En dos años, el taller de diseño Habana Estampa ha transformado diversos espacios de la capital cubana. El taller ha trabajado con disímiles clientes, desde reconocidos artistas como el italiano Michelangelo Pistoletto, hasta diversas instalaciones en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes.
“Estamos en función de crear lo que gusta al cliente, de crear lo que no existe. Cuando nos piden algo nuevo, aunque sea difícil, decimos ‘sí, lo podemos hacer’”, afirma Alfredo Rosales Díaz, fundador y líder de Habana Estampa.
Entregar al cliente una representación lo más exacta posible a su idea –desde un portalápiz hasta una caja de luz– es la premisa de este taller, ubicado en El Vedado habanero, muy cercano a la céntrica Calle 23.
Mientras la gran industria produce masivamente, en los talleres habaneros los clientes pueden conformar –con la ayuda de los especialistas–, un producto justo como lo pensaron. “Somos competitivos en cantidades pequeñas y las industrias en grandes cantidades. Aquí trabajamos a nivel de cliente específico con un trato más personalizado. Puedes venir a hacer cualquier prototipo y conformar las cosas a tu manera, con las medidas y colores que soñaste”, explica.
Alfredo Rosales Díaz es arquitecto, y pintor graduado de la Academia de San Alejandro, lo cual podría explicar la cercanía del taller a numerosos proyectos artísticos. Con la creación de Habana Estampa, en 2015, nucleó a su alrededor a jóvenes de procedencias distintas, para conformar un equipo que no rehúye desafíos.
En el hotel Neptuno-Tritón, en muchos negocios privados en Cuba, en empresas estatales o con el reconocido fotógrafo norteamericano Peter Turnley, Habana Estampa deja su sello. Con materiales como PVC, madera, acrílico, impresiones en vinilo, papelería, o conformados de acrílicos, las personas tendrán lo que desean.
“Somos un taller donde nos gusta hacer cosas nuevas. Por eso buscamos la forma de materializar cualquier proyecto, desde construir un mueble con pladur y electrificarlo, pintar un interior, hasta conformar una base para cenicero”, cuenta Rosales Díaz.
Habana Estampa es joven. Pero en sus dos años ya tiene más de 30 productos tipificados, en expositores de imágenes, vitrinas, portaobjetos, o relojes de pared. Además de aquellos de los cuales se han producido uno o dos, como parte de un pedido muy específico exclusivo.
En el mundo de las ferias, como en el Festival del Habano, o en las transformaciones de espacios expositivos, el equipo de 10 personas muta. En el ajetreo constante se fusionan las profesiones de cada quien, para alcanzar los resultados.
Son los retos, la innovación constante, lo que más motiva, reafirma Pedro Pablo Hernández Pérez, graduado de Diseño Industrial. Por eso recuerda aquella ocasión en que colgaron 250 ladrillos de barro del techo del Museo de Bellas Artes. En el taller disfrutan cuando les encargan transformar una sala de exposición, desde realizar el proyecto museográfico hasta concebir los colores de las paredes interiores y la música.
La premisa es satisfacer hasta los deseos aparentemente más sencillos. Así ocurrió con una persona que solicitó 10 rompecabezas, pedido negado en otros talleres. Hoy ella es una de las más fieles clientes.
Habana Estampa se concibe como escuela de creación, más que un mero taller productor. Por eso junto a Alfredo y Pedro, se integran Mario Armando y Heidi Rosa, egresados de Comunicación Visual, a quienes el mundo productivo les desarrolló el instinto que la academia no puede formar.
“Conjugamos varios enfoques dentro del grupo: el arquitecto, el diseñador industrial, el diseñador informacional y el productor. Todos son valores que aportan y nadie está por encima de nadie, porque somos un equipo”, aclara Alfredo.
La imagen y concepción de los establecimientos cubanos cambió en los últimos años. El sector de los emprendedores cubanos ha crecido con celeridad. Las empresas estatales también han comenzado a transformar su matriz comunicativa para hacerse competitivas en el mercado. En ese contexto, el diseño ha encontrado campo fértil para desarrollarse y, al mismo tiempo, enfrentar desafíos. “Los talleres son sitios donde alguien debe poder resolver sus problemas gracias a la comunión de conocimiento, tecnológica y creación”, afirma Rosales Díaz.
“La imagen de los lugares cambia y con esta la calidad aumenta también. El cambio de imagen influye en la retina y en la educación de las personas. El diseño en Cuba se ha acelerado, tiene más posibilidades de expresarse y gana en gusto y personalización. Se desarrolla junto a los procesos sociales y las personas ya están orientadas acerca de a dónde ir si quieren resolver algo. Se ha insertado más en la dinámica social y se ha vuelto más personalizado y humano. Los lugares de diseño son tan cercanos y comunes como aquellos donde se hacen las fotos de 15 años y de bodas”, opina Alfredo.
Por esa cercanía con los clientes, al taller capitalino llegan decenas de personas solicitando servicios. Para ellos es común asumir entre 8 y 10 pedidos simultáneamente, algunos de gran envergadura, como el diseño de un proyecto de museo para el Instituto de Geología y Paleontología.
El porqué de la denominación del taller era la pregunta inevitable que Alfredo debía contestar. “El nombre no lo puse yo, pero me gusta La Habana, la ciudad donde vivo. Y en cuanto a Estampa, por el deseo de estampar una huella, una huella de nuestro paso por la realidad. Ya sea desde niveles menores como crear un sello, hasta con un producto tridimensional”. Eso deja Habana Estampa: una huella en el acervo del diseño, en la Cuba que se transforma.
Yo estudié con Pedro Pablo, malo jugando futbol como el solo pero un buen amigo y gran diseñador. Un abrazo hermano y éxitos. Se te quiere.