Durante el primer fin de semana del 17mo. Festival de Cine Francés, las salas más cercanas a la esquina 23 y 12 abrieron sus puertas a la diversión y la risa. Mientras en el Riviera y el Multicine Infanta se disfrutaron Los sabores del Palacio y la celebrada interpretación de Catherine Frot; Renoir, que devela la historia del pintor galo y su última modelo en la Riviera Francesa de 1915; Camille regresa, con sus 13 nominaciones a los César, sus premios Lumière, sus reconocimientos en los festivales de Cannes y Locarno; además de La Batalla de Solferino, por la cual el actor Vincent Macaigne obtuvo el Astor de Plata en el Festival de Mar del Plata; en las exhibiciones para adultos del 23 y 12 y el Chaplin, reinó el género comedia de manera casi absoluta con las proyecciones de Como hermanos (Hugo Gélin, 2012), El lobo seductor o la verdadera historia de los tres cochinitos (Nicolas Charlet y Bruno Lavaine, 2013) y La jaula dorada (Ruben Alves, 2013).
Estas obras tienen en común la naturalidad y libertad con que se aborda el tema de la muerte. En los tres casos, la pérdida de alguien cercano ―o su inminencia― perturba de manera irreversible, como se puede suponer, la vida de los protagonistas; y a partir de ahí todos los problemas latentes se asoman a la superficie por la acción sísmica del desafortunado suceso. Es con la ruptura del estado de cosas existente hasta entonces que se impone el momento de examinar las conductas de quienes les rodean y de ellos mismos, para reinventarse el futuro inmediato.
Aunque los filmes coinciden en este aspecto, en la subordinación de sus historias a los requerimientos genéricos de la comedia así como en lo convencional de sus mecanismos narrativos y puestas en escena, la diversidad emerge entre ellos por la manera en que asumen el tratamiento de dicho asunto.
Por ejemplo, en La jaula de oro, la muerte de un hermano es convertida en un hecho tan insignificante que pudo sustituirse por cualquier otro pretexto a través del cual se pusiera una herencia a disposición del matrimonio en que se centra la narración. De este modo, el deceso termina convertido en un detalle que se olvida al poco rato y la concentración recae en los problemas por venir. Por otra parte, los hijos de la señora hospitalizada al inicio de El lobo seductor, no parecen dolerse ante el hecho de que la muerte se acerque peligrosamente a su madre. Es precisamente a raíz de la hospitalización de la anciana, cuando comienzan una desesperada y ansiosa búsqueda de felicidad, placer o vitalidad accesoria.
En contraste, Como hermanos ―escogida para inaugurar esta edición del evento―hace de la muerte de Charlie la piedra angular de su construcción dramática. Es gracias a la muchacha, a través de ella, sin ella, y solo después de aceptada su ausencia, que tres hombres logran recorrer el espacio que los separa de sus verdaderas esencias. Aunque Charlie no comparte genes con ninguno, es imposible negar el status de «más que una amiga» que cada uno le ha otorgado.
Entre los principales resortes emotivos que manejan los cuatro directores ―con mayor o menor tino― está la construcción de situaciones que provocan reacciones encontradas y hasta contradictorias; las cuales pueden ir de la risa al llanto, de la identificación a la aversión, de la comprensión al cuestionamiento, y hasta superponerse de varias maneras posibles.
Como hermanos es la que más acertadamente sostiene su lúdica mezcla de sensaciones y la implanta en las lunetas mientras hace todo lo posible por recibir una lágrima junto a una sana carcajada. Por otro lado, con La jaula de oro las sonrisas devienen vehículos para canalizar las nostalgias y el sentido de pertenencia en relación con el lugar de nacimiento; lo cual viene aderezado por una posible reflexión sobre asuntos más «serios» como la identidad nacional y la emigración, justo cuando Europa toda ―de manera más o menos abierta― repiensa y debate conceptos como «nación» e «inmigrante». De cualquier modo, la cinta no es ni de lejos un alegato estremecedor sobre tamaña preocupación, al contrario. Está concebida cual divertido acercamiento a un núcleo familiar con conflictos universales. Por último, El lobo seductor es la que menos persigue esta comunión de emociones. Su propósito es, abiertamente y ante todo, hacer reír. Para ello llega, incluso, a coquetear con los límites de lo inverosímil, como quien dice «no me lo vas a creer».
Estos filmes depositan toda su confianza en la comicidad generada por los enredos y complicaciones que retardan el logro de aquellos objetivos asumidos por los personajes a partir del fúnebre detonante. No es el ingenio de sus diálogos lo que más gracia provoca, sino su condición de desvalidos ante las laberínticas mutaciones del destino. La supuesta «incapacidad» de esas personas comunes y corrientes para salir fácilmente airosos, aporta entretenimiento a historias cuyo desarrollo se puede ir intuyendo con cierta facilidad. De tal manera, se logra mantener ocupadas las butacas hasta el final, cuando se comparte con todos, bajo la agradable luz parisina, el secreto para alcanzar la felicidad con pocas y maltrechas herramientas.
En unos casos, los obstáculos a superar provienen del entorno, del funcionamiento del cosmos podría decirse. Pareciera que una entidad superior se divierte con los contratiempos que sufren Boris, Elie y Maxime ―los viajeros de Como hermanos―, sobre todo porque la superación de cada «prueba» contribuye al progresivo acercamiento emocional entre los tres hombres que animan esta road movie.
Sin embargo, para Maria y José Ribeiro, los padres de la familia retratada en La jaula de oro, sus contendientes son precisamente personas cercanas al hogar, quienes conspiran para inmovilizarlos. No obstante, ellos logran llevar a cabo ese viaje de connotaciones espirituales que tanto precisan. Eso sucede mientras preparan y ejecutan el desplazamiento físico, que en apariencia es una cuestión puramente práctica.
Y para la tríada de hermanos de El lobo seductor, todos los inconvenientes que terminarán surgiendo en sus vidas, son consecuencias de las decisiones tomadas. Sus actos, conducidos por errores de perspectiva, inconformidades y hasta cierto desprecio hacia lo verdaderamente trascendental, desembocan directamente en el camino de la moraleja que sirve de columna vertebral al relato. No podría ser de otro modo en un filme que vuelve sobre la fábula Los tres cerditos.
De un modo u otro, estas cintas logran sortear los escollos y la mayoría de sus flaquezas para llevar a buen puerto las ansias de esparcimiento de quienes acudieron y volverán a las exhibiciones del Festival de Cine Francés. Después del receso de este lunes, el martes llegará hasta el cine Riviera la más recomendable de las tres: Como hermanos. Si bien el cine Chaplin ofrecerá a las 5.00 p.m. la oportunidad de volver a ver en pantalla grande el clásico Los cuatrocientos golpes, opera prima de François Truffaut; constituye una alternativa agradable acercarse al filme de Hugo Gélin, el cual deja un agradable sabor en los labios luego de descubrir cómo tres hombres aparentemente muy dispares comparten itinerario y meta, conectados por la belleza, luz, candidez y cariño que les entregó una mujer.
Llega a acariciar las fibras de cualquier espectador que desee disfrutar un buen rato, el homenaje que realiza Como hermanos al personaje de Charlot cuando presenta a los tres hombres como vagabundos temporales, quienes no se encuentran realmente desamparados más allá de la pérdida de una carismática y encantadora dama; cuando pareciera emparentar a cada uno de ellos con una faceta particular de aquel entrañable sujeto de bastón, sombrero y pantalones anchísimos; cuando se conoce que, de algún modo, el inicio y la causa principal del hermanamiento también es resultado de la consabida magia cinematográfica.