Han transcurrido cuarenta y ocho años desde que Adela Legrá debutara en el cine cubano. A pesar del tiempo, esta mujer sonríe con la misma intensidad que “Manuela” (1966) y “Lucía” (1968) en el celuloide, personajes que la convirtieron de una vez y para siempre en ícono de la cinematografía nacional.
El director Humberto Solás recorrió toda la Isla buscando un personaje con determinadas características físicas para su película “Manuela”. Fue en Baracoa (Guantánamo) donde se encontró con la belleza exótica y el mestizaje de esta mujer que lo cautivó, apostó por ella y logró extraerle cualidades histriónicas sorprendentes.
Adela, al decir de Humberto, es una actriz capaz de realizar una catarsis animal extraordinaria, llena de luminosidad y de una sinceridad aplastante.
En su casa, suerte de retiro espiritual, entre flores y árboles frutales (en el Reparto Cuabitas, a 7 kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba) Adelaida López Legrá rememoró para OnCuba cómo sin proponérselo, se convirtió en una de las actrices emblemáticas del cine en la Isla.
¿Adela, cómo recuerda el primer encuentro con Humberto Solás en Baracoa?
El primer encuentro con Humberto no fue muy agradable. Yo trabajaba como activista de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), y alguna compañera le había advertido que yo no era fácil, que para ganarse mi confianza debía retarme, y eso fue lo que él hizo. Me desafió al preguntarme si yo me atrevía a actuar. Le pregunté si las actrices eran humanas como yo o eran sobrenaturales. Respondió que eran humanas pero profesionales. Yo le dije que lo que hiciera cualquier mujer y que fuera útil a la sociedad, no era imposible de hacer por mí. Para mí no hay imposibles.
En ocasiones ha dicho que Humberto y usted eran dos indomables. ¿Coménteme sobre la relación actor-director durante el rodaje?
A mí no me gusta que me gobiernen. Las imposiciones nunca me gustaron. Eso no está en mi naturaleza. Humberto trataba de imponerse y yo no era muy fácil de dominar. No era no, no lo soy. Más adelante logré engrasar un poco los arisques, elevé mi nivel de escolaridad y cultural, y de esta manera mejoré un poco más mi carácter. Sin embargo, cuando filmamos “Manuela”, para obtener de mí determinada actitud para una escena, él me enfurecía, me daba una “galleta” (bofetada) en el rostro, y yo le daba otra hasta que rodábamos por el piso.
Una auxiliar de maquillaje, hermana de la actriz Idalia Andréus, Le dijo que renunciaba porque no soportaba semejante falta de respeto. Humberto le dijo que eso era parte de nuestro sistema de trabajo y que nosotros no íbamos a renunciar a él. Después ella comprendió que así era cómo nos entendíamos, y así fue como empezamos a trabajar Humberto y yo.
Los actores y actrices tienen sus maneras de interpretar los personajes de acuerdo con lo planteado en el guión. ¿Cómo lo hace usted?
Yo leía el guión y Humberto siempre me decía lo que quería de mí y cómo lo quería. En “Manuela” yo leí el guión pero no entendí nada de nada, y por eso eran las discusiones entre él y yo. A pesar de ser valiente y haber asumido aquello, yo era muy joven y no sabía cómo enfrentarme a aquel fenómeno. Gracias a Adolfo (Llauradó) que era un increíble ser humano y excelente actor, que en los descansos me explicaba cómo hacer mejor lo que tenía que hacer, sin dejar de ser yo.
Adela, usted ha dicho que Adolfo Llauradó significó mucho para usted. ¿Cómo lo recuerda?
Yo tengo grandes amigos, bueno, tenía. Pero como Humberto Solás y Adolfo Llauradó, ninguno. Eran mis confidentes, mis amigos, mis hermanos, mis padres. A pesar de siempre decir que eran más jóvenes que yo, pero así era como yo lo sentía. No nos veíamos con frecuencia, pero en la distancia estábamos bien conectados. En todas las fechas significativas o cuando yo tenía algún problema, siempre había una comunicación, un consejo, y de sus sugerencias yo sacaba mis conclusiones. Adolfo fue quien me inculcó el hábito de lectura. Me enseño a leer de todo, hablábamos de muchos temas, nos fajábamos también. Por otra parte, casi al final de la vida de Humberto, cuando nos mirábamos, yo sabía lo que él quería y él lo que yo iba a hacer.
Alguna vez comentó que “Manuela” es lo que hubiera querido ser, que interpretarla la hizo sentirse como una verdadera guerrillera.
Manuela es mi personaje preferido. No porque fue el primero, sino porque me caló internamente. Efectivamente, Manuela es lo que yo hubiera querido ser. Me habría gustado ser una combatiente de verdad. No en la clandestinidad, sino en la vanguardia. La historia de la película está basada en la verdadera Manuela, que se alzó en las lomas del II Frente Oriental, pero en la vida real mueren los dos, ella y su amante, no solo ella como lo cuenta la película.
¿Qué sintió cuando se vio en la pantalla grande por primera vez?
Yo misma no lo creía. A principio no entendía cómo podía estar ahí, pero luego lo asumí, como uno asume que está en una foto grande colgada en la pared. Sin embargo mis hijos no lo entendieron así. Eran muy pequeños cuando los llevé al cine y como Manuela muere al final, tuve que llevar a mi segunda hija a atenderse al hospital ya que no entendía que yo seguía viva, pues para ella, la imagen que permanecía era la de su madre muerta.
Usted vivió más de treinta años en la Habana. ¿Qué la hizo regresar?
Yo nunca me adapté a la Habana. Mis amigos de allá me preguntaban que si estaba loca, que aquí iba a estar lejos del cine, de los directores, pero a mí no me importaba. El que me quería, me buscaba. Siempre he dicho que de Camagüey para acá, es mi tierra. Como soy de Guantánamo, preferí estar en el medio, y Santiago me acogió como una hija más y de aquí no me muevo.
Cuando se habla de la tercera “Lucía” del filme, muchos invocamos la Lucía con sombrero de yarey, la toalla alrededor del rostro y la mirada desafiante. ¿Se esconde alguna anécdota detrás de esa mirada?
Estábamos filmando en las salinas de Nuevitas (Camagüey), y las condiciones eran deplorables para todo el equipo de filmación y para los actores. Se suponía que debíamos estar solo veinticuatro horas y estuvimos más de cuarenta y ocho. Luego de una noche interminable, se filmaría una de las escenas finales en la mañana.
Humberto quería que yo estuviera enfurecida y me dijo que corriera para estar jadeante. Comencé a correr hasta que me desmayé, gracias que me estaban siguiendo y me sacaron del agua, de lo contrario me hubiera ahogado. Para secarme el pelo y protegerme del sol, que era demasiado, me lo envuelven en la toalla y me ponen el sombrero. Todos estaban listos para filmar y cuando se acerca la maquillista a retocarme, Humberto le grita que no me toque, que me deje así, y da la voz para filmar. Yo tenía ganas de comérmelo vivo y la mirada que le hago era para su cuello. No era para Adolfo. Así Humberto logró la toma que quería.
¿Por qué “Miel para Oshún” es su segunda Lucía?
Cuando terminaron de vestirme para el rodaje de la primera escena de la película, yo aún no había leído el guión. Me volteé y le dije a Humberto: ¡Esto es Lucía! Es que lo sentí así. Humberto me dijo que era una especie de homenaje, pero también sentí que tenía relación con aquellas personas que fueron víctimas de la operación Pedro Pan. Es como si fuera una continuidad de Lucía, donde esta enfrenta desde la perspectiva femenina, los conflictos suscitados a principio del triunfo de la Revolución.
Luego de su participación especial en el filme “Amor Crónico” (2010) y en el documental “Santiago y la Virgen en la Fiesta del Fuego”, dirigidos por Jorge Perugorría. ¿Ha participado en algún otro recientemente?
Participé en un filme que se llama “Siervos” del director santiaguero José Armando Estrada Hernández. También trabajé en uno que me gustó mucho de la Televisión Serrana, “Al borde del Río” basado en el documental “Las Cuatro Hermanas” (1998).
¿Algún personaje que le hubiera gustado interpretar?
Siempre quise interpretar la vida de Celia Sánchez Manduley, pero ya no puedo hacerla obviamente. También me hubiera gustado interpretar la vida de Frida Kahlo. A pesar de ello, si mi salud me lo permite, estoy dispuesta a seguir haciendo cine.