A José Antonio Fernández de Castro (La Habana, 1897-1951) se le considera, con toda justicia, una figura capital de la cultura cubana en la primera mitad del siglo XX. Investigador histórico, ensayista, crítico y periodista, dejó su impronta en cada una de estas labores, en las que supo brillar por su talento y acuciosidad.
Aunque estudió inglés en Nueva York y se graduó de Doctor en Derecho Civil en la Universidad de La Habana, Fernández de Castro no tardó en vincularse al fuerte movimiento intelectual de su época y compartir con sus figuras más prominentes.
Asiduo de las tertulias de Domingo Figarola-Caneda y de las del Café Martí, fue uno de los participantes en la llamada Protesta de los Trece –junto a Martínez Villena, Mariñello, Ichaso y Mañach–, y formó parte del Grupo Minorista. Por entonces, primera mitad de los años 20, publicaría Medio siglo de historia colonial, libro resultado de sus investigaciones en archivos y bibliotecas, y en el que compilaría de manera ordenada y anotada más de 200 cartas recibidas por José Antonio Saco entre 1823 y 1879, con prólogo de Enrique José Varona.
A la par de su actividad política –en particular contra la dictadura de Gerardo Machado y por la que fue encarcelado más de una vez–, desarrollaría una relevante labor periodística e investigativa, sobre todo relacionada con la historia y la cultura cubanas, y se convertiría en defensor de la vanguardia artística y literaria en la Isla.
Comenzó a colaborar con importantes publicaciones como La Nación y Social, y en 1926 entró en la redacción del controvertido pero influyente Diario de la Marina, cuyo suplemento literario dominical llegó a dirigir. Ese propio año publicó junto a Félix Lizaso La poesía moderna en Cuba, en la que reunió obras antológicas de ese género entre 1882 y 1925.
Antes de que finalizara esa década, fue nombrado instructor de la recién creada cátedra de Historia de Cuba en la Universidad de La Habana, que dirigía el notable historiador Ramiro Guerra. También condujo y anotó la edición de los dos tomos de Escritos de Domingo del Monte, publicada como parte de la Colección de Libros Cubanos, fundada por Don Fernando Ortiz.
Ya en los años 30, sería redactor jefe de la revista Orbe, editada por El Diario de la Marina, y publicaría Barraca de feria, libro en el que compiló artículos, críticas, reseñas y monografías, aparecidos originalmente en periódicos y revistas de la época.
Tras la caída de Machado desempeñó labores diplomáticas en México –país en el que estuvo en varias ocasiones–, Haití, Portugal y la Unión Soviética, cuya poesía estudió. Además, mantuvo una intensa actividad intelectual como ensayista, investigador, traductor y crítico, y continuó publicando obras como Ensayos cubanos de historia y de crítica, Tema negro en las letras de Cuba, y Esquema histórico de las letras en Cuba (1548-1902), en las que, en opinión de la crítica, aportó nuevos datos e interpretaciones personales.
A lo largo de su amplia trayectoria intelectual, Fernández de Castro integró las Academias de Historia de Cuba y la Nacional de Historia y Geografía de México, y su firma –o alguno de los varios seudónimos que utilizó– apareció en numerosas publicaciones, entre las que –además de las ya mencionadas– se cuentan El Fígaro, El País, La Luz, Bohemia, Carteles, Cuba Contemporánea, Excélsior, Grafos, Información y la Revista Bimestre Cubana.También en medios extranjeros como El Mercurio, de Chile; El Nacional, de Venezuela; La Crónica de Lima y La Voz de México.
Su reconocido quehacer es todavía recordado con el más importante premio de periodismo cultural que se entrega cada año en Cuba, el cual lleva merecidamente su nombre.
Como ejemplo de su obra les dejo, sin embargo, no uno de sus reputadas críticas o artículos literarios, sino un pequeño texto publicado en 1930 en la revista Bohemia. En él aflora su afición por la Historia, pero no ya la de los sucesos considerados trascendentes sino la de aquellos muchas veces subestimados pero que, no obstante, marcan el devenir cotidiano y cuyo rostro, luego perdido en los entretelones del tiempo, no es el de los héroes de bronce sino el de la gente común. Una Historia que, para Fernández de Castro, también era necesario recuperar.
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Hace 24 años que…
Hace 24 años que se inició la primera pavimentación moderna en la ciudad de la Habana. La calle para ello escogida fue la de O’Reílly. Cualquier vecino de esta ciudad, mayor de 35 años, puede reconocer la fotografía. Es exactamente la de la cuadra de esa calle entre Habana y Compostela. Todavía existe la casa que se ve en primer término a la izquierda del grabado. Lo que ya no existe es el medio de locomoción visible en la foto. La guagua de tracción animal. Aquellas guaguas de nuestros padres y de nuestros hermanos mayores, con sus mulitas y sus “guagüeros”. Esta palabra que, originalmente designaba al individuo que las conducía, pero que no pagaba su pasaje, se extendió luego —¿cuánto tiempo hace de ello?— para designar a los que viajaban de gratis.
¡Guagüero! ¡Qué palabra de más genuino sabor criollo! A ninguno de los lectores se le escapa su significado. ¡Cuántos de ellos aspiran a vivir de guagua! ¡leer de guagua!
Los que aparecen en la foto, apenas perceptibles, no son tan “guagüeros” como aspira a serlo el lector. Trabajaban muy duro. Tenían que guiar sus vehículos durante todo el día. Cuidar de sus caballos. Posiblemente tendrían, como los choferes de hoy luchas constantes con la policía. Ganarían míseros jornales.
“Guagüeros”! Y es seguro que trabajaban tanto como el peón que en el primer término del cuadro que reproducimos se afana por trasladar los enormes adoquines!
Por la acera de la izquierda, muy decidido, marcha un hombre con un gran bulto a la espalda. Posiblemente es un dependiente de algún taller de lavado y va de recogida de alguna ropa sucia.
El tamaño del bulto no parece amilanarlo. El sabe que esa es su tarea y la cumplirá con la misma decisión con que el “guagüero” conduce su guagua, con idéntico empeño que el peón traslada los adoquines. Como que sabe que si no lleva el bulto hasta el tren, lo botarán y al día siguiente no tendrá que comer!
La época: Era en el año de 1905. Aun gobernaba el primer presidente de la República de Cuba, don Tomas Estrada Palma, el austero patriarca. En esa buena época, el presupuesto de la República era sólo de 16 a 20 millones de pesos. El Secretario de Obras Públicas era el general del Ejército Libertador, don Rafael Montalvo. Lo que si no sabe este repórter, ni lo sabrá nunca nadie, es el nombre del peón que traslada adoquines, el del “guagüero” que conduce su vehículo, ni el del dependiente, que carga pacientemente el bulto de ropa sucia. ¡Si se reconocieran! En esta redacción hay un individuo que está ansioso y dispuesto a cualquier sacrificio económico por hablar con cualquiera de ellos… ¡Qué interesantes recuerdos los de un trabajador de hace veinticuatro años!