La seducción que la máquina o el artefacto ejerce sobre Carlos Guzmán (3 de marzo, 1970) parece que comenzó cuando aún siendo un niño su padre le regaló un reloj que encontró en la calle: “me fascinaba abrirlo y observar la maquinaria, los engranajes, los muelles, las ruedas; pasaba horas y horas jugando con ese reloj, imaginando cosas, soñando con otros mundos”.
Guzmán no proviene de una familia de artistas —solo una tía hacía y hace “hermosas flores de papel”—, pero la abuela de un amiguito, que además era vecino, le habló de la Escuela Elemental de Artes Plásticas Paulita Concepción: “desde muy pequeño me gustó pintar y lo hacía constantemente; supe de esa escuela cuando la matrícula estaba cerrada y el primer semestre casi por terminar. Llevé una carpeta con mis trabajos y los profesores hicieron una excepción: me sometieron a varios exámenes y los aprobé. Entré en la escuela, que recuerdo con mucho cariño”.
Después, matricula en la Academia de Artes de San Alejandro, de la que egresa en 1989 y considera que fue una de las etapas “más lindas” de su vida: “tuve el privilegio de contar con excelentes profesores como Flora Fong, Carlos del Toro, Eugenio D´ Melon, Luis Reina y Antonio Alejo, entre otros; es decir, fueron maestros maravillosos con probada experiencia en el mundo de la plástica y de sólidos conocimientos sobre la historia del arte”. De inmediato, acota: “éramos un grupo muy unido y viajábamos por toda la Isla haciendo arte y disfrutándolo. Esa experiencia me aportó mucho desde el punto de vista humano, y aprendí que lo más importante no era destacarse individualmente sino que había que ceder para lograr una visualidad colectiva”.
En 1997, compartió por un tiempo con un grupo de indios mesoamericanos y esa cercanía le sirvió para mirarse por dentro y también para apegarse a la tierra, “a las cosas naturales, a relacionarme con las personas de una manera más coherente. Fue una experiencia sensacional y, a la vez, difícil de explicar porque no solo constituyó un viaje en el sentido físico, sino también espiritual”.
Con este bagaje Carlos Guzmán —pintor, dibujante, escultor e ilustrador — enfrenta la creación con la certeza de que la máquina ha servido para que el hombre se interne en los vericuetos que desconoce: “se tiene que emplear un microscopio para analizar una célula, se tiene que usar un artefacto para conquistar el aire, los taladros para llegar al centro de la Tierra, los relojes para medir el tiempo. Creo en el ingenio del hombre y en lo que es capaz de hacer con su mente y sus manos, pero también, el hombre tiene que ser más sensible ante lo que ocurre con la Tierra. Hablo del cuidado y del respeto hacia la naturaleza”.
Reconoce que las ruedas de Acosta León, los ambientes de Fidelio Ponce y la mística de Antonia Eiriz, son influencias en su trabajo en el que no aparecen desnudos —ni femeninos ni masculinos—: “a mí me seduce el vestuario. Siempre me ha gustado y me ha llamado la atención el diseño, los textiles y las texturas que se pueden recrear con diferentes empastes. Además, la ropa, el traje, enmarca a la persona en una época determinada”.
No le preocupa que lo cataloguen como posmedieval: “los que se dedican al estudio de las artes plásticas, quizás, tengan razón, pero me enfrento a la obra sin preocuparme por las definiciones. Eso lo dejo a los especialistas, aunque debo confesar que me siento más cómodo trabajando el gran formato, pero lo importante no es el soporte, sino que la obra esté bien realizada”.
Defensor de lo hermoso y de lo bello, Guzmán se siente “muy cubano y sobre todo, muy habanero y eso está en mi pintura, aunque algunos no lo vean, pero no me inquieta, porque pinto lo que tengo deseos de representar. Provengo de una raíz española; mi familia llegó a Cuba casi con la conquista y los Guzmanes se asentaron en la zona central de la Isla. Mis tatarabuelos y bisabuelos pelearon en las guerras de independencia y la tradición oral en mi familia ha sido decisiva. Hubo anécdotas y cuentos que se transmitieron de generación en generación, por vía oral, nadie se ocupó de escribir esas historias y creo que eso también lo plasmo en mi pintura. Debo decir que me gusta ¡mucho! la época medieval y me seduce, ¿por qué?, la verdad, no lo sé y tampoco me interesa descubrirlo”.