“En el año 1924 (…) Gattorno escandaliza a sus antiguos profesores”.
“El criollismo del arte de Abela es criollismo en profundidad”.
“Carlos Enríquez ha sido lo bastante fuerte para sentar el oficio sobre sus rodillas y someterlo a sus caprichos”.
“Lam ha dado, en Cuba, con la clave del problema planteado por Unamuno ‘hallar lo universal en entrañas de lo local, y en lo circunscrito lo eterno’”.
Del chisme al concepto, los flashazos de tales pintores, entre otros, pueden leerse como siluetas biográficas en la exposición Alejo Carpentier, un adelantado de la modernidad, inaugurada este viernes en la sala transitoria del tercer piso del edificio de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
Los citados por Carpentier (Lausana 1904-París, 1980) fueron sus amigos desde Europa, en el paréntesis entrebélico, mas no por ello les regaló un pase a la fama a través de Social, una de las revistas de la jet set sacarocrática de la isla, que costaba toda una fortuna para la época: 40 centavos.
Alejo Carpentier debió ser un tipo aristotélico: más amigo de la verdad que de sus propias amistades. Sus criterios, sobre este o aquel artista, de la plástica o no, contenían la autenticidad de un juicio tan razonado como insobornable. La coherencia mental y, si se quiere también con lícita especulación, su vanidad intelectual, le impedían opciones complacientes.
“Realmente cuando hablamos de modernidad, estamos hablando del periodo en que la pintura cubana llega como a una mayoría de edad, en las dos primeras décadas del siglo XX”, dice a OnCuba el curador de la muestra, Roberto Cobas.
Cobas (La Habana 1957), lleva más de tres décadas desplegando bajo la lupa el mapa de la pintura y los pintores de la Cuba republicana hasta 1958. Académicos y antiacadémicos, clásicos y disruptivos, quedados y diaspóricos han pasado por su escrutinio.
Textos luminosos
“La modernidad irrumpe a partir de 1927 y se mantiene, como proceso, hasta los años 50”, periodiza el experto. Y en medio del ir y venir de dos generaciones vanguardistas, —muchos disidentes de la academia que los ilustró—Carpentier nos remite con su escritura a “un hombre excepcional en cuanto a su intelecto”, que a los 23 años redacta las palabras para la exposición de Antonio Gattorno (1904-1980) “uno de los primeros modernistas en regresar de Europa”, siendo sus comentarios “proféticos”.
Y en efecto. El exalumno de Romañach se fue contra la academia y realizó una gran carrera dentro de la innovación plástica.
Cobas resalta el hecho de que, igualmente, Carpentier era uno de los cinco directores de la Revista de Avance, una pentarquía editorial que integraban Jorge Mañach, Francisco Ichaso, Juan Marinello y el español Martí Casanovas.
“Los textos luminosos de Alejo Carpentier, que se pueden leer en la exposición, van a servir para, de buen grado, abrir paso a las carreras de algunos artistas que luego estuvieron entre los más relevantes de nuestra pintura”, estima el curador.
Además del ya citado Gattorno, tales son los casos de Marcelo Pogollotti (hijo de Domenico, el promotor del barrio obrero en Marianao), Eduardo Abela y Carlos Enríquez. También Amelia Peláez y Wifredo Lam. Ellos permanecieron en Europa en sincronía con el autor de El siglo de las luces y se beneficiaron de su buena prensa.
En el caso particular de Abela, acota el especialista del MNBBAA, Carpentier entrega al artista mucha información sobre la cultura afrocubana y, a partir de entonces, Abela comienza a introducir en su obra temas relativos al acervo afrocubano al punto que hoy día hay varios cuadros suyos de esa naturaleza en las salas del Museo Nacional.
Y eso explica que también Abela pudiera ser considerado entre los grandes artistas que trabajaron el tema de la mixtura étnica entre África, Europa y Latinoamérica, como el uruguayo Pedro Figari o el brasileño Emilio Di Cavalcanti.
En la muestra también aparecen lienzos de René Portocarrero, Raúl Milián y Rafael Moreno, “que es un autor primitivista al cual Carpentier dedica algunas páginas maravillosas”.
La obra de Moreno (de origen español, pintor de brocha gorda y albañil, radicado en Matanzas en 1923), llamó la atención del marchand francés Pierre Loeb, quien le compro varias obras, tres de las cuales se exhibieron en la mítica exposición Modern Cuban Painters en el MoMA de Nueva York en 1944, apunta Cobas.
Su obra incluye piezas como Cuento rumano (1946), que aunque tiene influencias surrealistas, mantiene un estilo que se aleja de las corrientes contemporáneas de su tiempo en Cuba.
Según Cobas, la exposición pretende redimensionar cómo unos textos periodísticos “marcaron una agenda de desarrollo para el arte cubano” y por lo tanto “aquí tan importantes son las obras como los textos. Yo diría que más importantes son los textos, porque estamos en función de Carpentier”.
Digresión obligada
En El siglo de las luces, (dicho sea y no de paso), el autor describe el cuadro titulado Explosión en una catedral, de François Nomé (Metz, 1593) para ilustrar cómo los sueños de libertad y progreso se desmoronan en la dialéctica perversa de las revoluciones, reflejando el desencanto de los personajes, especialmente del protagonista Esteban. Igualmente, hay referencias a obras de Francisco de Goya, como La carga de los mamelucos y Los fusilamientos de la Moncloa.
“Imaginé —nos dice Carpentier— que en la casa de los adolescentes, en La Habana Vieja, se hallaba un cuadro de Monsu Desiderio titulado Explosión en una catedral. La hipótesis novelesca me parecía atrevida, no había ninguna razón para que un cuadro de Monsu estuviera en La Habana en esa época. Cuál sería mi sorpresa al descubrir, poco tiempo después, que en nuestro Museo Nacional hay uno de los cuadros más importantes de Monsu y que por consiguiente, sí, había un cuadro en La Habana del siglo XVIII”.
Un autoaprendiz
Me llama la atención que Carpentier no tenía estudios académicos sobre arte, salvo los que pudo obtener durante su bachillerato. Luego, apenas si hizo un par de años de Arquitectura en la Universidad de La Habana y eso fue todo. El resto fue autodidactismo puro y duro. ¿Especulo?
Sí, sí, era un autodidacta, pero un autodidacta de una profundidad extraordinaria. Él, sin ser un especialista en música, escribió un libro en tres tomos sobre la música en Cuba, que es un clásico.
Carpentier, bueno, es obvio, fue un novelista y un narrador de cuentos extraordinario, formidable. En este caso, yo sobre todo trato de avanzar en el terreno del periodismo cultural, que él practica desde Europa. Y después, cuando regresa a Cuba, en el año 1939, y se reencuentra con Lam en el 41.
Lam y Carpentier, mucho más que un par de buenos amigos
Lam merece un punto y aparte. Hay una simbiosis propositiva entre ambos…
Ese reencuentro es fantástico, porque Alejo Carpentier es un amante de la cultura afrocubana y encontró en el lenguaje de Lam virtudes que hacían que la pintura afrocubana, tal como la concebía Lam, pudiera ser entendida y asimilada tanto por los cubanos y los latinoamericanos como por los europeos.
Cobas nos recuerda que será precisamente Carpentier quien en 1944 señala en uno de sus artículos, tempranamente, el alcance reivindicativo de la obra decolonial de Lam ante un Occidente narcisista.
“El cuadro monumental de La jungla, y todos los que lo anunciaron y de él derivaron, constituyen una aportación trascendental al nuevo mundo de la pintura americana”, establece la mira carpenteriana.
“Al consolidar lo que será el núcleo central de su poética —alrededor del cual girarán en forma de espiral sus etapas posteriores— Lam explora temas tradicionales de la pintura, a los que incorpora una visualidad diferente como resultado de la síntesis del cubismo y el surrealismo”, analiza, por su parte, el curador.
“El artista alcanza una nueva dimensión pictórica a partir de la interpretación poética de la singular realidad americana”-añade Cobas y devela la conexión entre uno y otro.
“Es la concreción plástica de lo real maravilloso, la revolucionaria tesis que Alejo Carpentier formulara en el prólogo de su novela El reino de este mundo. En ella el insigne novelista pone en evidencia la decadencia a la que ha llegado el surrealismo a la altura de la cuarta década del siglo XX”.
Cobas cita en su estudio el carácter epifánico que proyectó la plástica lamiana en Carpentier: “Y tuvo que ser un pintor de América, el cubano Wifredo Lam, quien nos enseñara (…) la desenfrenada Creación de Formas de nuestra naturaleza (…) en cuadros monumentales de una expresión única en la pintura contemporánea”.
La Academia y la libertad: ¿aceite y vinagre?
Al principio de esta charla, Ud. dice que Carpentier abre las puertas a estos pintores hacia el interior de Cuba. Debo entender que estos pintores no eran entonces tan conocidos y que Carpentier, desde Europa, los iluminó y los lanzó entonces, digamos, al conocimiento más amplio de su arte en la isla.
Algunos de estos pintores eran tan jóvenes como Carpentier. O sea, Carpentier tenía una vocación decidida y definitiva por la literatura y el periodismo. Pero estos pintores, Abela, Pogolotti, Carlos Enríquez, eran pintores jóvenes que intentaban abrirse paso en Europa, y llevaron al lienzo algunos de los clásicos de la pintura cubana en Europa. Eso es muy interesante de señalar.
¿Y por qué no lo hicieron en Cuba?
Porque en Cuba el sistema de enseñanza de la Academia San Alejandro era un sistema de enseñanza caduco, atrasado, abigarrado, lleno de fórmulas, algunas válidas, otras no tanto, y realmente ellos querían ir hacia París, hacia Europa, donde el arte estaba mucho más avanzado. En París, se estaban fogueando las vertientes más interesantes y más fecundas del arte contemporáneo de la época, y ellos realmente aquí en Cuba no hubieran podido encontrar eso.
Carlos Enríquez, por ejemplo, encontró el surrealismo entre España y Francia. En el caso de Pogolotti, halló la pintura futurista en Italia (Boccioni, Balla y Severin, entre otros. NDP). Él exhibió con los pintores futuristas italianos, que es de lo cual escribe Carpentier en su crónica, y es lo que se muestra en la sala, la etapa menos conocida de un Pogolotti muy joven, pero que es un creador del que ya da fe Carpentier, diciendo que era el pintor de ideas más avanzadas que había dado Cuba.
En el caso de Lam, Carpentier no escribe sobre él en Europa, sino en Cuba, lo cual era bien importante, porque Lam cuando desembarca en el 41, después de haber pasado casi 18 años en Europa, era un desconocido en su tierra.
Entonces, él tiene dos ángeles de la guarda que lo protegen y lo iluminan y lo ayudan en la isla: Lydia Cabrera, por un lado, y Alejo Carpentier, por el otro. Y los textos de Carpentier sobre la obra de Lam le insuflan proyección aquí y fuera, sobre todo porque Lam necesitaba tener un mercado aquí donde vender sus piezas. Y ese fue el período más productivo y célebre de Lam, el que hizo en La Habana durante los 40 y los 50.
¿Y el propio Carpentier nunca estuvo tentado en tomar los pinceles? O sea, ¿no hay nada que registre una labor gráfica Carpentier, teniendo en cuenta su pasión por las artes plásticas?
No, curiosamente no. Nunca tomó un pincel, nunca le interesó expresarse a través de la pintura.
Yo creo que él hizo una exploración casi total de lo que fue la literatura. Y cuando te hablo de la literatura, no solo te hablo de la novelística, te hablo de su trabajo como periodista, que fue muy fecundo. Hizo mucho periodismo para la revista Social en Cuba, en los finales de los años 20 y principios de los 30, como ya apuntaba, y después en Caracas, donde escribe para el periódico El Nacional una sección que se llamó “Letra y solfa”.
Entonces, su trabajo como periodista era muy importante, porque era prácticamente lo que le daba de comer, pues las novelas siempre demoraban mucho más tiempo en salir de la imprenta y, por otra parte, era una interrogante su eventual éxito editorial.
Pinacoteca carpenteriana
La Fundación Alejo Carpentier, en el barrio habanero de El Vedado, cuenta con un patrimonio donado por Lilia Esteban de Carpentier, la viuda del autor, que incluye objetos personales y documentos relevantes para la investigación sobre su vida y obra.
Para el curador Roberto Cobas “tenía una colección no tan vasta como pudo ser, pero aceptable. Eran obras que le obsequiaban sus amigos artistas… Eduardo Abela, Joan Miró (el premio Cervantes, con el que fue distinguido Carpentier en 1977, otorga una reproducción de una de sus esculturas, El segador). También poseía la muy famosa silla de Wifredo Lam, una tela que el escritor la donó al Museo Nacional”.
A tenor del centenario del escritor, en 2004, fue exhibido en el Museo Nacional un conjunto de su colección compuesta por una treintena de piezas (entre grabados, pinturas, dibujos y cerámicas), que reveló la diversidad de tendencias y nacionalidades, pero todas dentro del vanguardismo representado por los españoles Joan Miró y Antonio Saura; los cubanos Wifredo Lam, René Portocarrero, Antonia Eiriz, Amelia Peláez y Eduardo Abela; los mexicanos José Luis Cuevas y Alberto Gironella; y el francés Jean Hugo.
La exposición
Como parte de la curaduría, se dispuso una amplia mesa para mostrar documentos, fotos y catálogos amablemente prestados por la Fundación Alejo Carpentier.
“Entonces hay toda una documentación visual que los espectadores pueden revisar y, por otra parte, las piezas exhibidas son avaladas y explicadas por textos carpenterianos publicados en la prensa que pueden leerse al lado de las obras”, explica Cobas.
En el caso del cuadro El Tercer Mundo, pintado por Lam en 1966, se hace acompañar por el fragmento de una conferencia radiofónica de Carpentier en la que deconstruye la obra en todo su aparato simbólico.
La casi totalidad de las obras expuestas son óleos soportados sobre tela, aunque hay una tinta sobre papel, autoría de Raúl Milián. Ni la escultura, ni la cerámica están presentes.
A su vez, el criterio curatorial manejado para esta ocasión obvió la crítica carpenteriana en torno a la cartelística. “Incluir el cartel era entrar como en otro mundo, ¿no? En otra línea de trabajo”, alega el experto.
“Él sentía una gran admiración por los afiches. Hizo un texto fantástico sobre el tema que, haciendo un abuso de memoria, creo se colocó en el Museo George Pompidou en París”, agrega. “Igualmente publicó algunos textos muy modestos sobre algunos artistas contemporáneos cubanos, pero la mayor parte de sus comentarios tratan de artistas universales”.
Cobas adelanta. A partir del 12 de febrero, el MNBBAA ofrecerá un ciclo de conferencias sobre el autor de Los pasos perdidos.
Las charlas se harán acompañar de los documentales filmados por el Icaic en los años 60 y 70 con un Carpentier tan locuaz como erudito que diserta en torno a La Habana, el surrealismo y su novelística. “Era un extraordinario orador y verlo siempre en estos audiovisuales se disfruta muchísimo”, apostilla.
Escorzo final
Una combinación del amor de Alejo Carpentier por las artes visuales y su compromiso político con la Revolución cubana lo llevó a donar el fondo en metálico que recibió del Premio Cervantes, el cual ascendía a unos 40 mil dólares. Ese monto, según la voluntad del autor de La consagración de la primavera, sería empleado en la compra de materiales de artes plásticas y la financiación de reproducciones de arte universal que se exhibieron en galerías de todo el país. Y así fue. Visto ahora en la perspectiva del tiempo, el tema cierra la entrevista con el curador Roberto Cobas Amate.
¿Cómo Ud. aprecia ese gesto?
Mira, yo voy a ser sincero. Pienso que ese dinero del premio Cervantes que ganó Carpentier fue un dinero que se perdió, en el sentido de la compra de reproducciones para las galerías de arte. Al cabo del tiempo, todas esas réplicas se fueron deteriorando, con nuestro clima tan húmedo, de tal manera que han ido desapareciendo o ya han desaparecido. Yo pienso que Carpentier lo mejor que pudo haber hecho fue haber comprado una o dos obras contundentes para el Museo Nacional u otra institución y su gesto hubiera trascendido en el tiempo. Esa presión colectivista de llevar el arte a la masa, fue un fracaso.
Bueno, son las épocas y sus exigencias, ¿no?
Sí, en ese momento se veía muy bien. Los momentos históricos son muy importantes y muchas veces, determinan.
La exposición Alejo Carpentier, un adelantado de la modernidad, se sustenta exclusivamente con los fondos del Museo Nacional de Bellas Artes y estará abierta hasta el próximo 6 de abril.
Hay tentaciones que no se pueden evitar. Esta es una de ellas.