La cineasta cubana Marina Ochoa confesó a OnCuba que recela de ciertos filmes concebidos desde una supuesta perspectiva de género, cuando en realidad adolecen de un “sexismo del Diablo”. Contra esos “falsos profetas” y ciertos mecanismos obsoletos heredados del socialismo real arremetió la fundadora de lo que nació como Mediateca de las Realizadoras Cubanas, y ahora trabaja por crecer como una Asociación con todas las de la ley…
De entrada, señala que “existe una mirada femenina en el audiovisual, caracterizada por un pensamiento trasgresor que no tiene que ser a la tremenda, más refinado quizás. Sin embargo hay muchas realizadoras cuyos patrones referenciales son obras hechas por hombres, y tienden a imitarlos inconscientemente. Humberto Solás, siendo hombre, tenía esa perspectiva de género, pero ahora hay incluso obras asexuadas…”, comenta.
Todo parte de una diferencia biológica que repercute incluso en las construcciones sociales sobre nuestro role, me cuenta Marina con vehemencia, aunque se cuida de ponerme ejemplos con nombre y apellidos. “Si desmontas la mayoría de las producciones contemporáneas te das cuenta de que hay un sexismo del diablo, con pretensiones de hacer algo con perspectiva de género. No puedes traicionar tu esencia, puedes aprender y mejorar, pero hay quien tiene una esencia sexista que no puede negar. El cine cubano está lleno de obras dedicadas a mujeres, y eso no las hace con perspectiva de género”, acota.
Intento llevarla al tema que me interesa y no le huye: la reestructuración que vive el ICAIC, la casa del cine cubano. “Estoy participando en todas las asambleas, y todos, mujeres y hombres, esperamos que de ahí salga lo mejor. Hay que tener los pies puestos en la tierra, ya no somos los mismos. Hay que hacer transformaciones drásticas y serias, porque no podemos seguir funcionando como hasta ahora. Una nueva realidad se ha ido imponiendo. Es inteligente tenerla en cuenta, con su complejidad, y a la hora de las decisiones tratar de asumir que hay un panorama cinematográfico complejo y con mucha riqueza. Y digo cine cubano donde quiera que se haga. Es una disímil explosión de talento, iniciativa y criterio. Y eso no puede ser más que positivo”, enfatiza.
En particular se ensaña contra el fenómeno rampante de la piratería, con una patente de corso que muchos aún intentan explicarse. “La piratería afecta a todos los cineastas, y luchamos contra ese problema desde la institución. Estamos planteando que si los bancos van a poder vender impunemente nuestras películas, sus dueños tienen que pagar un impuesto que vaya a los fondos del cine cubano”, adelanta Marina, periodista y socióloga de formación, pero inmersa hace años en el mundo del cine y en el protagonismo de las mujeres en el mismo.
También espera un mayor protagonismo de las realizadoras tras la reestructuración del ICAIC, que en medio siglo de existencia apenas ha contado con dos mujeres que han dirigidos cintas de ficción: la fallecida Sara Gómez y Rebeca Chávez, con una diferencia entre ellas de casi 40 años. Por lo pronto trabaja por organizar a las realizadoras cubanas, ya sean directoras, guionistas, productoras, vestuaristas, actrices, en fin… Y quiere tanto a las residentes en Cuba como en la diáspora. Algo avanzó ya en un reciente intercambio entre cineastas de ambas orillas, con proyecciones en Los Ángeles, New York y Miami.
En su espacio no se discrimina a los hombres, porque se trata precisamente de unir. Resalta para bien la complejidad del cine cubano contemporáneo, pero insiste en la necesidad de poner los pies sobre la tierra. “No necesitamos paternalismos, sino herramientas para bregar en este retador panorama”.