En los circuitos expositivos habaneros extraña a veces el espectador una propuesta sugerente, que genere saludable inclinación a la polémica. Es este el tipo de letargo cerebral que de manera automática rehúye el público informado, al tener noticia de una muestra del artista de la plástica Lázaro Saavedra (La Habana, 1964). Instantáneamente se activan los sistemas neuronales que promueven el acercamiento empático a la ironía, el triple sentido y el “chucho” sofisticado e inteligente. Su trayectoria así lo justiprecia, ya por la participación en experiencias de creación colectiva como Puré y Enema; como en su constante renovación morfológica a través de la incursión en el arte tecnológico, una aguda estética del “cachivache”; o mediante el empleo de un humor cáustico tanto como coloquial y anárquico.
Tratamos en este caso de un artista que continuamente ha indigestado los mecanismos sistémicos que propician la parálisis y absorción de los discursos artísticos, aun aquellos que en un inicio parecieran los más arriesgados y contestatarios. El intitulado “Altar de San Joseph Beuys” (1989), “Con la fuerza del ejemplo” (1993) o “El detector de ideologías” (1989)1 son algunas de sus firmas emblemáticas en este sentido. Estas obras ejemplifican, en mi opinión, la temeraria vocación de promover la idea exacta en el momento neurálgico. Las fechas cuentan una historia, basta que consulte el lector las piezas sueltas del acontecer socioeconómico y cultural de las últimas décadas.
La muestra “Sin concepto” (11/Septiembre-18/Octubre de 2013) que Lázaro presenta esta vez en Galería Habana, constituye un incitante rompecabezas; nada hay que desconcierte tanto como una declaración de principios: “Esta exposición no tiene concepto y está mal curada. El artista y la galería no se responsabilizan con las consecuencias que esto pueda traer para su estabilidad mental”. ¿Qué decir de las involuntarias reflexiones o, usando un término menos viciado, deconstrucciones que desinhibe una propuesta como esta, capaz de amenazar la “estabilidad mental” de visitantes inflexibles u ortodoxos? Pero no hay remedio, buscamos organicidad allí donde nadie pretendió ponerla, de modo tal que, al escrutar las diversas piezas incluidas aquí, pocos conceptos o esquemas van quedando inmunes.
Pongamos de relieve en primer caso la recurrencia al texto en la conformación de la obra, para ser consecuente con su perspectiva post-conceptualista –en ocasiones cínica– del arte y la sociedad. Tal es el caso de “Debajo de esta palabra se esconde un gran concepto” (2013) o “Detrás de esta obra lo que hay es mierda” (2013). En ambos casos encara Saavedra la recurrencia a la popularizada “metatranca” en los procesos habituales de consumo e interpretación del arte, cuando se obstaculizan sentidos elementales planteados por la obra, debido a una inevitable ansiedad esnobista o al menosprecio del valor de una idea simple y rotunda.
Diferente es el argumento de “Software cubano” (2012), donde ensaya un cuadro sinóptico que recuerda la rígida sistematización de las corrientes ideológicas tan estudiadas del siglo XIX cubano. Solo que este software constituye una bitácora insolente de los delgados márgenes por los que transcurren las elecciones político-ideológicas del cubano de hoy, peripatético descubrimiento de una verdad esencial: arrinconado al diario batallar por la supervivencia, el sujeto social cubano tiene una estrechísima posibilidad de albedrío. En la lógica negación de los esquemas políticos definidos verticalmente desde la juventud de mis padres, se haya la génesis de su propia perpetuación.
En otro sentido se emplean los textos que acompañan en forma de grafitis a la mayoría de las propuestas de “Sin concepto”: como notas al margen que generan una suerte de imagen paranoica, el artista, una vez terminado el proceso de montaje, consigue desvestirse de sí mismo y deviene alter ego saboteador y corrosivo, cuestiona, desvirtúa, se opone a la pandemia de la unanimidad y decide hacer algo nuevo con su pensamiento. Y este gesto dadaísta resulta sobre todo inmisericorde con el uso inflado, demagógico de la palabra. Me refiero a un tipo específico, la del “Hombre que se alimentaba de monólogo” (2012) o la de “Narcigogia” (2013), autocomplaciente recurrencia a la manipulación mass mediática, la hegemonía del verbo, o la masturbación exhaustiva de consignas cristalizadas.
Algunas de estas creaciones constituyen fichas históricas o expedientes de una obra, que el artista trae a colación en este año 2013. Así ocurre con el “Carlos Marx”, recreación de una imagen caricaturizada en técnica mixta sobre cartulina (1987), intervenida de un poster (1992), grabada en serigrafía (2000) y esculpida (2013). Las revisiones críticas, incisivas a las que son sometidas las ideologías y doctrinas por el paso del tiempo, determinan un proceso natural, dialéctico (y valga significativamente el término). La obra resulta leitmotiv de sí misma, pero en cada aparición se complejiza: anotemos concienzudamente, para nuestro capote, los signos de su metamorfosis. Un caso también relacionable en este ítem sería “El detector de ideologías” (1989-2013), “que no funciona por falta de piezas”.
Esa insistente re-contextualización se vuelve personalísima en una obra conclusiva: “Mima” (2013). Esta pieza surge como memoria antropológica de un pasado reciente, las décadas de los ’70-’90 en Cuba: la filiación entusiasta a las organizaciones, la pretensión inclusivista, el fervor insomne y vigilante, la emulación socialista… Su morfología refiere la estructura caótica de los murales que afloraron y sobreviven aún en los centros de trabajo, CDRs y cooperativas; palimpsestos de noticias, efemérides, optimistas sobrecumplimientos. En la pared apreciamos fotografías, diplomas, reconocimientos, recibos de pagos de cotizaciones, libretas de abasto de productos alimenticios… en fin, la reconstrucción de la biografía familiar, social e histórica de una persona, que es también la de una generación.
Al pie de tal muestrario, enfatizando la idea de “sitial de honor” plus espacio devocional, un altar improvisado que hace referencia al camuflaje de figuras religiosas de sincrética procedencia, a través de muñecas negras. Esta práctica fue habitual en muchos hogares cubanos –estrategia de sobrevivencia de una fe históricamente marginada– que tuvo lugar durante los incontables años en que la religiosidad, en su sentido más amplio, fue considerada no afín al proceso revolucionario.
A veces sobran los comentarios cuando anonadan las imágenes, con la serena confianza del que en sí mismo se basta y sobra. Como sobran también los conceptos, para qué los necesitamos. Bien podríamos dejarlos reposar en una plataforma, o tal vez construirles un sitial de honor. Olvidar es, a fin de cuentas, así el daño como el castigo.
1 Es usual en este artista la realización de versiones de algunas de sus obras en diversos soportes, formatos o variando determinados elementos. Se gesta así una suerte de obra procesual, lo cual explica que se fechen algunas de sus piezas a partir de intervalos temporales [Información confirmada por Brilly Nande Pérez, representante y esposa del artista, a la que agradezco su gentil colaboración].