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Durante años he trabajado la obra de mi padre, he tratado de dar a conocer sus textos, los publicados y los inéditos. Pero han quedado muchos dispersos en periódicos, revistas, catálogos, contracubiertas y prólogos que se encuentran en una especie de “limbo” literario. Con la ayuda de la editora Lourdes Cairo he tratado de recopilar estos textos en bibliotecas y diferentes archivos, pero es una tarea compleja y engorrosa. Los años y la salud todo lo complican, más las dificultades que todos conocemos. Pero, como se dice popularmente, “se hace lo que se puede”.
El texto que aquí incluyo es uno de esos “inéditos” publicados que nadie conoce. Ni yo, debo admitirlo, lo recordaba. Será una forma de traer a nuestro presente a uno de los grandes artistas de nuestro país, René Portocarrero (La Habana, 24 de febrero, 1912 ‒ 7 de abril, 1985) y, además, un pequeño homenaje a otro imprescindible de la pintura cubana, Raúl Milián, su gran amigo y compañero en el arte y en la vida, un hombre taciturno, con tendencia a la melancolía y a la depresión, que terminó quitándose la vida, el 16 de abril de 1984, a la edad de 70 años. Portocarrero murió una semana antes de cumplirse el primer año de la muerte de Milián, en el mismo mes de abril, hace hoy cuarenta años.

Con motivo de cumplirse el centenario del natalicio de René Portocarrero, Escandon Impresores, Fundación Arte Cubano (Sevilla, 2014) preparó un bello y documentado libro de lujo dedicado a uno de los grandes pintores de Cuba y de América Latina del siglo XX. Su título, Todo sobre Portocrrero. Compilación de textos críticos, 1936‒20101 no puede ser más acertado, pues el libro no solo incluye numerosas imágenes de su obra pictórica sino también fotos del autor, manuscritos de cartas, bocetos, poemas y artículos de una treintena de críticos y escritores cubanos y extranjeros de la época, que lo admiraron y fueron sus amigos2.
El trabajo de búsqueda y recopilación de todos esos textos, en revistas, catálogos, periódicos, logra que este libro resulte imprescindible para todo aquel que desee adentrarse en la vida y obra de este gran artista. Se extraña, eso sí, una breve nota biográfica de cada autor.

La vocación por la pintura le llegó a Portocarrero desde muy niño, y así lo cuenta en uno de los textos que se recogen en el libro:
Nací en eI Cerro, barrio de La Habana, el 24 de febrero de 1912. Pinto desde muy temprana edad. Y cuando todavía no sabía caminar, según cuentan mis mayores, me gustaba fijarme con raro detenimiento en el paisaje de los abanicos. Pocos años más tarde ya pintaba en grandes telas y con colores de aceite; porque sí, sin que nadie me dijera lo que tenía que hacer. Realmente se puede afirmar, que no hice otra cosa sino pintar durante mis primeros años infantiles y posterior adolescencia. Después, claro está, he seguido pintando: en la soledad, en la pasión, y sin recibir predicaciones académicas; por tanto, me considero pintor nato, autodidáctico, Dios mediante.
(…)
Revista Nadie Parecía, La Habana, no. VII, marzo‒abril, 1943
No es mi intención abrumar al lector con datos de su obra pues hay mucha información disponible, como la que se encuentra en este libro. Solo enumeraré algunos datos: realizó su primera exposición en 1934, con 22 años, en el Lyceum de La Habana. En 1944 expuso sus obras en Nueva York, en la Julian Levy Gallery y en el Museo de Arte Moderno (MoMA). Participó en bienales en Sao Paulo y Venecia, realizó múltiples exposiciones individuales y colectivas y obtuvo, entre otros, el Premio Internacional Sambra durante la VII Bienal de Sao Paulo en 1963 y el Águila Azteca, otorgada por México, en 1982. Son muy conocidas sus series sobre la ciudad, las catedrales, las Floras, el carnaval. También se dedicó a la cerámica, murales: trabajaba incansablemente. Creo que no existe un cubano que no haya visto alguna vez un cuadro de Portocarrero o uno de sus murales.

Portocarrero también escribió y publicó poesía. En el catálogo, Milián escribe las palabras a una exposición de Porto (como lo llamaban sus amigos a veces) y la inicia con el fragmento de un poema de su compañero:
NOTAS SOBRE PORTOCARRERO
“En un completo olvido
de los árboles,
los hombres confundieron
la sangre con el aire”.
(De un poema ilustrado de René Portocarrero que se produjo en 1939, al comenzar la guerra mundial)
Siempre recuerdo lo que dijo Schelling acerca de las tres potencias ideales: la belleza, la verdad y el bien. Estas potencias están en el corazón de todos los hombres y se revelan especialmente en el arte. “Los poetas nombran lo sagrado”. Todo arte es poesía. Portocarrero se realiza en su obra de modo que en ella se plasma el espíritu. Es un artista dotado de un gran poder creador.
La imaginación creadora penetra en el misterio de todas las cosas. Creo que por eso dijo Paul Valéry que la obra de arte debe tener valor de enigma. En las enigmáticas catedrales pintadas por René, con su riqueza de color y apasionado barroquismo, parece que la luz surge del interior como de una secreta clave de bóveda. Este artista trabaja desde la dimensión más profunda, desde la raíz de todo lo que es.
Aunque en muchas de sus obras parece querer convencernos de que la dicha es posible todavía, el drama del hombre no le es ajeno. Lo trágico se manifiesta en diversas etapas de su producción, como en sus Carnavales, la lucha del hombre y su máscara, y en sus primeros Retratos de Flora. Pero siempre retoma la alegría espiritual que está más allá de todo sufrimiento posible.
(…)
Tomado del catálogo de la exposición René Portocarrero. Setenta obras inéditas de las series Madres eternas, Floras, Transfiguraciones (1981‒1983). Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, mayo, 1984.
Milián empezó a pintar alrededor de los 40 años, en un estilo totalmente distinto al de Portocarrero. Usaba tinta sobre papel o cartulina, plumones de punta fina, formato pequeño. Se encerraba en su cuarto, salía poco. Portocarrero era todo luz; Milián, todo sombra.
Portocarrero fue muy amigo de José Lezama Lima, quien escribió numerosos artículos y poemas dedicados a él. Y colaboró en las revistas Verbum, Espuela de Plata y Orígenes. Su amistad con Lezama, el padre Gaztelu, Mariano Rodríguez, lo vinculó mucho al mundo intelectual de aquellos años, donde aparece en muchas fotos. A veces, se ve a Milián, en una esquina, como escondido o excusándose, en silencio, por estar ahí. Un dibujo de Milián ilustra una cubierta de un número de Orígenes, revista que, entre muchas otras cosas, se caracterizó por estar siempre muy relacionada con lo mejor de la pintura cubana de su época. Dibujos de Lam, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, iluminan las portadas de la revista y viñetas de sus ediciones.

Su amistad con el Grupo Orígenes y Lezama, lo vinculó, por supuesto, con el resto de escritores, músicos y escultores que se agruparon en torno a la revista, entre ellos, mis padres y mis tíos Cintio y Fina. A cada rato pasaba por nuestra casa en el Vedado, pues él y Milián vivían en un apartamento frente al restaurante Monseigneur (ahora con otro nombre), donde cantaba Bola de Nieve.
En mis salidas nocturnas de juventud con mis amigos, en ocasiones, entrábamos al restaurante, que tenía un pequeño bar, muy agradable, con dos o tres mesas y una barra. No era raro ver sentados a Portocarrero y a Milián en la barra. Era una especie de bar particular, pues solo tenían que bajar y cruzar la calle. Cuando mi hermano Rapi comenzó a dibujar, papá fue al apartamento con mi hermano quien, aterrorizado y tembloroso, les enseñó algunos de sus dibujos. Milián salió de su cueva y también los vio. A los dos les gustaron los ya seguros trazos de mi hermano, que tampoco había estudiado pintura, solo un paso muy breve por la Escuela Nacional de Arte (de la cual lo expulsaron por indisciplinado). En prueba de ello, quisieron que Rapi escogiera un cuadro, el que quisiera. Como mi hermano era como era, escogió un cuadro de Portocarrero de su época abstracta y sin firma, en vez de una de sus imponentes catedrales, Floras o de su serie del Carnaval. (No quería que Portocarrero pensara que se estaba aprovechando de su amistad con mi padre). Y uno muy pequeño de Milián. Ambos pintores entendieron la delicadeza de mi hermano, que llegó a la casa, muy orgulloso de sus regalos y de lo que le habían dicho estos dos maestros, sencillos pero enormes en su arte.
Termino estas palabras con el texto de mi padre incluido en el libro Todo sobre Portocarrero.
De cómo Portocarrero tomó La Habana
Desde un principio fue preciso poner un límite a la intemperie del universo: la tiniebla, demasiado vasta, abruma por informe a la pequeña criatura que recién descubrió el fuego. De manera que se construyen murallas; adentro, las chozas, luego casas, después palacios y templos van haciéndose, protegiéndose. Quedan estrechos pasadizos desguarnecidos; pero, después de todo, no se puede vivir sin un poco de intemperie. Ahí enfrente está por fin Ur la Magnífica ‒Ur de los Caldeos. La urbs por excelencia. El recinto bien amurallado donde es posible estar a salvo, o, simplemente, a gusto. Años, siglos, milenios, y ya las ciudades se vuelven ellas informes. Pero en el centro queda aún el abrigado recinto que es su corazón: siempre diferente y siempre el mismo. Las diferencias son frágiles, efímeras, porque están vivas: la identidad, perenne, porque es la roca en que se asienta el ser del hombre. ¿Cómo atrapar los colores, los murmullos, los aromas, de forma tal que vivan; de forma tal que permitan entrever la arcaica piedra del origen?
Para el curioso asedio que no destruye, sino pone a salvo, es la pintura el único arte dueño de las máquinas y demás artificios necesarios. ¿No es cada cuadro como una ciudad amurallada contra el caos de la infinitud amorfa? No bastan, sin embargo, las maniobras del ingenio para tomar al asalto de forma y color las verdaderas ciudades de este mundo. En vez de casco, tremolante o no, el Estratega llevará el Cucurucho de los Brujos.
Aquí están los cientos y más ciudades —desconfiemos de las cifras del catálogo— que sitió y ganó el Prodigioso Mágico Don René Portocarrero. ¿Son acaso todas ellas una sola? Aun cuando se atreviese con la sede de la Serenísima República Veneciana, ¿no emergerían aquí y allá ciertos balcones que muy bien nos sabemos, ciertas torres, ciertas vidrieras salpicando —hechizados surtidores— todo el espacio de risueños, misteriosos destellos? Porque al Gran Mago lo embrujó desde antes de antes la singularísima Habana, y ahora ella responde complaciente a sus conjuros entregándole uno a uno sus recodos, sus susurros, los matices de sus más secretos aromas.
¿Cómo es posible, entonces, que haya cientos de Habanas distintas? Será que la pupila, en un esfuerzo de atención máxima, caló hasta aquella piedra primigenia donde están fundadas las ciudades todas, y así, con solo mirar a una, van huyendo sobre su imagen, como en una danza de reflejos de llamas, los rostros de cuantas han sido, Betelgeuse.
Pues también son los cuadros ventanas abiertas a un espacio tan remoto como contiguo al nuestro. Está escrito por quien nos fundó la Tierra que somos: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”. Vamos entonces a asomarnos a cada una de estas ventanas, pero con atención y prudencia. Porque aun cuando reconozcamos de inmediato los contornos de la dicha que llamamos Habana, ¿quién quita que el Prodigioso Mágico no haya abierto, precisamente allí, el postigo que da al vértigo del abismo nocturno?
Catálogo de la exposición Paisajes de La Habana. Galería L, Universidad de La Habana, octubre, 1978.
- Todo sobre Portocrrero.Compilación de textos críticos, 1936‒2010. Escandon Impresores, Fundación Arte Cubano (Sevilla, 2014). Compilación de Ramón Vázquez Díaz, Axel Li y José Veigas. Edición: Sonia Maldonado. Diseño: Laura Llópiz.
- No puedo enumerarlos a todos, son muchos, entre ellos: José Lezama Lima, Guy Pérez Cisneros, Jorge Mañach, Graziella Pogolotti, Virgilio Piñera, Rafael Marquina, Eliseo Diego, Adelaida de Juan, Roberto Fernández Retamar, Robert Altman (pintor suizo amigo de Feijóo), Samuel Feijóo, Alejo Carpentier, José Rodríguez Feo, Emilio Ballagas, Fina García Marruz, Luis Cardoza y Aragón, Raúl Milián, Edmundo Desnoes, María Elena Jubrías, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, del propio Portocarrero, y muchos más.