Alberto Lescay Merencio recibió la pasada semana el Premio Nacional de Artes Plásticas de Cuba, galardón más alto que concede el país para la actividad creativa en el ámbito de las artes visuales, un reconocimiento que goza de mucho prestigio entre los artistas e instituciones cubanas. Santiaguero nato y neto, cubano raigal, Lescay convirtió, a partes iguales, la creación y la promoción del arte en la divisa central de su existencia. Es graduado de la Escuela Taller de Artes José Joaquín Tejada y de la Escuela Nacional de Arte de La Habana, donde terminó su aprendizaje de escultura. Años después, en 1973, obtuvo el título de Maestro en arquitectura, pintura y grabado, en la prestigiosa Academia Repin, de Leningrado, en la antigua Unión Soviética, con lo que acumuló una sólida formación académica y profesional.
Talento y dedicación pondrían el resto. A su regreso a Cuba, Lescay comenzó una vertiginosa actividad en la que la creación artística, la promoción y el activo compromiso social consumieron la mayor parte de su tiempo vital. Fundó el Taller de Diseño y el Taller Cultural de Santiago de Cuba; fue presidente de CODEMA provincial y, simultáneamente, impartió clases de escultura monumental en la misma escuela donde antes se había graduado, además de que llegó a ser vicepresidente de la UNEAC santiaguera.
Pero, sin duda, la pica en Flandes la colocó Lescay cuando dirigió el equipo multidisciplinario que gestó el proyecto premiado para la ejecución de la Plaza Antonio Maceo en Santiago de Cuba. Una vez materializado, este hecho lo impulsó a alcanzar mayores logros y visibilidad en el escenario artístico del país. La monumental estatua ecuestre del general Antonio Maceo es una pieza en bronce de veintidós metros de altura, que preside dicho conjunto escultórico y que representó un feliz y consagratorio momento inicial en su andadura artística. Una cosa llevó a la otra y el taller de fundición de las piezas de ese conjunto escultórico resultó ser la génesis de la Fundación Caguayo.
De entonces a la fecha, sus obras han ido ocupando diferentes espacios en todo el territorio nacional. En las proximidades de El Cobre, su conjunto escultórico La loma del cimarrón hace honor al sitio de su emplazamiento, una zona histórica de severos enfrentamientos decimonónicos entre exesclavos cimarrones y fuerzas españolas, considerado el foco de rebeldía esclava más importante de la historia colonial. Tales connotaciones simbólicas las supo aprovechar muy bien a la hora de reflejarlas en su obra. A propósito de este monumento, la Dra. Mary Pereyra, principal especialista de escultura cubana, expresó: “Lescay es todo un virtuoso de la técnica de fundición en bronce y, al mismo tiempo, domina las inmensas potencialidades sígnicas que adquieren otros materiales, soportes y elementos cuando se les integra armónicamente en la producción escultórica”.
Más allá de la escultura monumental, la creación de Lescay combina pintura, dibujo, escultura de pequeño y gran formatos y la promoción del arte desde la Fundación Caguayo, que desde sus inicios en 1995 ha ayudado a decenas de escultores en las tan difíciles tareas de la fundición de las piezas. Caguayo se erigió como un baluarte de las artes escultóricas en Santiago de Cuba y en todo el país, su pedigree de trabajo por la escultura monumental y de pequeño y mediano formatos es realmente impresionante. Al mismo tiempo, este artista ha emplazado obras escultóricas propias en diferentes países, con lo cual ha demostrado una vocación artística ambientalista que no conoce fronteras. Digamos, de pasada, que su nombre está, junto al de Rita Longa, José Villa y Teodoro Ramos Blanco, entre los artistas-escultores con mayor número de emplazamientos de obras en la historia del arte insular.
Quizás relegada a un segundo plano por la contundencia de lo tridimensional, su obra pictórica y de dibujo también es digna de mencionar. Numerosas exposiciones dan cuenta de su trayectoria como pintor mayormente abstracto. En esta obra aprecio su sustancia abstracta en la que se conjugan, visceralmente, una simbología oscura e impresionista, con fuerte presencia del rojo sanguinolento, así como el impulso de bruscos trazos que caotizan las imágenes y revelan las profundas implicaciones de lo étnico, lo religioso y lo cultural que conviven en sus cuadros. En palabras del reconocido crítico de arte, ya desaparecido, Juan Sánchez: “Sus cábalas profundas en pintura y dibujo hallan parentescos estilísticos en surrealistas como Wifredo Lam y en expresionistas como Antonia Eiriz”.
Este quehacer infatigable ha sido reflejado en la crítica de arte, la poesía y el periodismo nacional. Autores de la talla de Pablo Armando Fernández, Nancy Morejón, Lisandro Otero, Joel James, Víctor Rodríguez Núñez, Carlos Martí, Cos Cause, Antonio Desquirón, Marino Wilson Jay, Ricardo Repilado, Ciro Bianchi, Félix Suazo, Oscar y Raúl Ruiz Miyares y Naderaux, entre otros, han ponderado con elevados criterios la obra de Lescay. Obsérvese que han sido principalmente poetas los que han edificado esa arquitectura verbal sobre una obra relevante como la de nuestro artista. Es como si se cumpliera en el presente la vieja máxima de los grandes poetas y filósofos clásicos griegos, Ut pictura poesis; el hermanamiento entre la poesía y la pintura, o más bien, la admiración de la poesía escrita por el arte visual, aplicada a la obra de Lescay.
Bien pudiera editarse un libro con una selección de tales textos y con imágenes de su obra. Sería también un reconocimiento a Lescay, artista de personalidad serena y reflexiva, solidaria con los demás, emprendedora e impulsora de buenos proyectos. Junto a estos valores, destacan su peso y madurez como artista, su activo papel de promotor del arte y su papel como figura relevante del escenario cultural y social santiaguero y de todo el país. Su nombre se suma a los ya reconocidos con el Premio Nacional de Artes Plásticas, una larga lista de notables creadores que se inició con el pintor Raúl Martínez, el primero en recibirlo en 1994.
Nieto de mambí, este santiaguero nos entrega una obra en la que hierven lo antillano y caribeño, la ritualidad de lo africano profundo, el Palo Monte y el Vodú caribeños, la fiesta sacrificial, la muerte y la vida, junto a los códigos del mejor arte occidental y el feroz mestizaje surrealista de Wifredo Lam. Todo se cocina en aquella olla de hierro utilizada en la pieza La loma del cimarrón, un presagio de lo que vendría después, la consagración de esta figura descollante de la cultura nacional.
*Versión de las palabras leídas en el acto de entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas 2021, en el Museo Nacional de Bellas Artes, febrero de 2022.