Como un cuadro del renacimiento pintado por el Bosco define a su más reciente entrega el cineasta Arturo Sotto. Se trata de Boccacerías habaneras, uno de los dos largometrajes de ficción cubanos que competirá por los Corales en la 35 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Inspirado en los cuentos del Decamerón, de Giovanni Boccaccio, el filme se compone de tres historias independientes, enlazadas por un hilo central: el cuarto de un escritor huérfano de musas, donde las personas acuden a contar sus vivencias aspirando a convertirse en personajes literarios y lucrar con esto. La historia del tabaco, Los primos y No te lo vas a creer son los relatos que integran el filme. Cada uno tiene su estilo y visualidad propia logrados gracias a la fotografía y los otros elementos cinematográficos que los componen. Casi cincuenta actores desempeñan los roles y son bien diversas las locaciones filmadas, desde un circo hasta una tabaquería, por solo citar ejemplos.
Arturo Sotto también actúa en la película, algo que no le resultó tan complicado porque es graduado de Artes Escénicas en el ISA. Pero de esto prefirió no mencionar ni una palabra, prefiere ser visto sin aclarar ni justificar nada al respecto, sin embargo comentó otros detalles a OnCuba, mientras ultimaba los detalles sonoros de Boccacerías habaneras.
¿Qué tiene el Decamerón que le permite extrapolarlo a nuestra cotidianidad?
Sigue siendo una obra muy fresca, aunque muchas de las irreverencias y peripecias amatorias del texto, al día de hoy, parezcan ingenuas. Hay temas y personajes que no pierden sus valores dramáticos y referenciales en nuestra sinuosa cotidianidad. Si te pones a ver, casi todas las telenovelas que se producen en Latinoamérica se sostienen en la universalidad de los conflictos shakesperianos o en la representaciones de los tipos de Moliere. Como diría Pablo Armando Fernández en la oscuridad de nuestros setenta: “los clásicos iluminan, los contemporáneos confunden”.
Boccaccio utilizó la epidemia de peste negra como pretexto para discursar sobre relaciones humanas complejas y, de cierto modo, criticar la sociedad de su época. ¿Emplea usted al Decamerón como excusa para hablar de la nuestra?
El pretexto de Boccaccio, más bien el artilugio narrativo de la peste negra, fue la necesidad de concentrar a un grupo de personas para contar historias, tan sencillo como eso. De hecho de la peste casi ni se habla. Yo no busco excusas ni pretextos para hablar de nuestra realidad, yo la vivo y la sufro; la literatura y el cine se convierten en una suerte de exorcismo creativo donde pululan angustias, divertimentos, incertidumbres y satisfacciones, un entramado que parece el resultado de un proceso inasible.
El filme desde sus inicios cambió su título varias veces ¿Por qué seleccionó este?
Mencionaste hace un rato el proyecto Decamerón habanero, en un inicio íbamos a ser tres directores que contaban sus propias historias. Finalmente el proyecto derivó en dos largometrajes, Jorge Perugorría realizó Se vende, y algún tiempo después pudimos concretar nuestras boccaccerías. Como una de las historias no está inspirada en el Decamerón, aunque sí en su espíritu, lo bauticé como Boccacerías mías (título de producción), en definitiva se trataba de una visión personal de la obra del escritor italiano. Pero la ciudad fue marcando su presencia, desde el primer plano hasta el último. La Habana no era sólo un escenario del que nos valíamos para contar historias, era también el origen y el fin de todos los personajes que ella misma creaba. Intenté huirle al gentilicio, que ya parece una denominación de origen comercial, pero el amor a la ciudad me rebasaba. Entonces se impuso Boccaccerías habaneras, que me pareció más auténtico. “Un nombre más que un nombre es un destino”, me decía un amigo; fíjate que el apellido de Eusebio es Leal.
Por: Cecilia Crespo