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Después de 15 años de silencio ajeno a mi voluntad, regreso a las galerías de mi país con una exposición que es un grito del alma, “Tú no me conoces”.
En el corazón de esta muestra late la obra “Día a día”, una instalación que es mi declaración de resistencia y resiliencia. Una obra que nació para hablar sin miedo: 469 ollas de presión usadas y tiznadas.
No es un número cualquiera. Son la representación de los días de lucha, desgaste y presión. Representa la repetición infinita, los días que se suceden uno tras otro, casi como una condena. Es un número que no es redondo, lo que sugiere que el ciclo no tiene un fin claro.

Cada olla cuenta una historia de fuego, resistencia y trabajo invisible. El hollín no es suciedad, es la huella de la vida que se ha cocido dentro.
En el centro, la pureza y la vulnerabilidad. La maternidad como acto de amor y entrega, esculpida en la frialdad eterna del mármol, pero rodeada por el calor abrasador de lo cotidiano. Es el ideal asediado por la cruda realidad.
Esta obra habla de las amarras invisibles que oprimen a la mujer, a la familia, al creador. La olla a presión es el símbolo perfecto de un entorno que contiene, que aguanta, pero que siempre está al borde de la explosión.
Es un homenaje a todas las madres que crían con valor entre el agotamiento y la esperanza. Que se desviven “día a día” entre el deber y el amor, entre el cansancio y la ternura.
No hay espacio para lo idealizado. Esta obra es un reflejo de la realidad cruda, de lo vivido, de lo sudado. No quería una metáfora pulida, sino una verdad con manchas, marcas y memoria.
Fue una búsqueda épica. Recorrer La Habana, preguntar, insistir. Cada olla recuperada es un testimonio de perseverancia, igual que la lucha diaria del cubano. Esta obra no solo se pensó, se sudó.

El rechazo a una vida y un arte “bonito” y decorativo
El arte no es solo para adornar paredes, es para remover conciencias, para interrogarnos, para reflejar lo que duele y lo que cura.
Si no genera preguntas, no cumple su función. “Día a día” no es cómoda, pero es honesta. Es un espejo de nuestra sociedad, de nuestras contradicciones, de nuestra fuerza. Es la metáfora que todos entendemos.
Hacer esta obra y exponerla fue un acto de rebeldía. Es mi manera de decir que el artista debe ser libre para crear desde la verdad, aunque eso implique nadar contra la corriente.
Esta exposición es más que arte; es mi legado, mi verdad expuesta sin máscaras.
Los invito a verla, a sentirla y, sobre todo, a conversar con ella. Porque ahora sí… ya me conocen.
PD: Y ahora vengan otros 15 años de ostracismo.












