Wifredo Lam (Sagua la Grande, Las Villas, Cuba, 1902 – París, Francia, 1982), mulato-chino-cubano, formado artísticamente en la Europa de entreguerras, al calor del desarrollo de los principales movimientos artísticos de vanguardia, ha trascendido como uno de los más importantes pintores, no solo del modernismo vanguardista caribeño o latinoamericano, sino de alta modernidad internacional.
Lam parte de Cuba rumbo a España en el año 1923, pues había obtenido una beca para hacer estudios de arte en el viejo continente. Cuando estalla la Guerra Civil Española, se alista en la contienda a favor de la República, integrando las milicias que defendieron Madrid. Después de esta trágica y turbulenta aventura —con anterioridad había perdido a su esposa e hijo, víctimas de la tuberculosis—, emigra a Francia; y su estancia en la capital de la vanguardia artística europea sería fundamental en el desarrollo de su lenguaje plástico. En París, entabla amistad con Picasso, expone junto a él y otros no menos singulares pintores, como Braque, Léger, Klee, Ernst, Miró, Gris, Chagall; se foguea, se forma, en la sensibilidad surrealista y en el lenguaje cubista. Pero, ante el avance del nazifascismo, Wifredo Lam, como muchos otros artistas, se embarca para América, solo que en su caso se trataba de un viaje de retorno, de vuelta a sus orígenes. Llega a Cuba en agosto de 1941, a la edad de 39 años; era el cierre de una etapa de formación académica, de peripecias políticas, de aprendizaje y asimilación de la sensibilidad estética y conceptual de la vanguardia, de desgarros personales, de maduración como hombre y como artista.
Permanece en su isla natal varios años, hasta que regresa finalmente a Francia. Sin embargo, su estancia en Cuba —a la que hay que añadir un viaje a Haití, realizado entre 1945 y 1946— tendría para el desarrollo de su obra plástica una repercusión rotunda, definitiva. Se sabe que la estética del arte primitivo africano fue estudiada meticulosamente por un pintor como Picasso; aunque, en sentido general, muchos de los artistas vanguardistas europeos sintieron un especial interés por el otro cultural de occidente, culturas percibidas como exóticas, primitivas, salvajes, en oposición al patrón racional e ilustrado de la modernidad occidental. Por su parte, Wifredo Lam pudo beber directamente en Cuba de los mitos, las imágenes, las leyendas, los misterios de la visualidad propia de las religiones cubanas de origen africano. De manera que en esta etapa de su creación pictórica, Lam logra algo muy importante para las vanguardias latinoamericanas del momento: una articulación orgánica, original entre el lenguaje plástico más contemporáneo —el desarrollado por las vanguardias europeas— y las tradiciones culturales de cada país. Con la orientación de estudiosos del folclor caribeño de la talla de Lydia Cabrera, Fernando Ortiz y Alejo Carpentier, Lam comienza a estudiar y a descubrir las singularidades y las riquezas de su cultura mestiza —de la que él mismo era una singular expresión—, consecuencia viviente de un coito fértil entre África, Asia y Europa.
Comienza entonces su trabajo de nuevas búsquedas estéticas por donde mismo comenzó a forjarse desde la plástica, la construcción de la identidad nacional de los pueblos del Caribe insular: por el paisaje. La Jungla (1943) —quizás la obra más conocida del pintor cubano—, fue el primer gran resultado de esa reorientación, tanto temática como formal, que experimentó su producción artística después del regreso a Cuba. En esta obra, la jungla es un cañaveral; y el cañaveral es un símbolo profundo en el imaginario cultural de las islas caribeñas que fueron colonias de plantación bajo el dominio de las potencias europeas. Las junglas naturales de las ínsulas, fueron destruidas para, en su lugar, plantar la caña de azúcar. Así, el cañaveral se convirtió en un símbolo visual (las nuevas junglas), en tanto paisaje extendido y característico de la campiña insular; pero también un símbolo que remite a un devenir histórico marcado por la colonización, la esclavitud, la explotación y el saqueo económico. Y después de lograda la independencia —el caso de Cuba, por ejemplo—, el cañaveral siguió siendo la base de una economía monoproductora y subdesarrollada. Lam condensa la historia en esa jungla tupida de cañas de azúcar, en la que seres extravagantes de manos y pies alargados, de glúteos y senos prominentes, parecen sumidos en un aquelarre, un festejo, en medio de una noche tan azulada y espesa como el cañaveral mismo. Toda esa imaginería simbólica, que es fondo y figura al mismo tiempo, expresa una superposición espacial y temporal de procesos históricos, que abre ante nuestra vista una profunda atmósfera poética.
Ahora bien, aunque este hallazgo e incorporación de la matriz cultural africana —tan viva y fuerte en los pueblos caribeños—, haya sido fundamental en el tránsito hacia un nuevo nivel de su creación, Wifredo Lam fue un hombre de una vasta cultura, razón por la que no es posible reducir la multiplicidad de referencias simbólicas que se entrecruzan en su obra, a un único referente cultural. Con seguridad, Lam bebió de todas las grandes culturas, sobre todo de sus tres progenitoras: la asiática, la europea y la africana. La confluencia armónica y dinámica de lo animal, lo humano y lo vegetal, es la mejor prueba de ello. Solo que en su obra no es posible encontrar en un estado simple, literal, los estereotipos que se asocian de manera superficial con las diferentes tradiciones culturales. Wifredo Lam, a semejanza de los pueblos con un alto índice de mestizaje, creó su propio imaginario estético sobre la base de la apropiación, la síntesis, la mezcla, la elaboración de mundos sensibles, la racionalización de lo mítico y la poetización de lo racional.