La cautivadora historia del habano, la variedad de sus aromas y la cultura que ha rodeado la industria tabaquera cubana en los últimos cinco siglos se muestran en cien dibujos por Roberto Sánchez Terreros, en el libro Cuba y el tabaco. Se trata de un volumen publicado por el editor gráfico Pedro Tabernero, con textos del poeta, narrador y traductor Antonio Rivero Taravillo y del periodista Juan Antonio Sanz.
Cuba y el tabaco forma parte de la colección “Espacios Abiertos”, de la editorial Grupo Pandora, integrada por colecciones gráficas –dibujos y pinturas– que buscan atrapar el espíritu de lugares singulares, como Gibraltar o Cabo de Gata, a los que se dedican otras entregas de esta colección.
Pedro Tabernero explicó que se proponen recrear “lugares donde la ilustración y la pintura se formulan como un juego de reflejos de la realidad con el espectador”, para lo cual el editor presenta “libros en los que todo se mueve en estructuras circulares, con imágenes que llegan torrencialmente”. Así sucede en este caso con los dibujos de Sánchez Terreros, muchos reproducidos a doble páginas y todos los cuales reúnen un colorido propio de los trópicos.
Con los mismos colores que las selvas o las plantaciones tropicales, Sánchez Terrenos ha sido capaz de plasmar la Habana Vieja, las construcciones coloniales o todo el proceso artesanal de la manufactura del tabaco, así como los anillos de los puros y hasta la disposición de los cigarros en cajas para su comercialización.
Sánchez Terreros retrata sitios emblemáticos de La Habana como el Malecón, el Capitolio, la Plaza Vieja y el Palacio de los Capitanes Generales, así como otros lugares del resto de la Isla. Entre estos, se encuentran los paisajes de la Sierra Maestra, la Sierra de los Órganos de Pinar del Río, la Vega Tabaquera de Vuelta Abajo y hasta los fondos marinos de la Isla de la Juventud.
Gracias a una labor previa de documentación técnica, el dibujante plasma igualmente todo el proceso de elaboración del tabaco, desde la plantación y los trasplantes hasta la fase de “moja y oreo”, el posterior secado, el ensartado del tabaco para curar, su posterior traslado y conservación y la clasificación de las hojas por colores –desde el claro al maduro pasando por el colorado claro y el colorado– y el posterior torcido y anillado.
Por su parte, Antonio Rivero Taravillo –biógrafo de Luis Cernuda– evoca en su texto la visita del poeta sevillano a Cuba cuya capital “se le antojaba un espejismo”. También relaciona la cultura y la historia cubanas con la obra de otros poetas españoles, como Rafael Alberti, y el “acento musical que sabe a ron de caña y a cigarro habano” de autores cubanos como José Martí, Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante –quien tantas páginas dedicó al humo de los habanos– y Leonardo Padura.
Curiosamente, el estudio de Rivero Taravillo en Sevilla está en la calle Habana, y allí ha escrito que el libro Cuba y el tabaco tiene “más de milagro que de letra impresa, más de ensoñada voluta de humo que de hoja de tabaco unida a la tierra, más de epifanía que de ilustración”.
Juan Antonio Sanz, en un texto titulado “Historias, caminos y tabacos para el buen viaje”, hace un ejercicio de erudición sobre la historia del tabaco y sus múltiples curiosidades, como que los “Montecristo” se lleven ese nombre en honor del título de la que era la novela preferida de los torcedores de tabaco, que laboraban mientras escuchaban una novela leída en voz alta y la de Alejandro Dumas siempre fue su favorita.
Sanz se remonta a Bartolomé de las Casas y su descripción de los indígenas cuando encendían una especie de canuto o “mosquete” por un extremo mientras por el otro “chupan o sorben o reciben con el resuello para adentro aquel humo: con el cual se adormecen las carnes y casi emborracha, y así dicen que no sienten el cansancio. Estos mosquetes llaman ellos tabacos”.
Alfredo Valenzuela / EFE / OnCuba