias y posiciones dentro de la misma provincia eclesiástica.
La salida de monseñor Ortega se produce en momentos en que parece estabilizado el proceso más arduo en el que participó la Iglesia Católica en Cuba en los últimos años: la mediación que daría paso al restablecimiento de relaciones diplomáticas y al inicio de la normalización entre los gobiernos de La Habana y Washington.
Con mediación del Cardenal, la presidencia de Raúl Castro llevó a buen puerto importantes procesos negociadores como la liberación de los 75 prisioneros políticos encarcelados en 2003, la mayoría de los cuales fueron trasladados junto a sus familias hacia España, durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero.
La figura de Ortega y su confiabilidad para todas las partes fue fundamental también para que disminuyeran en 2012 las detenciones sobre el grupo de las Damas de Blanco en sus marchas dominicales hacia la Parroquia de Santa Rita.
Sin embargo, al interior de la Iglesia cubana el liderazgo del Cardenal estaba ya muy erosionado. Numerosos observadores han apuntado diferencias entre la jerarquía de los obispos del país, reunida en la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, y Ortega. La resistencia de un sector de la Iglesia a sostener ciertos diálogos con el gobierno cubano ha sido la causa fundamental de las disputas, según fuentes cercanas.
La más reciente Carta Pastoral, “La esperanza no defrauda”, fue hecha pública el 15 de septiembre de 2013. Desde el 17 de diciembre de 2014 hasta ahora, la jerarquía católica no ha emitido ningún otro pronunciamiento de tal envergadura acerca, por ejemplo, de las relaciones entre los dos países como contexto nuevo dentro del proceso de cambios que vive Cuba.
Jaime Ortega, en una entrevista con la cadena Ser de España, describió este como “un momento de esperanza, un momento de perspectivas positivas después de muchos años de esfuerzos, de preocupaciones por una mejoría de la situación de Cuba con respecto de las limitaciones económicas, de las dificultades sobre todo financieras y de otro tipo que traía esta situación, no resuelta aún, que es el embargo norteamericano, que debe entrar en un proceso quizás de alivio al menos y (…) de eliminación un poco más tarde”.
Un episodio de desencuentro tuvo lugar durante la visita del Papa a Cuba en septiembre de 2015, cuando se conoció de una supuesta carta (nunca negada) de la Comisión Nacional de Laicos, adscrita a la Conferencia de Obispos Católicos, puesta en manos de Francisco en su estancia en la diócesis de Holguín.
En la misiva esta estructura auxiliar de la jerarquía católica lamentaba que Francisco “no haya podido tener un intercambio más cercano y profundo con los laicos”, en el cual, decían, “le habríamos planteado nuestra aspiración de ser parte de una “Iglesia en salida”, logrando la deseada y necesaria conversión pastoral que nos impulse a salir de los templos, exigiendo nuestro derecho a participar en la toma de decisiones, asumiendo nuestro compromiso cristiano en la vida social, política y económica.”
El sustituto de Ortega, el camagüeyano García Rodríguez, es considerado entre algunos feligreses como un hombre conciliador, alejado de las polarizaciones, llano y con una obra pastoral en las comunidades que le ampara y le prestigia.
Su elección por el papa Francisco para gobernar el territorio eclesiástico más importante de Cuba, parece haber estado inspirada en esa serenidad que puede ser necesaria para mantener los caminos de diálogos abiertos con la institucionalidad política cubana, pero al mismo tiempo intentar satisfacer las presiones internas de la Iglesia cubana por obtener más espacio dentro de la sociedad.
Luego de la ayuda ofrecida en la interlocución internacional del gobierno antillano, la Iglesia católica seguramente buscará recibir gestos a cambio. En su pliego figuran cuatro demandas fundamentales que han sido reiteradas de distintas maneras en los últimos años: el fortalecimiento de la capacidad institucional de la Iglesia para brindar asistencia social (a ancianos desvalidos, madres solteras, y personas en circunstancias de pobreza), el acceso a los medios de comunicación, también a la Educación y otras facilidades institucionales como podrían ser, la obtención y mantenimiento de infraestructura, o la posibilidad de importación y exportación.
Todavía está por verse qué participación tendrá el nuevo arzobispo y cuánta relevancia conserva el Cardenal en este otro momento de la relación Iglesia-Estado.
Aunque no gobierne, la “dignidad” cardenalicia de Ortega le permitirá intervenir en los intercambios que se encaminan a identificar los roles de la institución católica en la sociedad.
En Cuba no existe una ley de cultos u otro instrumento jurídico similar que regule el ejercicio de la libertad religiosa consagrada en la Constitución. Su promulgación tendrá que ser uno de los pasos de la institucionalización de los cambios promovida por la reforma al modelo socialista cubano.
Con la Iglesia católica no bastará un instrumento legal aplicable a todos los credos del país, sino que deberá firmarse un tratado internacional entre La Habana y el Vaticano; y en esa negociación, a no dudar, tendrá su espacio el -desde este martes- “jubilado” Arzobispo habanero.
vaya, me acuerdo de verlo dar misas en la pequeña iglesia de Esmeralda (Camaguey).