A Carlos Acosta le costó mucho tiempo entender que la separación de su familia a causa de la danza era algo positivo, que su padre no lo había forzado a ser bailarín por capricho. Ahora, con 44 años, lo tiene muy claro: “el arte me salvó”, afirma rotundo en una entrevista con Efe.
“¿Qué podría haber sido yo, hijo de un camionero?”, se pregunta el bailarín, que se responde inmediatamente: “Hubiera sido delincuente o me habría ido en una balsa”, pero nunca bailarín.
Su dedicación al teatro le alejó de todo eso pero también de su familia y fue esa soledad la que le llevó a escribir un libro, No mires atrás, que sirvió como base para la película Yuli, dirigida por la española Iciar Bollaín y que hoy se presentó en la competición oficial del Festival de San Sebastián.
Una película que ha tenido una gran acogida en las primeras proyecciones, algo que hace sonreír a Acosta, nervioso y cansado tras llegar a San Sebastián esta mañana desde Austria, donde anoche actuó en el Festival de St Pölten.
Porque “Yuli” es un proyecto impulsado por el bailarín para contar su historia al mundo y servir así de inspiración “a algún joven, que pueda servirse de mi historia para encontrar su camino”.
Lo dice el primer artista negro que ha conseguido ser primer bailarín del Royal Ballet de Londres, donde permaneció más de 16 años, hasta que hace dos decidió regresar a su Cuba natal, algo que siempre estuvo en su cabeza.
“Yo solo quería estar con mi familia mientras todo el mundo quería irse de Cuba”, recuerda sonriente el bailarín, que se reconoce marcado por la soledad a la que lo abocó la danza.
Primero en un colegio de Pinar del Río, del que recuerda los miércoles en los que su familia no podía ir a visitarlo y su expulsión de aquella escuela por robar. “Vivía en una pobreza extrema y sin mis padres”, recuerda abiertamente.
Tuvo que ponerse frente a sus 300 compañeros para reconocer lo que había hecho. Era una época en la que aún no entendía por qué su padre lo había llevado casi a rastras a la Escuela Nacional de Ballet de Cuba.
Su carrera fue rápidamente en ascenso y fue contratado por el English National Ballet y luego el Houston Ballet antes de regresar a Londres para entrar en el Royal Ballet, como cuenta la película de Bollaín que alterna la infancia de Acosta en Cuba con su carrera como bailarín, ya adulto, e interpretado por él mismo.
Fue precisamente su llegada a Londres, con el frío, la lluvia, la soledad y las pocas oportunidades iniciales para bailar en una compañía plagada de estrellas lo que le llevó a una depresión de la que salió escribiendo No mires atrás, explica.
Tardó diez años en escribirlo y ha tardado otros diez años en lograr que ese texto se convirtiera en una película, algo que consiguió cuando la idea cayó en manos de la productora Andrea Calderwood, que le propuso a Paul Laverty –guionista habitual de Ken Loach y pareja de Bollaín– hacer el guion.
Y el proyecto no pudo caer en mejores manos, reconoce el bailarín, que se muestra entusiasmado con el trabajo de Laverty y de Bollaín –“es una directora que busca la verdad”, asegura–, con las coreografías de María Rovira, la espectacular fotografía de Alex Catalán o la música de Alberto Iglesias.
Menos seguro de su labor como actor, bromea con la posibilidad de ser el que estropee su propio proyecto.
Una película que presenta en San Sebastián gracias a una pausa en la gira de su compañía Acosta Danza, que luego continuará en Grecia y Londres, donde celebrará los 30 años de una brillante carrera y de una vida dedicada a la danza en la que aún tiene sueños que cumplir.
Uno de ellos, el más difícil, convertir en un centro de ballet el edificio abandonado de las Escuelas de Artes de La Habana, un maravilloso complejo de arquitectura orgánica en el que desarrollan algunas de las escenas de la película de Bollaín y que Acosta espera poder convertir en su escuela soñada antes de morir.
Sería una forma, explica, de devolver a Cuba parte de lo que le ha dado. Como también lo es la Fundación Internacional de Ballet Carlos Acosta, en la que beca a alumnos de bajos recursos tanto cubanos como extranjeros -ahora tiene a dos españolas, tres colombianos y un dominicano-.
Es su forma de demostrar su amor por su país, un ejemplo pese a todos los problemas, afirma, de que el derecho a ser educado puede ser una realidad.