I
El de la etnicidad es uno de los temas más resbaladizos de Hollywood. Las dos primeras actrices latinas en hacer el crossover fueron las mexicanas Dolores del Río (1904-1987) y Lupe Vélez (1908-1944) durante la época del cine silente. Ambas encarnaron la imagen de una latinidad muda, pero desde ángulos distintos, más allá del “exotismo” que irradiaban sus respectivas figuras.
La Vélez era la “mala gata salvaje mexicana” y Del Río la “buena dama española”, determinación condicionada por los constructos anglos por entonces vigentes. “Las percepciones anglosajonas sobre las mujeres españolas y mexicanas en la California del siglo XIX”, argumenta un estudio, “se basaban en el sexo, la raza y la clase. Ambos estereotipos giraban en torno a las definiciones sexuales de la virtud y la moralidad de las mujeres […] Las californianas de élite eran consideradas europeas y superiores, mientras la masa de mujeres mexicanas era vista como india e inferior”.
Si la mayoría de los mexicanos eran asumidos y representados en la narrativa como seres racialmente inferiores, las terratenientes unidas con anglosajones se representaban de manera positiva, tanto en la sociedad como el cine de aquel momento. Eran, en efecto, las “latinas buenas”. Las otras, para decirlo mal y pronto, eran vistas y representadas en la pantalla como “orilleras”, mujeres fatales, sexo en estado puro, un atractivo hecho para el consumidor heterosexual en un mundo marcado por las huellas de ese puritanismo fundacional que comenzaría a ser desafiado en los “locos años 20”, en particular por las flappers al son del jazz de los clubes y speakeasies de la Ley Seca.
Pero ese condicionamiento de la imagen de las latinas no estaría exento de la política, en particular de la del Buen Vecino, postulada hacia América Latina por el presidente estadounidense F. D. Roosevelt al cabo de un prolongado periodo de intervenciones miliares y cañoneras. Su encarnación por antonomasia en las pantallas de los cines no era en rigor una mujer latinoamericana, sino europea, emigrada a Brasil: la portuguesa Maria do Carmo Miranda da Cunha, más conocida por Carmen Miranda (1909-1955), la baiana.
Era una propuesta más bien dulzona, pero empática, pletórica de coloridos, frutas tropicales y música exótica, particularmente la samba, ritmo que la actriz contribuyó a expandir poderosamente por la cultura estadounidense de la época y que terminaría abriendo mayores espacios para la cultura latina sobre los que se asentaron otras actrices y actores como Desi Arnaz y Anthony Quinn e incluso el mambo de Pérez Prado, una epidemia que en los 50 se denominó mambo craze.
Un contraejemplo de la primera tendencia lo constituye Margarita Carmen Cansino, documentada en los registros cinematográficos como Rita Hayworth (1918–1987). Nacida en el Bronx neoyorquino de padre español y madre estadounidense de ascendencia irlandesa, a la Hayworth los ejecutivos de los estudios le aplicaron un proceso de blanqueamiento hasta hacerla WASP —las siglas en inglés de Blanca, Anglosajona y Protestante. A eso llegó después del filme In caliente (1935) —por cierto, con Dolores del Río—, y de un proceso en el que desempeñó, indistintamente, los roles de muchacha argentina, egipcia o rusa.
Los ejecutivos del estudio argumentaron que su figura resultaba demasiado mediterránea y que eso solo le alcanzaría para interpretar pequeños papeles étnicos. Y su apellido, por descontado, era “demasiado español”. Fue entonces cuando nació la bombshell, primero con el pelo rojo y luego rubio, esa que cautivó a varias hornadas de estadounidenses y que serviría de paradigma a actrices de la nueva ola como Marilyn Monroe (1926-1962) y Jayne Mansfield (1933-1967).
La Hayworth fue la imagen misma de la sexualidad y de la mujer fatal a partir del filme Gilda (1946). La mujer más deseada del mundo. “La Diosa del Amor de Hollywood”. “Todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo”, dijo Hayworth una vez. Tuvo una intensa vida cinematográfica compartiendo papeles protagónicos con actores como Frank Sinatra, Cary Grant, Tyrone Power, Gene Kelly, Fred Astaire, Robert Mitchum, James Cagney, Glen Ford y Orson Welles, uno de sus esposos, quien le dio el protagónico en La dama de Shanghai (1947).
Pero la sexualidad había llegado para quedarse con la entrada al mundo del celuloide de la actriz Jo Raquel Tejada, más conocida como Raquel Welch (1940). No debutó enarbolando credenciales mediterráneas, ni hispanas, ni étnicas, sino como expresión de un fenómeno llamado melting pot. Nacida en Chicago, hija de un ingeniero boliviano y de una estadounidense con origen británico, la Welch fue, sin dudas, uno de los sex symbols más poderosos de la década de los 60 y 70.
II
En los días actuales, la entrada a Hollywood de la actriz cubana Ana de Armas no estuvo marcada por lo étnico, es decir, su condición de cubana/latina no determinó su inclusión en el reparto del filme Knock Knock (2015), un thriller psicosexual del director Eli Roth con Keanu Reeves en el protagónico en el que ella hace el papel de Bel, una de las dos coprotagonistas de la historia (la otra es la actriz Lorenza Izzo en el papel de Genesis). Su primer filme en esa tesitura fue Exposed (2016), en el que representó a una mujer puertorriqueña que sufre una violación (Isabel de la Cruz) junto al mismo Keanu Reeves.
Luego en War Dogs (2016) hizo un papel secundario no latino como Iz, la esposa de un traficante de armas, pero en Hands of Stone (2016) encarnó a la mujer del boxeador panameño Roberto Durán en un filme donde actuaban Robert DeNiro y Rubén Blades.
Al año siguiente sobrevino Blade Runner 2049 (2017), en la que también actuó en un papel secundario, aunque poderoso: Joi, la novia holográfica del protagonista. La película contó con las actuaciones de Ryan Gosling y Harrison Ford. Aquí, de Armas pudo continuar tras la huella de Knock Knock y War Dogs, en los que se aprendía sus parlamentos fonéticamente al no dominar suficientemente bien el inglés. Escribió un crítico sobre su labor: “La calidez y el optimismo que aporta [Ana de Armas] a la pantalla resultaron esenciales para el éxito de la película. Esto hace que ver su actuación en este filme sea obligatoria para quienes no conocen su trabajo”.
Un poco más tarde fue Overdrive (2017), del director Antonio Negret, la historia de dos ladrones de autos donde interpreta a la novia de uno de ellos (Andrew Foster, caracterizado por Scott Eastwood), cinta que pasó sin pena ni gloria por las taquillas y la crítica. Un año después volvería a desempeñar roles “étnicos” en Corazón (2018), una empresa bilingüe del director John Hillcoat, en la que interpreta a Elena Ramírez, una prostituta dominicana con padecimientos cardiacos. Yesterday (2019), de Danny Boyle, fue una comedia romántica convencional.
Pero hubo dos filmes que, sin dudas, colocaron a de Armas en un lugar cualitativamente distinto, de nuevo tras la huella de lo “étnico”. El primero, Knives Out (2019), del director Rian Jonhson, un policial estructurado sobre la muerte del novelista Harian Thrombey, en el que de Armas hace el papel de su enfermera de origen ecuatoriano, Marta Cabrera. No era literalmente un protagónico, pero pudo alternar con actores como Daniel Craig, Jamie Lee Curtis y Cristopher Plummer. Y en los hechos, por su importantísimo rol en la trama, su personaje quedó más allá de ser una “cuidadora latina“ (latina caretaker), dato que la llevó a no rechazar el personaje luego de una cuidadosa lectura del guión. Si Blade Runner 2049 puso a la actriz cubana en el radar, Knives Out fue todo un suceso internacional que le daría una nominación para un Golden Globe. Y que le valió para obtener el Premio a la Mejor Actriz no protagónica de Saturn Awards.
En el segundo, No Time to Die (2021), interpreta un papel especialmente diseñado para ella por el director y co guionista del filme, Cary Joji Fukunaga. Ahí es una “chica Bond”, la segunda actriz de origen latino en serlo después de la neoyorquina Talisa Soto (1989), y le da cuerpo al personaje de Paloma, una cubana agente de la CIA involucrada en acciones espectaculares en Santiago de Cuba junto al sempiterno 007 (Daniel Craig), creado hace más de medio siglo por el novelista Ian Flemming. Tampoco fue un protagónico (apenas 15 minutos en pantalla), pero le valió para una nominación a la mejor actriz en un filme de acción de Critics’ Choice Superawards.
Una latina interpretando a un ícono de la cultura estadounidense, como lo es Marilyn Monroe, no tiene precedentes en la historia de Hollywood, al menos hasta donde conozco. Eso es precisamente Blonde (2022). Seleccionada por el director Andrew Dominik y productores como Brad Pitt, y con el aval de actrices como Jamie Lee Curtis, en su primer protagónico en Hollywood Ana de Armas asumió el descomunal reto de encarnar a un mito viviente con la peculiaridad de salir airosa, al margen de las limitaciones del guión y la dirección de una película lastrada desde la raíz por sus presupuestos ideológicos.
El filme marca la transición de actriz a estrella, pero su sobresaliente labor no autoriza a considerarla “la mejor actriz latina de todos los tiempos” solo por ser la primera cubana con potencial para una nominación al Oscar. Afirmarlo supone desconocer una historia de más de cien años, obviar la presencia de divas de la pantalla como las anotadas al inicio (entre otras), y hasta el futuro actoral mismo de Ana de Armas, a quien le sobra el tiempo, todo el tiempo…
Lo de mejor actriz latina, lo que cuenta en una actriz es su belleza física, no su talento actoral. Lo del Oscar, todo el mundo sabe que nunca ningún actor recibe nominación por ser buen actor, se les nomina por otras cosas.