La leyenda o historia folklórica de Papá Montero, con estereotipos étnicos y costumbres festivas nacionales, ha pasado del acervo popular a obras artísticas de la cultura cubana, al extremo de que forma parte de celebraciones familiares muy diversas, sobre todo en lo musical, a partir de su estribillo, más enraizado en décadas pasadas.
Este personaje legendario ha sido llevado al cine por Octavio Cortázar en La última rumba de Papá Montero (1992), con el Conjunto Folclórico Nacional; y por Enrique Pineda Barnet en La bella del Alhambra (1989), cinta de gran impacto popular y multipremiada, con gran éxito de crítica y muy destacadas actuaciones.
Arquímedes Pous, dramaturgo y actor, había centrado en este personaje su tetralogía (1923-1934) titulada Pobre Papá Montero, Los funerales de Papá Montero, La resurrección de Papá Montero y El proceso de Papá Montero, en tanto que Antonio María Romeu y María Teresa Vera, a dúo con Rafael Zequeira, lo interpretaron en la música.
Muy reconocido en las artes plásticas es el óleo de Mario Carreño Los Funerales de Papá Montero, pintura que data del año 1949.
Una obra muy recordada sobre el insólito rumbero -inmortalizado en la tradición y en la literatura, el periodismo, las artes plásticas, el teatro y el cine, como se ha visto- es la versión musical de Eliseo Grenet (1893-1950), a partir del conocido estribillo “A llorar a Papá Montero, ¡zumba!, canalla rumbero”, cuyo origen no es tan conocido como pudiera suponerse.
La composición no se escucha hoy en igual medida que en décadas anteriores, debido a la invasión de nuevas letras y ritmos, pero muchas personas, sobre todo las más familiarizadas con las distintas manifestaciones del arte, la recuerdan con nitidez y hasta con nostalgia.
Tal vez por aquello de que Papá Montero fue personaje central en jolgorios de todo tipo, se suele vincular la popularidad y la expansiva ejecución musical a las festividades navideñas y a carnavales, parrandas, bodas, cumpleaños y, en fin, a las ocasiones festivas.
Mas no es solo popular la obra de Eliseo Grenet, hermano de Emilio (1901-1941) y de Ernesto (1908-1981), todos pianistas habaneros; pues a Nicolás Guillén se debe el poema Velorio de Papá Montero, originalmente dado a conocer en Sóngoro cosongo (1931), obra publicada en 1931.
He aquí la primera estrofa: “Quemaste la madrugada/ con fuego de tu guitarra:/ zumo de caña en la jícara/ de tu carne prieta y viva,/ bajo luna muerta y blanca”.
Sobre su versificación, el poeta cubano introdujo también precisiones trascendentes, al afirmar que “sin ser el son igual al blues ni existir semejanza entre Cuba y el Sur de los Estados Unidos, es a mi juicio una forma adecuada para lograr poemas vernáculos, acaso porque ésa es también actualmente nuestra música más representativa”. A esta raíz pertenece el “Velorio”.
Se emparentan así, por supuesto, las notas del músico habanero -que llevó al pentagrama otros versos del poeta camagüeyano, quien confesó no hacer con ellos “más que una contribución a la poesía, al ritmo popular en Cuba”.
En defensa de lo nacional, aclara que se precisa cierto heroísmo, “donde a menudo no pensamos más que con cabezas de importación, para aparecerse con unos versos primarios, escritos en la forma en que todavía hablan -piensan- muchos de nuestros negros (y no pocos blancos también) y en los que se retratan tipos que a diario vemos moverse a nuestro lado”.
Es esa la relación que se precisa establecer entre el personaje legendario y popular y el arte de raigambre nacional.
Acerca de Papá Montero se cuenta que en Isabela y en Sagua, antigua provincia de Las Villas (hoy Villa Clara), el negro así nombrado se caracterizó a inicios del siglo XX, al parecer, por sus estruendosas festividades y que alcanzó una edad muy avanzada. Pero también muy abruptamente interrumpida.
Se le describe con cabeza blanca como algodón y, espiritualmente, como animado rumbero que se hacía acompañar por muy atractivas mulatas –algo que, al decirlo, puede parecer redundante- lo que tal vez condujera a que se le asesinara a traición.
No existen dudas de que originó numerosas leyendas, aunque no se sabe a ciencia cierta si existió en verdad o es solo el resultado de la imaginería popular, a pesar de que se insiste en que era natural de Sagua la Grande, la Villa del Undoso, y que incluso vivió en la etapa de Malanga, quien se afirma que fue su gran rival en el baile.
Se le ha descrito como famoso por sus correrías, algo que le ocasionó numerosos disgustos hogareños con su esposa. Entre música, tragos y fugaces amoríos transcurría su vida, pero un desafortunado día, en carnaval, una puñalada le atravesó el pecho.
Mortalmente herido -según el relato legendario- vio como la vida se le escapaba entre el repique de cajones y tambores. “¡Cuanto espanto, Dios mío!”, pudo haber pensado en su postrer momento, aunque tampoco se confirma que lo haya hecho. Tal como le ocurrió a Malanga, se dice, nunca se supo quien fue el culpable, ni por qué lo mataron.
Al parecer, en esto radica la certeza de su existencia.
Como tal lo reflejó Guillén en la muerte: “Bebedor de trago largo,/ garguero de hoja de lata/ en mar de ron barco suelto,/ jinete de la cumbancha:/ ¿qué vas a hacer con la noche,/ si ya no podrás tomártela,/ ni que vena te dará/ la sangre que te hace falta,/ si se te fue por el caño/ negro de la puñalada?” Para redondear luego la composición con el expresivo leitmotiv: “¡Ahora si que te rompieron,/ Papá Montero!”.
Cuentan que el velorio se caracterizó por ser un festival de percusión, en el cual los tambores, las tumbadoras y las gangarrias de todo Sagua se unieron para complacer al difunto, que así lo había pedido, a la vez que acompañaban las improvisaciones de quienes cantaban.
Se asegura que entre los improvisadores se encontraba la esposa del difunto, quien, muy callada hasta entonces, se acercó al féretro e interpretó el estribillo inmortal: “A velar a Papá Montero, ¡zumba!, canalla rumbero “; e inmediatamente la secundó el coro: “A velar a Papá Montero”, a la vez que reíantodos sus integrantes.
Tal es el estribillo que reprodujo Eliseo Grenet, quien continúa trascendiendo en la música como Guillén en la poesía, en este caso a partir de un estereotipo étnico relacionado con las costumbres festivas de las cuales también proviene.
El poeta de firme cubanía que es Nicolás Guillén realiza en su estampa de poesía y son, una imagen muy recreada del personaje, del ambiente de la época y de una leyenda que la vida lega a la cultura de un modo que trasciende, aunque ahora no se refleje tanto musicalmente como antes, a pesar de que las festividades son las mismas.
Por: Ernesto Montero Acuña
Foto de portada: Tomado de la Jiribilla
(Tomado de Cubanow)