Lo real maravilloso de Natalia Bolívar

Natalia Bolívar. Foto: Tomada de Walter Lippman/blog (online).

A juzgar por la irreverencia que ha signado su vida de punta a cabo, Natalia Bolívar Aróstegui (1934) no parece oriunda del aristocrático Miramar, de tapias casi tan inexpugnables como sus cajas fuertes; sino del más proletario Pogolotti, a donde regresan los estibadores del puerto para terminar la noche en sus rumbas de arrabal. O regresaban, no sabe bien, porque ya han pasado varias décadas desde que a ella le diera por frecuentar “con pretensiones antropológicas”, acota, los barrios más folclóricos de La Habana.

Si alguna descripción no se le ajusta es la de una anciana apacible y lánguida, reclinada en el sillón de las nostalgias. Demasiada sangre le queda aún. Demasiado vívido el recuerdo de aquella muchachita impenitente que echó más leña en la hoguera de los 50 al involucrarse con José Luis Gómez Wangüemert, casado y opositor del gobierno de Batista. Lo que se dice un escándalo para la época.

Un perro faldero de Lydia Cabrera

“Mis primeros recuerdos están vinculados con mi nana, Isabel Cantero, que desde que nací estuvo al lado mío. Nos crió a todos mis hermanos y llegó a formar parte de la crianza de mis tres hijas. Cuando yo nazco, en el 34, ya ella era la tata que nos habían puesto para cuidarnos. Como ella oía los cuentos de su madre, de origen congo, y en esos cuentos todo tenía vida, luego nos dormía con esas historias. Era una mujer excepcional, una negrita bajita, trabadita, siempre vestía de blanco y como era tan chiquitica, los uniformes le llegaban hasta el piso. A mí el bichito de estudiar la cuestión afrocubana me viene de ella.

“Siempre me moví en el círculo de las investigaciones del folclore, aunque a mi madre no le hacía mucha gracia. Increíblemente esta faceta la desarrollé más cuando comencé a trabajar en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 1954, mientras estaba en plena construcción. A mí me interesaba porque Bellas Artes se montó originalmente con arqueología, arquitectura, toda la parte moderna del arte y las colecciones de Egipto, Grecia y Roma del Conde de Lagunillas, más las muestras de arte inglés, francés, español, o sea, que tenía un mundo de materias. Pero además estaba Lydia Cabrera, que encontró un espacio por la importancia que tenía el negro dentro de toda la cultura cubana y pidió una sala para montar las cuatro fundamentales religiones que operaban aquí de acuerdo con lo que habíamos heredado de África.

“La influencia de estas religiones es tan fuerte para la cultura nuestra y para nosotros mismos, los que nacieron ahora y los que nacieron en los tiempos de Andilé, que no hay forma de que tú puedas estudiar la cultura cubana sin contar con el negro, no se puede. Y eso también quiso recogerse en esa sala de Bellas Artes. Porque tenemos de español, pero tenemos una fuerte, fuerte influencia de la cultura africana, sobre todo en las formas expresivas, en la gestualidad, en la música…

“Como te decía, yo fui seguidora de Lydia Cabrera. Para mí ella fue lo más grande del mundo. Fíjate, hay dos sistemas de investigación: el científico y la tradición oral. La reina de la tradición oral es Lydia Cabrera; el rey del científico, Fernando Ortiz. Si tú no estudias a Lydia Cabrera y a Fernando Ortiz estás out por regla. No se puede ir por una sola vertiente de la investigación. Lydia nunca unificó, con toda su sabiduría, ni un nombre ni nada, ella lo que transmitía era la tradición oral que le oía a los descendientes de esclavos y a los esclavos que ella todavía alcanzó a conocer. Entonces su obra es tan importante porque recoge la voz viva del esclavo, de la religión sin interpretaciones que se basaran en su conocimiento. Yo siempre lo digo en cualquier lugar: yo fui discípula de Lydia Cabrera. Discípula. No, yo fui un perro faldero detrás de Lydia; yo tenía apenas 19 o 20 añitos. Ella decidió irse de Cuba y yo, quedarme, pero yo le respeté y le respeto su decisión porque creo que si alguien ha hecho un aporte importantísimo a la cultura cubana se llama Lydia Cabrera, y eso es digno de admirar. Como en estos más de 50 años hemos tenido altas y bajas, ella estuvo tachada aquí hasta que sale mi libro Los orishas en Cuba”.

Las religiones del pueblo no se pueden ocultar

“Porque hay una realidad: Los orishas en Cuba abre el camino, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese. Yo comencé a hacer el libro en 1980, porque en esa época yo trabajaba en el Teatro Nacional y todos los directores me tenían loca: Natalia, haz algo para no molestarte tanto, porque yo los asesoraba en la parte religiosa de sus obras. Yo cogía el guion, que los tengo todos guardados, y hacía un estudio de los personajes. A partir de ahí empiezo a hacer unas sábanas enormes con las características de cada deidad, sus comidas, sus colores… en fin, que ellos me alentaban para que ese trabajo lo compendiara en una especie de diccionario, de glosario, para tenerlo a mano cuando lo necesitaran. En definitiva, yo les doy gracias a todos ellos porque finalmente les hice caso, escribí el libro y no lo he variado a pesar de que tiene varias reediciones. La primera edición de Los orishas en Cuba tiene 21 deidades, y ya va como por 50 y pico, las he ido aumentando porque hemos documentado más y más orishas.

“Después de mucho batallar con el libro, de arreglarlo para que pudiera ser leído por las personas como si se tratara de una historia, lo propongo en la UNEAC, donde estaba Reynaldo González. Él lo leyó en una noche y me llama y me dice: Mañana estoy a las ocho de la mañana en tu casa, vamos a organizar esto mejor y a organizar el glosario. Pero como ya Reynaldo dejaba de ser jefe editor de la UNEAC y pasaba para otro puesto, lo deja todo encaminado para que se publicara. Y quién te dice a ti que lo mandan a suspender en la imprenta. El libro estuvo suspendido como tres o cuatro años. Entonces yo un día llego a casa de uno de mis padrinos y me dice: Ven, Natalia, que te voy a invitar a una cerveza en un bar. Y me voy a dar un trago con él porque era una de las personas que más me informaba y me invitaba a cada rato a almorzar a La Habana Vieja. Voy al bar y le digo: Bueno, ya nos tomamos la cerveza, ¿cuándo nos comemos el bistec? Y él me dice: Espérate, espérate un poco. De buenas a primeras entra por la puerta del bar un hombre con una caja de libros y me dice el padrino: Mira la vuelta que hay y no hables. Y el hombre que había entrado empieza a sacar unos libros de las Obras Completas de Lenin, y le digo yo a mi padrino: ¿Qué tengo que ver yo con eso? Cada libro de Lenin lo vendían a 100 pesos cubanos, que cuando aquello era una fortuna. Cuando se va el hombre, mi padrino le pidió al cantinero que le enseñara uno de los libros y me lo trae: eran Los orishas en Cuba. Sin haber salido de la UNEAC se estaban vendiendo ya escondidos bajo una carátula de Lenin. Entonces me llevé el libro del muchacho, que me lo prestó después de darle en garantía carné de identidad y todo, y me fui a fajarme por el libro en la UNEAC.

“Llegué allá y estaban reunidos todos los editores y les tiro el libro por la cabeza y les digo: Vengan acá, así que ustedes me vetan el libro hace más de tres o cuatro años y el libro se está vendiendo a 100 pesos. Cuando se enteran de que en la imprenta se estaban imprimiendo los libros de contrabando, se mandó a parar aquello, a contabilizar, a poner llaves, a ver por qué no se había publicado oficialmente por la UNEAC y se estaba vendiendo clandestino. Fue ahí cuando me enteré de que había una persona que había osado acusarme de plagio, y entonces lo engavetaron. Cuando llamaron a Reynaldo, él les dijo: Plagiadora de qué, de qué me estás hablando. Entonces le responden que en la página tal y mascual ella no cita a Lydia Cabrera y copia de En los caminos de Oshún y Yemayá, hasta que Reynaldo les dice que revisen el material completo para que vean bien cómo está citado. Se aclara lo de las citas y es entonces cuando yo presento Los orishas en Cuba, que es casi la declaración de que las religiones del pueblo no se pueden ocultar.

“Ese fue un libro que abrió puertas al tema de la religiosidad popular, porque había una época en la que no te lo decían por lo claro, pero tú llenabas una planilla para trabajar en un lugar y en la planilla decía: ¿qué religión usted profesa? Si tú ponías yo soy santera, más nunca te encontrabas un trabajo ni para limpiar el piso de un bar, porque no te lo decían por lo claro pero ya tú eras religiosa. Entonces empieza la doble moral: No, yo no voy a la iglesia. Yo tenía amistades que eran militantes del Partido y se casaban por la iglesia católica de un municipio bien alejado del suyo”.

Etapas difíciles, muy difíciles

natalia_bolívar2“Mi vínculo con la investigación del folclor se hizo más fuerte cuando empiezo a trabajar en Bellas Artes. De hecho, cuando triunfó la Revolución, como yo había trabajado allí, fui designada para intervenir el museo con armas y todo. Me tocó sacar a la policía de Batista y quedarme al mando de eso. Y todo bien hasta que en 1966 hubo un movimiento en el museo de venta de obras de arte. A mí me sacan del museo por negarme a vender las obras que con tanto trabajo yo había logrado obtener para el patrimonio nacional. Yo me negué y, ¿qué fue lo que hicieron? Sacarme de ahí y mandarme a limpiar tumbas en el cementerio. En ese momento yo acababa de venir de París, donde había estado con Wifredo Lam organizando todo el movimiento del Salón de Mayo en La Rampa. Y resulta que todos los artistas que vinieron al Salón de Mayo fueron a verme limpiar tumbas en el cementerio porque me habían conocido como directora del Museo Nacional de Bellas Artes. Son etapas difíciles, muy difíciles; son procesos convulsos. En las revoluciones se cambia todo: una sociedad, una economía y se forman oportunismos de tipo político de gente muy tarada, escasos de luces algunos, que buscaban puestos en la Revolución, y a veces salimos perjudicados los que no teníamos que pagarla, porque yo todo lo que he hecho en mi vida es luchar por la cultura nacional. No otra cosa. A mí no se me puede decir que yo he vendido un cuadro, ni que me he robado un cuadro, pudiéndolo hacer y no en la cola del pan.

“A Bellas Artes yo le tengo un afecto especial porque trabajando allí, antes del triunfo de la Revolución, me vinculo al Directorio Revolucionario. Siempre digo que esos fueron los mejores tiempos de mi vida, los más felices, los que pasé en la clandestinidad con mis compañeros del Directorio. Éramos como una sola familia, y eso es algo bellísimo porque estás viviendo la misma situación de peligro que tus compañeros; para mí fue una experiencia de cinco meses y medio hasta el triunfo de la Revolución. En ese tiempo participé en el atentado a la 15 Estación de Policía con Raúl Díaz Argüelles, que luego murió en Angola, y con el Tavo Machín, Alejandro en la guerrilla del Che. Estuve mucho tiempo escondida, incluso me cogieron presa en una oportunidad y salvé el pellejo porque el policía que me estaba torturando me vio los collares de santo”.

No creció más la hierba

“Pero si te digo que el Directorio tiene el lugar que merece, te estaría engañando. Siempre digo que fui, soy y seré del Directorio Revolucionario y a mucha honra; yo ayudé a todos los demás, pero que no me confundan: mis compañeros son mis compañeros. Mis años con el Directorio fueron los mejores, pero también los peores de mi vida, esa es la verdad, porque fue cuando me enamoré de José Luis Gómez Wangüemert y, como dije en un programa de televisión por el que ahora constantemente me preguntan, después de Wangüemert no creció más la hierba. Para más desgracia, yo lo vi morir.

“El día del asalto a Palacio Presidencial, él pasa por el Museo y me dice: Nata, no se te ocurra salir, por nada del mundo salgas. Y yo le pregunto qué pasa, por qué tanto sigilo. Y se va. Pero al rato, yo estaba en la segunda planta dándole un recorrido a un grupo de turistas, cuando oigo el estruendo y todos nos tiramos al piso. Entonces yo miré, como es lógico, angustiada porque sabía que algo grande pasaba, y desde el museo vi todo, lo vi incluso caer muerto. Yo sabía, cuando vinieron a avisarme, que estaba muerto.

“Y yo te digo, mi niña, que uno tiene muchos amoríos, pero amores así, que te partan, a ese no sobrevives nunca. Mis dos hijas mayores dicen que su padre es lo mejor que yo he tenido, pero hay amores y amores. Eso fue muy fuerte. Él era muy carismático, como él yo nunca he conocido a nadie porque tenía salida para todo, un sentido del humor criollo, ese criollo que siempre estaba con un tabaco, era una gente tan espontánea y tan culta. Hay hombres en la vida que por mucho que tú trates, qué va, no se pueden superar”.

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