A finales de la década de los 80 la fotografía artística cubana experimentó una mutación radical, que tuvo su eclosión en el decenio subsiguiente. Fue un gran cambio temático y de códigos expresivos, y hasta podríamos decir que en toda la línea de la visualidad y la estética. Temas como lo marginal, el cuerpo, la sexualidad y las cuestiones de género, la religión y, dentro de esta, lo asociado a las culturas afrodescendientes, así como la arquitectura y la ciudad, la pobreza y la desigualdad, conformaron un rosario de asuntos que desbancaron a la fotografía de la épica. Lo documental siguió existiendo, pero la imaginación artística alcanzó primacía y comenzó a reinar, de manera casi absoluta, el imperio de la metáfora.
De esa manera, la fotografía cubana se abría a las corrientes en boga del mainstream del arte contemporáneo, y otros temas y preocupaciones estéticas centraron las obras de un grupo de talentosos artistas, entre ellos René Peña. Con la serie Muñeca mía (1992), su obra se colocó entre lo más interesante del panorama artístico cubano, no solo el fotográfico. A partir de ese momento, sus series y fotografías comenzaron a concitar la atención de la crítica especializada y sus exposiciones elogiadas constantemente.
En esas imágenes se apreciaron cuestiones relacionadas con los problemas sociales, de género y raciales, que luego serían permanentes en su trabajo, siempre desde una irreverencia —a veces agresividad— posicionada con fuerza en lo mejor de un arte que en la década de los noventa atrapó la atención de los centros de arte internacionales.
El uso de la autorreferencialidad en la fotografía, que había inaugurado Marta María Pérez, y antes Ana Mendieta en su obra artística en general, se hizo recurrente en la obra de Peña. Su anatomía fue el cuerpo de piel negra, ausente en la fotografía cubana por décadas, y que se hizo protagónico en el arte contemporáneo cubano, junto con otros artistas, no solo fotógrafos, como María Magdalena Campos, Juan Carlos Alom, Elio Rodríguez, entre otros.
La obra de René Peña ha sido insistente en llamar la atención sobre la carga cultural que reside en el cuerpo negro, tan olvidada en grandes zonas del arte internacional. Ese cuerpo se hizo imagen hereje, estrategia discursiva y crítica mordaz a la invisibilización existente hasta ese momento, convocando miradas hacia la composición étnica y cultural de la sociedad insular. Se puede afirmar, sin temor a exageración, que muchas de las fotografías de Peña interpelan al público degustador, lo hace pensar.
Sobre todos estos aspectos, la capacidad camaleónica de su iconografía y la fuerza expresiva que emana de ella, así como el papel sobresaliente del imaginario de Peña en el arte del cambio de siglo y la sinceridad y transparencia con que su obra se instaló, hablaron los especialistas convocados por Juanamaría Cordones-Cook, realizadora audiovisual, curadora y profesora de la Universidad de Missouri, Estados Unidos, quien nos entregó recientemente el documental René Peña: provocación en la fotografía (2024). El material, presentado en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, ante un numeroso público, resulta una inmersión profunda en las caudalosas aguas de la obra de Peña.
Durante 52 minutos desfilan ante los ojos de los espectadores imágenes fotográficas de la vida y obra del artista, además de las opiniones de varios especialistas consultados, Odette Casamayor, Juan Roberto Diago, Roberto Zurbano, Cristina Vives y quien escribe. El documental, subtitulado al inglés y con la voz en off de la poeta Nancy Morejón, se revela como una conversación coral sobre Peña y su obra sobresaliente.
Intercaladas con las intervenciones de los especialistas aparecen las confesiones del propio Peña, quien se refiere a su vida, su familia y sus comienzos en la fotografía. Él fue absolutamente autodidacta y comenta con amenidad sus opiniones sobre la diferencia entre la fotografía analógica y la digital y acerca de las preferencias de los usos de la imagen de colores o el tradicional blanco y negro de sus inicios.
Sus opiniones son equilibradas y sosegadas, es un Pupy Peña muy centrado en lo que dice, no tan locuaz y dicharachero como suele ser, pero sobrio en el abordaje de lo esencial de su trayectoria vital.
Mientras el artista y los invitados expresan sus plurales opiniones, aunque con evidentes coincidencias, las piezas más relevantes del quehacer de René Peña van desfilando en el documental (algunas no muy conocidas) y Nancy Morejón habla según lo escrito en el guión.
Se trata de una curaduría muy rigurosa que pone en evidencia la potente poética del artista. Realmente, y creo que es lo más importante de este documental, se produce una verdadera articulación entre imágenes y palabras que le confiere el toque de conocimiento sobre la obra de Peña.
La realizadora lideró un reducido pero muy eficaz equipo de filmación que la acompañó en los distintos escenarios empleados, fundamentalmente las salas de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes. El trabajo de edición también se realizó en Cuba con consultas a Juanamaría por vías electrónicas; en ese sentido hubo una realización conjunta desde ambos países.
Juanamaría Cordones-Cook posee una extensa obra fílmica, compuesta por 32 documentales sobre el arte y la literatura cubanos. Ha sido nominada a los Premios Enmy (2013), ha merecido lauros y reconocimientos y sus obras han sido mostradas en distinguidos espacios académicos y centros de arte internacionales. Ella se ha enfocado en obras de artistas afrodescendientes de la isla como Manuel Mendive, Juan Roberto Diago, Belkis Ayón y en la de intelectuales como Eugenio Hernández Espinosa, Gisela Arandia, Zuleica Romay y Georgina Herrera, entre otros, así como en diferentes temáticas relacionadas.
Este documental significa una nueva mirada a la obra de uno de los más relevantes artistas del arte contemporáneo en Cuba.