La utilización de estudios y talleres personales como espacios de exhibición colectivos está convirtiéndose en un fenómeno común entre la diáspora cubana de artistas visuales en Madrid. René Francisco Rodríguez, Guibert Rosales y Carlos Garaicoa, en Carabanchel; Kamilo Morales, en Usera, y Dagoberto Rodríguez, en Tetuán, al norte de la capital española, son algunos de los artistas que han fundado espacios así.
Recientemente visité el estudio de Dagoberto, donde pude apreciar las virtudes y utilización del espacio en pro del arte en general y de la continuación de una relevante e indetenible obra artística.
Fundado hace un año, el estudio madrileño de Dagoberto Rodríguez se ha convertido en un auténtico centro cultural, donde sin dejar de gestar su propia obra, el artista plástico ofrece a otros creadores la posibilidad de exhibir sus piezas en formato galerístico. Varias exposiciones se han organizado allí, entre ellas, hace pocos meses, la muestra de mujeres artistas Nosotras, que incluyó piezas de Regina José Galindo, Laura Lis Peña, Lorena Gutiérrez Camejo y Marina Abramovic, entre otras, y tuvo mucha repercusión en la prensa. Ahora mismo el artista chileno Nicolás Cox exhibe Sociedad vertical y a continuación el estudio acogerá un videoarte del afamado artista español Santiago Sierra.
El espacio, localizado en Tetuán, es formidable, funcional y amplio; en él se puede crear y a la vez exhibir obras de arte. Piezas recientes de Dagoberto aparecen desperdigadas por aquí y por allá, en un taller renacentista que lleva su sello inconfundible. Una pieza colocada en el piso, “Katrina II”, evoca los huracanes caribeños a ritmo de Lego.
Junto a esta creación conversamos los dos del tema y pude ver el extraordinario libro de Fernando Ortiz (publicado por el Fondo de Cultura Económica de México) sobre los huracanes y la cultura taína antillana, una prueba más de que la obra de Dago es producto no solo de intuición y talento, sino de una investigación seria y rigurosa que lo ha caracterizado desde sus comienzos en el arte. Resultó para mí muy reconfortante apreciar cómo la obra personal de este “carpintero” de ley se mantiene y desarrolla, así como su actual trabajo de facilitador de exposiciones de otros.
Dagoberto Rodríguez, Alexandre Arrechea y Marcos Castillo se unieron en 1992 para crear un trío de jóvenes creadores graduados del entonces Instituto Superior de Arte (ISA), que llamó mucho la atención desde sus inicios. Se conocieron rápidamente como Los Carpinteros, título que, como han dicho ellos mismos en algunas entrevistas, no fue de su autoría, sino que ya estaba circulando de boca en boca entre sus colegas cuando ellos andaban buscando cómo auto titularse.
La grave situación económica del país en los primeros años de la década de los 90 tuvo mucho que ver con la utilización que estos artistas dieron a materiales reciclados en la composición de sus piezas y con cómo se plantearon procedimientos más bien artesanales.
Ese arranque funcionó y con bastante celeridad se colocaron en el primer plano de las artes visuales cubanas. En 2003, Arrechea comenzó su propia obra en solitario. Ya para esa fecha Los Carpinteros habían labrado un sólido camino que tuvo en la conceptualización de la actividad constructiva, en la fuerza experimental y en la versatilidad de sus expresiones creativas los ejes axiales de su obra.
De esa forma, el trío devenido dúo integró una generación de creadores jóvenes que suplió el éxodo de artistas de la última década del pasado siglo. Fue un fenómeno que la crítica especializada estudió a fondo. El arte cubano no solo prosiguió su ascendente camino, sino que llamó la atención de curadores, críticos y coleccionistas allende los mares.
Una gran mutación se había operado en el panorama artístico insular, protagonizada por artistas noveles de mucho talento e inteligencia. El arte comenzó a cuestionar e interpretar con más fuerza y profundidad los problemas sociales. Los Carpinteros integraron esa corriente crítica.
Durante otros trece años, Dagoberto y Marcos conquistaron los más exigentes espacios de exhibición del mundo y comenzaron a tener una creciente fortuna ante crítica y mercado. La franquicia Los Carpinteros ascendió al gran circuito del arte contemporáneo internacional, demandados y hasta mimados por los más respetados nombres de esas corrientes reguladoras de lo que vale y brilla en las artes visuales, y también de lo que vende.
El instalacionismo fue la expresión que más reconocimiento tuvo en ese itinerario, aunque se sirvieron igualmente de dibujos en acuarelas y de la fotografía. El diseño de la obra como proyecto también ocupó mucho tiempo y energías para estos sorprendentes “carpinteros” artistas que realizaban un arte absolutamente posmoderno, con una factura visual impecable.
La potenciación de los objetos y artefactos, el sentido lúdico crítico que inicialmente estuvo centrado en la sociedad cubana, a veces hasta matizado de cierta perversidad alegórica, a la vez que de ambigüedad, después se hizo más universal a medida que ampliaban su visión y la comprensión de los mecanismos del mainstream.
El primer viaje de Los Carpinteros a Madrid en diciembre de 1994 sirvió para que comenzaran a metabolizar los códigos del arte internacional. Una nueva perspectiva se incorporó a su trabajo.
Muchas obras espléndidas surgieron en ese camino signado por el éxito. Al menos para el que esto escribe, son sobresalientes por su afilado sentido crítico “El Faro tumbado”, instalación (2006) y “La Conga irreversible”, performance (2012), que causó sensación en la Bienal de La Habana de ese año; dos piezas fundamentales dentro de un ácido sentido del humor aplicado con mirada crítica a lo social.
En 2016 Marcos y Dagoberto separaron sus caminos creativos y cada uno de los “carpinteros” comenzó su andadura en solitario, aunque dejando en almacenes un resto de obras que sigue siendo muy demandado por los coleccionistas.
De entonces a la fecha, en estos siete años Dagoberto Rodríguez ha seguido labrando una obra que ocupa importantes espacios expositivos en distintas latitudes (lo mismo puede decirse de Marcos). Sus exposiciones personales en solitario más relevantes han sido Guerra interior, curada por Andrea Pacheco en el Centro de Arte Atlántico de Canarias, en 2020; Retropía, en el Museo de Arte y Diseño de Miramar, San Juan de Puerto Rico, también expuesta en el Museo de Arte Contemporáneo de Atchugarry, en Uruguay, ambas en 2023; y las colectivas Pendre Le Soleil, en Hangar Y, París, y Umbrales, en el prestigioso Centro Conde Duque en Madrid, además de la participación en la Bienal de El Cairo, todas el año pasado. El próximo día 18 de enero, Dagoberto inaugurará la muestra personal Babel, en la Galería Hilario Galguera, en Madrid.
La poética de Dagoberto mantiene esencialmente los rasgos de cuando formó parte de Los Carpinteros, a los que habría que agregar una profunda comprensión personal de la espacialidad y su trabajo con la estética de los juguetes Lego, que refuerza el sentido constructivista de su obra.
Dibujos sobre cartulina, objetos escultóricos preñados de contenido artístico e instalaciones concluidas o por terminar brotan con profusión de sus manos y enriquecen gradualmente su obra. Lo doméstico elevado a cuestión universal, ese ha sido el itinerario de un “carpintero” que está cumpliendo este año tres décadas de su primera estancia madrileña.