Sesenta años después de graduado, Rafael Zarza, Premio Nacional de Artes Plásticas (2020), regresa a la Academia de San Alejandro para contribuir a la inauguración del curso escolar de la única manera posible: exponiendo un grupo importante de obras, las que estuvieron al cuidado de Annette Granda y María Victoria Pérez.
Es una muestra pictórica, con muchas piezas que se exhiben por primera vez a pesar de haber sido concebidas años atrás, que queda muy bien en los dos salones con que cuenta esa prestigiosa institución, pero que igual pudiera estar en cualquier museo del mundo.
Es Zarza, su singularísima mirada, su maestría, su modo lúdico de referirse a lo que duele y desgarra. Es Zarza, el artista que ha venido ganando reconocimiento de forma gradual, a lo largo de décadas de trabajo austero, pero al que desde los inicios algunos zahoríes de la crítica saludaron como un raro, que es lo mismo que decir un hombre muy suyo, no apegado a modas ni a tics del momento. Alguien que trae una misión autoimpuesta e innegociable: crear a toda hora y bajo cualquier circunstancia.
De aquel joven que ingresó en San Alejandro gracias a una modesta beca que le permitía trasladarse dentro de la ciudad y comprar algo de materiales, queda el estupor; también su gratitud por maestros como Escobedo, que les hablaba de la bohemia compartida con Fidelio Ponce, y por Atilano Armenteros, quien embridó su mano, primero, para luego enseñarla a volar mediante el dibujo.
Entonces Zarza no sabía lo que era ser artista. Mucho menos que se podría hallar sustento mediante el ejercicio de esto que, más que una profesión, es un sacerdocio, un destino. Él refiere que al principio tenía solo dos o tres ideas claras: quería pintar y viajar por el mundo para ver museos. Hoy esas necesidades no han sido del todo satisfechas. Como diría un creyente, a Dios gracias.
El yugo
Tal es el nombre de la exposición, con piezas que vuelven a construirse alrededor del mundo bovino, casi explorado en exclusiva por Zarza. Es su campo simbólico, donde se da la relación entre animales que sucumben ante los mandatos del ser humano y los que no son domeñables. Verbigracia: bueyes versus toros. A los primeros los castran para cortarles el brío, los desfogan, los uncen al cepo de madera que signará una vida de penurias y obediencia ciega, la cornamenta apuntando siempre al suelo; los otros miran de frente, desafiantes, son los encargados de propagar la especie, son músculo, nervio, riesgo y pasión.
El yugo rojo es obra de 2011. Nótese que, no obstante su condición de sometimiento, la yunta mira de frente, observa a quien la observa en un gesto no exento de desafío. Por su parte, Precioso (2005) es el vigor, el reto, el orgullo de ser a cualquier precio. Mientras, Por sedición nos muestra un toro sometido a garrote vil en medio de un campo erizado de bayonetas; al pecho trae una insignia en la que se puede leer “Patria libre”.
Son, para mí, piezas significativas dentro del conjunto: Animales muy peligrosos (2023), Bobadilla (2015) y Despiece de toro (2012), por solo citar tres.
Animales… pudiera plantear no pocos desafíos a los críticos del futuro, pues está firmado y datado cuatro veces dentro de un mismo mes y un mismo año: 8, 18, 22 y 24 de enero de 2023. Según pude averiguar con el artista, quien se declara muy satisfecho con ese trabajo, el hecho insólito se debió a que la pieza la conforman tres paneles de cartón que fueron pintados en momentos distintos y luego ensamblados para conformar la obra. Las últimas firma y fecha, inusualmente en el borde superior izquierdo, son las que señalan la terminación de la obra.
Ahí se muestran algunos toros —cuatro en total— que conjugan apariencias reales y fantasmagóricas, como si existieran en una especie de interregno donde vivos y muertos se confunden. En el borde inferior izquierdo hay una cita de Martí: “No hay para odiar la tiranía como vivir bajo ella”.
Boadilla es una apropiación de la célebre, por polémica, obra La muerte del General Antonio Maceo (1908), de Armando García Menocal. El título se debe al nombre del cuartón donde cayó el Titán de Bronce, perteneciente a la demarcación de San Pedro, Punta Brava, en el occidente de Cuba. Zarza introduce un toro en la escena a modo de testigo insobornable, y una osamenta presumiblemente de un bovino, tal vez como prueba de que la muerte ya se había anticipado a la cita.
Centra la atención en el héroe caído y en quienes se afanan por atenderlo, que es justamente lo que discuten los historiadores, ya que ese momento se ha contado desde varias posiciones interesadas, unas veces para encubrir el acto cobarde de dejar a Maceo abandonado a su suerte; otras, para atribuirse una gloria espuria. Y sobre todo eso el artista estampa una firma de palo monte, que, al mismo tiempo, parece la cancelación del relato oficial. No se tienen suficientes elementos para afirmar que Antonio Maceo practicara alguna de las religiones afrocubanas que ya para entonces anidaban en el imaginario popular. Tampoco existen evidencias para sostener lo contrario.
En Despiece de toro (2012) aparece la sonrisa irónica del artista. Se trata de un toro muy esquemáticamente concebido, sobre el cual se marcan las distintas áreas de donde se extraen los cortes más populares de la carne y sus usos: “brazuelo, cocidos y caldos”, “costillar del pecho, bistec de costilla y guisados” … y así va mostrando el solomillo, el lomo, la espaldilla, etc. Lo irónico es que la carne de res es uno de los alimentos más deficitarios en la dieta de la población, quien la ha elevado a un plano mítico. ¿La pregunta del espectador sería: “¿De qué me sirve saber todo esto?”, para luego concluir: “No me lo enseñes, guísamelo”.
Las piezas de Zarza estarán a la vista de estudiantes y visitantes hasta el mes de diciembre. Como ya apuntamos, el conjunto incluye un número elevado de obras que no habían sido expuestas con anterioridad. Son estas: Remanganaguas, Guarapo, Por sedición, Animales muy peligrosos, Despiece de toro, Cuba llora, Una vaca de bienal, La agonía del caballo, Paisaje con mantequilla, El manicomio y la muerte, Veterano, Brandy, Homenaje a Guernica y Biogás.
Entre los hechos emocionantes de la jornada inaugural de El yugo, estuvo, además de la presencia de numerosos amigos, la enorme curiosidad que la obra de Zarza despertó en los estudiantes, muchos de los cuales hicieron fila para que el artista les firmara el volante impreso para la ocasión.
Zarza es uno de los tantos exalumnos brillantes que han pasado por las aulas de San Alejandro desde 1818, fecha de su fundación. Maestros y alumnos han aportado un caudal inestimable de obras artísticas a la cultura cubana. Él fue a allí a celebrar, a agradecer por todos.
Cuándo: Lunes a viernes de 9:00 a.m. a 4:00 p.m. Hasta el 30 de diciembre.
Donde: Escuela Nacional de Artes Visuales “San Alejandro”. Avenida 31 y Calle 100, La Habana.
Cuánto: Gratis.