En el centro de la ciudad de Matanzas, por la ruta Ayuntamiento, el caminante encuentra un retablo de títeres donde duermen los personajes que han dado vida a las historias de una familia titiritera. Todos los meses despiertan los pillos para contarnos sus sueños.
Por estos días, Teatro Las Estaciones está de fiesta porque están a punto de inaugurar la remodelación de su pequeño retablo. Una sala de teatro, un taller para los diseñadores de tantas fantasías y una pequeña galería en la que se exhibe el trabajo de tantos años.
Fundado en 1994, en la ciudad de los puentes, Teatro de Las Estaciones es una agrupación titiritera que se mantiene a la vanguardia. Su trabajo se caracteriza por el rescate de la dramaturgia titiritera universal y nacional. El grupo trabaja además en la producción de materiales audiovisuales y teóricos, exposiciones y talleres sobre el maravilloso arte de los muñecos. Ha obtenido los premios más importantes del género en festivales y concursos del país. Se ha presentado en los festivales internacionales de títeres de España, Francia, México, Italia, Venezuela, Dinamarca, Costa Rica , República Dominicana y los Estados Unidos.
Rubén Darío Salazar, director de esta maravillosa agrupación conversó con nosotros acerca de la historia de esta familia titiritera.
¿En qué circunstancias nace Teatro Las Estaciones?
En medio de una crisis social, la etapa de los balseros en 1994. Había dirigido algunos musicales y un recital de marionetas para Carlos González. Cuando vino aquel agosto, y este país era un hervidero, Cecilia, la directora del Teatro Sauto, y Mercedes, la presidenta del Centro de Promoción de las Artes Escénicas de Matanzas, me pidieron ayuda para hacer algo con los niños. Así surgieron los 4 espectáculos fundacionales: !Viva el verano!, Canción de otoño, El cuento de invierno y !Buenos días primavera!.
Un mundo se abrió para mí, desde el gran musical hasta los espectáculos de pequeño formato, que era y es, lo que realmente me interesa. Trabajamos desde ese año hasta el 2000 sin salario alguno. Para entonces ya no había quien nos detuviera.
Eres graduado de actuación en el ISA ¿Fue allí dónde desarrollaste tu amor por los muñecos?
Desde mi adolescencia seguía las funciones del Guiñol mucho más que las del dramático. Cuando entré por primera vez a la universidad en la carrera de periodismo, me vinculé al grupo de teatro universitario de muñecos La Tarumba. En segundo año supe de las pruebas del ISA para actuación y teatrología. Aprobé ambas, pero me decidí por la primera. Hubiera preferido estudiar dirección teatral, mas no existía.
Y los títeres aparecieron otra vez. Mayra Navarro me dio el empujón final hacia los retablos con su seminario de teatro para niños en el último año. Fue descorrer cortinas maravillosas hacia la profesión que me apasiona. Conocí de de su mano a Dora Carvajal, María Antonia Fariñas, pioneras del títere en Cuba, a Ulises García, Xiomara Palacio, Armando Morales ¡La suerte estaba echada!.
¿Existe una formación en el trabajo con títeres en las carreras de actuación? ¿Qué opinas al respecto?
Es una pena que no tengamos una academia de los títeres como en Argentina, Francia o Rusia. Aquí se han dado pasos, como el Diplomado que coordinó Freddy Artiles en el ISA, pero no es suficiente. Tendremos que seguir confiando en el amor por esa profesión que cada quien lleva consigo, sin dejar de realizar acciones concretas en pro de un movimiento titiritero cada vez más fuerte.
Un grupo joven y de jóvenes ¿Por qué vías entran los actores a Teatro las Estaciones?
Los titiriteros son una especie “rara”. Deben confluir en ellos las posibilidades actorales con la animación de figuras, la danza y el canto. Nuestra agrupación no es una compañía, es una familia pequeña que comparte sus intereses humanos y artísticos.
Aún recuerdo el joven que era Freddy Maragotto, lleno de sueños y condiciones en 1993 con 19 años y el que es ahora, pleno y creativo a los 36. La sangre nueva siempre se necesita para garantizar la continuación, pero la vocación es imprescindible, porque aquí sólo consigues animar un muñeco y dominar todas las posibilidades artísticas con el paso del tiempo.
De todas formas, siempre estamos abiertos a los amantes del teatro de figuras. Un ejemplo de cuanto pueden hacer los más jóvenes es Yerandy Basart. Y han aparecido también otros y otras con mucha sensibilidad en nuestros últimos estrenos. Lo más importante es conformar esa continuidad de manera orgánica, sin arrebatos irracionales.
Las Estaciones es considerado por algunos críticos como el más importante grupo de teatro de muñecos de la actualidad nacional. ¿Podría comentarme cómo ustedes han logrado esto?
El mayor logro de una agrupación teatral está en alcanzar un buen equipo, garantía para que diferentes especialidades funcionen en la escena. Es necesario un diálogo entre el diseñador, los técnicos y el guionista. Los titiriteros, por su parte, son la materia que hay que conformar en talleres de improvisación y animación, en entrenamientos físicos y mentales, en conferencias de temas afines al montaje, clases de danza y canto, de teoría musical y pictórica. Nunca es suficiente.
Teatro Las Estaciones es también la obra de Zenén Calero. ¿Un privilegio?
El muñeco -lo principal en el teatro de títeres- es una imagen plástica, un volumen con texturas, con colores. Esa es su obra. Contar con Zenén Calero es una suerte. Lo conocí en el Teatro Papalote, donde siempre que hacíamos trabajo de mesa, le preguntaba cómo lo hubiera hecho él. Y me di cuenta entonces que Zenén tenía un mundo interior que no había salido.
Fundamos Las Estaciones para decir las cosas que no podíamos expresar en Papalote. Sé que puedo darle una idea para hacer el espectáculo y me la devolverá renovada y enriquecida. Entonces no lo niego, soy de un grupo que tiene un privilegio, y es tener a Zenén Calero.
¿Cómo ha sido la relación de ustedes con la música y con Danza Espiral?
Para mí la música es un elemento fundamental: ambienta, identifica, estímula. Color, movimiento, música y texto son afines al títere, definitorios en cierta medida.
Hay momentos en que un buen movimiento en escena lo llena todo, si es limpio, hermoso y coherente. No una coreografía, sino el resultado de la propia acción. Eso sólo lo alcanzamos con Liliam, directora de Danza Espiral; maestra paciente y enamorada de su trabajo.
Durante estos 15 años habrán acumulado muchísimas anécdotas. ¿Cuáles son los momentos que recuerdas con más intensidad?
Me han pasado tres cosas importantes en mi vida creativa, tanto en festivales nacionales como en internacionales. La primera, actuar en la casa de Federico García Lorca. Aquella noche, con luna mora en el cielo, pude respirar el olor de los azahares en el jardín. Estar con su sobrina fue algo inexplicable.
Siempre intento llegar hasta el final. Si hago un Lorca, quiero estar en la casa de Lorca, si hago Debussy quiero estar en Francia, y estuve, si hago un Villafañe quiero llegar hasta Villafañe, no llegué a él, pero la viuda estuvo conmigo en el espectáculo y me confirmó que además del Villafañe cachiporrero, tomador de vino y pendenciero que muchos representan, hay otro poético y tierno, ese es el mío.
Otro de mis grandes momentos fue cuando conocí a Dora Alonso. Su amistad era impresionante y me marcó. Después, visitar New York durante el Festival organizado por la fundación Henson y conversar con Carucha Camejo, pionera del teatro de títeres en Cuba.
¿Trabajas sólo para los niños?
Nuestra meta de público no son los niños solamente, sino la familia. Para ella trabajamos y por eso usamos varios niveles de lecturas en los montajes. No queremos que vengan sólo a traer a los pequeños y las pequeñas, sino a disfrutar de la obra también. No obstante, hemos presentado espectáculos para adultos como El guiñol de los Matamoros (1998) y La virgencita de bronce (2005).
¿Cuáles son las obras de Las Estaciones que salvarías del olvido y por qué?
Esa metáfora es muy dura porque el olvido es irremediable. Como debo responder con obediencia, las salvaría a todas, como a mis hijos en un naufragio, los buenos, los regulares y los peores, categorías que para un padre no existen.
¿Cuáles son las aspiraciones de Rubén Darío y su grupo para los próximos años?
Trabajar, trabajar , trabajar. El más reciente repertorio es “Canción para estar contigo”, “Pinocho corazón madera”, “Por el monte carulé”, así como una reposición muy especial de “El patico feo”, retomado por el elenco más joven de la agrupación. El montaje en su momento obtuvo el Premio Villanueva de la crítica, entre otros galardones, y representó a Cuba en el Festival Mundial de Títeres de Charleville-Mezieres, Francia, en 2006.
Y después de tantas preguntas, para Rubén, ¿cuál es la magia de un titiritero?
Ser un poco Dios y un poco Diablo, creando paraísos e infiernos con lo mejor y lo peor de nosotros mismos.