Roberto Salas dice haber llegado al teatro “por escapar de la Matemática, la Química y la Física”. Desde entonces, han pasado dos décadas. En el camino surgió Gigantería, proyecto teatral que ha llenado la ciudad de música, baile y representación durante quince años, hasta lograr convertirse en el grupo de arte callejero más importante del país.
¿Cómo se conforma Gigantería?
Yo era parte de una de las tres células que en el año 2000 nos encontramos en esta parte de la ciudad haciendo cosas muy similares. Una de ellas estaba radicada en el Vedado, alrededor de Vicente Revuelta. Otra en el Cerro, y otra en Centro Habana. Entre las tres había muchos puntos de contacto como los sancos, el trabajo comunitario en barrios desfavorecidos, las preocupaciones ecológicas, la inquietud como artistas de para qué sirve lo que hacemos.
Cuando nos unimos en esta parte de la ciudad, casi por accidente, nos dimos cuenta de que juntos éramos más fuertes que separados. A partir de ahí empezamos a interactuar con más frecuencia, hasta que ya no estuvimos más aislados. Surgió entre nosotros una sinergia que permitió un impacto de mayor visibilidad en nuestro trabajo. Y se dio algo interesante: por primera vez empezamos a pedir dinero por lo que hacíamos.
¿Cómo ha funcionado esta manera de autofinanciamiento?
Al inicio hubo mucho descontento entre algunas instituciones. Los policías no entendían lo que hacíamos, y el público notó que rompimos con algo establecido culturalmente. Ese dinero creó un concepto de sostenibilidad. Nosotros somos, posiblemente, la primera compañía profesional autogestiva, que vive de sus propios ingresos sin necesidad de salarios estatales, después de 1959.
Así hemos podido crear estrategias de alianza y, con el tiempo, hacer evolucionar y madurar el propio concepto de grupo hacia el concepto de red.
¿Cómo se explica este concepto?
Trabajamos más en red que en grupo. El concepto de red abarca la posibilidad de trabajar con otros artistas callejeros de Cuba, que han sido formados a partir del contacto con nosotros o a partir de sus propias vivencias. Eso abarca desde artistas amigos, hasta alumnos que tenemos en diferentes provincias.
Hemos hecho alianzas con muchos artistas callejeros que han encontrado en nuestro hacer una referencia en los últimos años. No me atrevería a decir que es una referencia buena o mala. Pero sí creo que, en el arte, todo lo que sea auténtico, que vaya por el camino del corazón y tenga una conciencia social, es bueno. Y Gigantería lleva muchos años trabajando así.
¿Cuáles han sido los enfoques a los que ha estado direccionado el grupo desde sus inicios?
En el comienzo investigamos, por supuesto, los sancos, que llevan en esta parte de la ciudad casi doscientos años. Empezamos a investigar y a darnos cuenta de que había un arsenal histórico de vivencias muy asociadas al espacio público como las fiestas tradicionales, los paseos de la Atarasca -que, por cierto, hacía más de doscientos años no se hacían en La Habana- y Gigantería se replanteó esa tradición y volvió a manosearla desde la modernidad, con otros sentidos, dialogando con la historia, tratando de hacerlo de un modo distinto, explorando desde el punto de vista práctico muchas maneras de intervenir la ciudad.
Ese ha sido nuestro enfoque. Y el mío, particularmente como hacedor, ha estado dirigido a descubrir que podemos dialogar con la ciudad de muchos modos, no solo haciendo pasacalles. Aunque los pasacalles quizás son la parte más conocida de nuestra obra, porque hemos hecho más de tres mil intervenciones públicas.
Ahora Gigantería no tiene nada que ver con lo que era quince años atrás. Los grupos son células que cambian y los artistas también cambiamos. Nos damos cuenta cada día por la mañana, de que vamos envejeciendo. O sea, seguimos haciendo lo mismo, pero el tiempo empieza a dejar sus huellas sobre nosotros.
Y eso pasa con los grupos de un modo constante. Envejecen y, al mismo tiempo, eso crea la necesidad de volver a rejuvenecer después de cierto tiempo. Ahora mismo estamos tratando de buscar nuevos aliados, de hacer nuevos talleres, de transmitir lo poco que sabemos a otras personas, a través tanto de los pasacalles como de las estatuas vivientes, el teatro invisible, las prácticas de teatro social en las que el teatro se vuelve un elemento completamente invisible.
¿En qué consiste esto del «teatro invisible»?
Por ejemplo, te cuento una acción. En una época en que La Habana estuvo llena de unas guaguas que habían evidentemente sido importadas desde Europa, por su sistema de ventilación (de esto hace unos cinco años aproximadamente), no había una línea de transporte que no tuviera estas guaguas, muy calurosas, casi sin ventanas.
Nosotros dijimos: “Aquí hay un motivo para discursar con la gente”. Hice un equipo con cerca de cuarenta artistas callejeros y nos montábamos en esas guaguas disimulando que no éramos artistas, vestidos de manera común, para crear situaciones en las que buscábamos provocar a los espectadores, para hacerlos reflexionar y que se hicieran conscientes de aquella locura del Ministerio del Transporte.
¿Cómo en pleno verano vamos a andar en una guagua hecha para frío? Era una locura.
En aquellas representaciones, teatralizábamos a embarazadas que se desmayaban, a gente que empezaba a pelear por el exceso de calor. Era muy interesante. Al final, aquello era un acto de provocación social. Pero ¿qué cosa es el arte sino eso mismo?
Usted se ha referido a Vicente Revuelta como un gran maestro suyo. ¿Cómo fue el aprendizaje cerca de él?
Vicente Revuelta concebía el aprendizaje a partir de lo que él llamaba “La relación entre el «tú» y el «yo». A partir del «tú» y el «yo», hay un proceso de sinceridad, de aprender de uno mismo, de utilizar el teatro como un pretexto para abrir puertas hacia el conocimiento de lo que somos.
Él decía que yo era el maestro suyo pero, por supuesto, en realidad lo que sucedía era que él era mi maestro. Juntos hacíamos muchas cosas que pueden rebasar el límite de lo que tradicionalmente se establece en las relaciones entre un director y un actor.
Yo aprendí de su humildad, de su desenfreno, de sus ansias de conocimiento, de su experimentación, de la búsqueda de un sentido para el teatro, más allá de la complacencia comercial.
¿Cuál ha sido su camino personal en el recorrido junto al grupo y sus cambios a través del tiempo?
El teatro de calle me ha servido para interactuar con todo tipo de comunidades, de barrios desfavorecidos, niños con problemas de amparo filial, con problemas sociales, enfermos de distintas dolencias terminales, cosas muy tristes, pero también me ha dado la felicidad de llegar a la montaña, a lugares en los que no se hace teatro. La oportunidad de viajar un poco, no solo por toda Cuba, sino también por Europa, por América. Hasta el Amazonas fuimos.
Los caminos por los que nos ha llevado el arte callejero han sido largos. Aunque he tenido la posibilidad de trabajar como artista de calle lo mismo en 30 ciudades de Estados Unidos que en otros países de América, no cambio la experiencia del Centro Histórico de La Habana por ninguna. Los niños de acá tienen una necesidad y una vitalidad única. Y eso es nuestro. Para esa gente nos conectamos y aprendemos.
Hemos cambiado, estamos formalmente haciendo nuevas propuestas, replanteándonos todo lo que hacemos, tratando de incentivar un sentido social, porque una vez que ya eres autogestivo y tu trabajo te da dinero y puedes trabajar con un hotel y sacarle bastante dinero, después ¿qué haces con esos recursos?. Si todo eso lo dejas en el banco y no eres capaz de llevarlo hacia una comunidad y revertirlo en alegría y en juegos con los niños, el dinero no sirve para nada.
Gigantería es un grupo de personas que han dialogado con la ciudad de muchas maneras. Si bien estamos todo el tiempo en esta parte de la ciudad, casi sin proponérnoslo, hemos alcanzado visibilidad en otros grupos e instituciones, proyectos, que han servido también de plataforma y alianza para nosotros.
Como líder del grupo, estoy aprendiendo, tratando de aprovechar cada jornada, de dar lo mejor de mí. En eso se ha ido gran parte de mi vida.
Mis respetos para Giganterías y mi admiración. Sigan haciendo ese trabajo tan lindo que hacen en la Habana Vieja, ustedes son únicos.