El último balsero, película de Carlos R. Betancourt y Oscar E. Ortega se presentó en esta primera etapa del 42 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Un joven cubano busca a su padre en Miami, para lo cual se lanza a la intrépida aventura de atravesar las 90 millas entre Cuba y Estados Unidos en una balsa, pero se encuentra con la derogación de la ley Pies secos/Pies mojados, que lo convierte en el primer cubano indocumentado en la llamada tierra de la libertad. En medio de esta situación, el protagonista descubrirá parte de su pasado mientras se adapta a la compleja y novedosa sociedad y el estilo de vida de la ciudad.
Este filme “estadounidense” (con directores cubanos, actores cubanos y parte del equipo de realización también cubano), o como dijeran sus realizadores en la presentación, película cubana independiente, logra captar fragmentos de la diáspora cultural que une a ambos países, ese ambiente donde Ernesto (Héctor Medina) buscará las pistas que lo conducirán a su padre, aunque en el camino por encontrar su pasado logra avizorar parte de su futuro inmediato.
Este balsero, que más que un simple sustantivo deviene categoría social, tiene que adaptarse a un nuevo entorno, alejado de sus convicciones y de la vida tranquila que llevaba en Cuba.
Ernestico, como le llaman todos en la película, abandona el ámbito intelectual y apacible de su vida como profesor de Filosofía de la Universidad de la Habana una vez llegado a Miami, donde se reencuentra con su amigo Ale (Néstor Jiménez Jr.), quien le enseña cómo resulta la vida para un emigrado ilegal como Ernesto, apartado del llamado “sueño americano” prometido.
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En la búsqueda por encontrar a su padre, el personaje interpretado por Héctor Medina (con una actuación sobresaliente como nos tiene acostumbrado el joven actor), encontrará detalles sórdidos de su familia, que tambalean su concepción familiar y su existencia misma.
Sin perderse en los detalles y tramas subalternas, el guion también escrito a cuatro manos entre Carlos R. Betancourt y Oscar E. Ortega, sigue el acelerado ritmo que lleva la vida de Ernestico en la agitada ciudad de Miami, para poco a poco ir desentramando los misterios, mostrando varias caras de la diáspora cubana en la ciudad.
Los hijos de cubanos emigrados, el homosexual reprimido migrante, la santera miamense, el cubanoamericano que reniega de sus coetáneos, y ese halo que encierra la llamada “balseritud” en el argot popular, son vitales para contextualizar el ambiente del filme, esa otra parte de Cuba con su epicentro en el barrio de “Little Havana”, la Calle 8 y sus zonas aledañas.
El protagonista no pertenece a aquel lugar. Aunque no lo dejan implícito, es visible ese carácter un tanto ingenuo, un tanto utópico arraigado en la enseñanza del marxismo inculcado a Ernesto, quien no ha viajado escapando de una realidad asfixiante o a la búsqueda de nuevas oportunidades, solo ansía buscar a su padre y carga consigo la esperanza encerrada en un pequeño regalo que este le dejara, junto a unos pocos recuerdos.
El joven profesor choca abruptamente con su nueva realidad, aterriza sus sueños y su terquedad innata para ceder ante la presión que supone vivir en un nuevo mundo, tiene que adaptarse o quedar tendido en el asfalto. Nada de lo que supuso fue como lo pensó y ese golpe seco de realismo resulta difícil de esquivar.
La historia del protagonista, vista más allá de las particularidades, es la de los balseros y también los no balseros, es otro profesor que debió llegar sin papeles a trabajar ilegalmente en la construcción, ayudado por unos pocos amigos en un principio, pero que luego debe elegir si se mantiene atado a sus costumbres y principios, o integrarse a la nueva sociedad. No fue el primero… no será el último.
Ernesto fue el último balsero, pero este epíteto no condiciona el sentido de la película, que a juzgar por su título pudiera tratarse de un recién llegado que debe pasar mil problemas para mantenerse de manera legal en territorio extranjero, aunque la condicionante migratoria sea un patrón constante en el filme, no pretende ser el hilo conductor.
Ese hubiese sido el camino fácil, pero los jóvenes realizadores no apostaron por eso, sino por contar una historia de vida, tan sencilla como enrevesada que puede ser la historia de cualquier persona, entretanto mostraban a Cuba, ese pedazo de isla que emigró y continúa el viaje de búsqueda con su pasado, tratando en la travesía encontrar un mejor futuro.