Fotos: Darío Leyva
En los últimos tiempos Flora Fong se dedica “al estudio y la meditación”: el mundo del Feng Shui, que mucho tiene que ver con la energía del viento y del agua, es objeto de profunda investigación para esta artista de la plástica cubana que, sin dudas, ocupa un relevante y merecido sitio en el contexto contemporáneo.
Sin dejar a un lado su participación en eventos internacionales —antes de que concluya el presente 2012 asistirá, por ejemplo, a la Feria de Arte Iberoamericano, en Seúl, Corea del Sur, IAAF, y a otras dos muestras que se organizan en Estados Unidos— la pintora, dibujante y escultora considera que disfruta “una nueva etapa” y que está viviendo “con mucho optimismo y mirando hacia adelante”.
En diálogo exclusivo con OnCuba adelantó que la montaña, icono del que hubo atisbos hace unos años, “probablemente reaparecerá con fuerza” en sus próximas creaciones y puede que llegue a convertirse en una serie: “todas estas investigaciones son una gran motivación para potenciar la temática de la naturaleza y particularmente la montaña, que posee muchos simbolismos”, dice.
Flora Fong (8 de noviembre de 1949, Camagüey) asegura que desde que estaba en preescolar, por su pupitre “pasaban todos los demás niños del aula” con el propósito de que ella les confeccionara dibujos; ese interés hizo que al llegar a sexto grado la llevaran a la Escuela de Artes Plásticas de Camagüey en la que permaneció hasta concluir la enseñanza secundaria: “sentía tal pasión que quería expresarla a través de los colores y del dibujo”.
Tal vez, cuenta, la posible influencia que recibió en su hogar le vino del padre —de origen chino y casado con una cubana— quien poseía “marcadas habilidades artesanales” para confeccionar grandes, complejos y hermosos cometas o papalotes chinos.
Un año después de egresar de la Escuela Nacional de Arte, en 1970, comienza a impartir clases de pintura en la Academia de Artes de San Alejandro y allí se mantiene, ininterrumpidamente, durante ¡diecinueve años!, labor que considera “importantísima”, pero reconoce que fue un gran esfuerzo personal porque, en paralelo, estudiaba idioma chino: “tenía el marcado interés de incorporar elementos de esa caligrafía a mi pintura”.
Corrían los años ochenta y era el momento en que Flora consolidaba su carrera sin dejar en un segundo plano su rol de madre —Li y Liang, sus dos hijos, son hoy artistas de la plástica: el primero graduado de San Alejandro y la segunda del Instituto Superior de Arte: “a ninguno de los dos les inculqué que fueran artistas, pero parece que está en los genes y desde pequeñitos tenían inclinaciones. Recuerdo que Li con apenas cinco años con un vibrador eléctrico hizo un jinete muy interesante y bien proporcionado y Liang también realizaba composiciones de gran creatividad. En ambos casos mi orgullo de madre está latente”.
Como la mayoría de los artistas, ha transitado por varias etapas: al comienzo, el blanco, quizás como expresión de luz, se combinó con brochazos gestuales; hay quienes aseguran que la pintura de Flora Fong tenía que ver con el realismo mágico, con la acción de asomarse a observar el interior del ser humano, el mundo del hogar, de la vida íntima de la pareja, de la familia.
Luego llegó la conocida serie Remolinos y ciclones en la que las palmas batidas por el viento son un signo de insularidad. Después Caribe, que es explosión de color, Las Antillas y Bahía. No obstante, la propia Flora asegura que su obra no se mueve a partir de series sino de temáticas, porque “es una manera de ponerle orden y disciplina al trabajo”. La serie Girasoles, acota, “no nació de un mero capricho, sino porque percibí que constituía un puente entre lo materico —puramente occidental— y conceptos orientales en los que estaba inmersa y que sustentaban mi discurso. Encontré en el girasol esa dualidad y por eso abordo esa flor y no otra”.
El año 2006 marcó un período de comienzos para la artista, pues realizó una serie de esculturas —de acero negro, de gran formato— en las que llevó a la tridimensión la caligrafía china y los caracteres cuadrados. Dos años después, se exhibieron en el Museo Nacional de Bellas Artes y hoy, en su patio central, aún se conserva la titulada Huele a café.
Flora Fong, según ella misma reconoce, giró su “cabeza del occidente hacia el oriente” y tempranamente entendió que aunque el creador se mantenga abierto a lo que acontece en el mundo contemporáneo, tiene que sacar de dentro, hurgar en sus sentimientos para determinar qué tiene que decir y cómo lo va a hacer.
Esta mujer de ojos oblicuos y sonrisa pronta, ha apostado por la fascinante sabiduría del mundo asiático en el que el equilibrio entre naturaleza y hombre es cardinal, pero con una mirada profunda, indagadora, raigal y, sobre todo, cubana: ahí está su obra para confirmarlo.