Esqueleto de una extensión de las manos, herramienta del pensamiento y el corazón. En sus noches más oscuras, sierva de la burocracia, y en insomnios creativos, amiga y rival de algún novelista o poeta. ¡Quién sabe las manos que la tañeron en vida!
Así presenta Denise Guerra sus fotografías de restos de una máquina de escribir rescatados de una calle en La Habana. “De cuando escribir era como pintar a pincel, sin corrector automático, ni bytes”, dice.
Los metales oxidados todavía evocan el tac de cada letra, contundente por el peso de toda la certeza que exigía presionarla. Eran una pequeña fábrica de palabras irreversibles.
En Cuba, de acuerdo con Ecured, el más antiguo documento mecanografiado del que se tiene registro en el Archivo Nacional perteneció a Don Antonio González de Mendoza, quien fuera Consejero de Administración de La Habana. Se presume fue escrito en su oficina por una “Remington número 2” y está fechado en 1887.
En este siglo XXI, cuando la mecanografía se ha hecho prolija hasta en en el pequeñísimo teclado de la pantalla de un teléfono celular, algunas viejas máquinas yacen en las calles, mientras otras decoran negocios gastronómicos de la economía emergente o se guardan como reliquia. Pero hay otras que permanecen sempiternas sobre un escritorio de oficina.