Otra vez en la puerta de entrada de la sala uno del centro cultural San Martín. Ahora para ver Tundra, el corto del cubano José Luis Aparicio. Uno de los organizadores del Buenos Aires Festival de Cine Independiente (Bafici) se acerca para preguntar si soy de los directores. Le digo que no, que periodista, y que espero a ver si hay capacidad porque no alcancé entradas.
El hombre se aparta y me pongo a caminar por el amplio espacio dominado por las escaleras eléctricas. Bajan pocas personas. No sube nadie. La estera es indetenible. Observo unos televisores ordenados en el piso. Al rato piden pasar a quienes se encuentran en fila, o simplemente de pie en discreto grupo. De entre los organizadores uno me avisa que puedo sumarme. Cruzo la puerta y veo una sala bastante llena.
Es domingo, seis y cuarenta y cinco de la tarde. Se proyectan cinco materiales. Tundra el primero. Le siguen Ida, de Ignacio Ragone; La visita, de Carmela Sandberg; Sotavento, de Marco Salaverría, y Macadam de Ignacio Sarchi. Una breve presentación, aplausos, todo el mundo atento. Saco mi agenda para anotar lo que pueda en la oscuridad.
Cerrada la puerta, justo cuando comenzaban los anuncios en la pantalla (“La transformación de la ciudad no para”, voz del gobernador de la ciudad de Buenos Aires, único parlamento que a la larga causarían risa esa noche) entra uno que se parece al director del corto. Lo veo a contraluz. Juro, me juro porque estoy solo, que era Aparicio y me espigo en el sillón.
Tomo mi teléfono, busco su Facebook. Tundra por aquí y Tundra por allá. Bafici. No lo conozco en persona, pero estoy más o menos informado de su trabajo, del éxito y repercusión de obras como el documental Sueños al pairo, donde aborda la vida del trovador Mike Porcel. Ese material fue estrenado precisamente en Bafici. Por otro festival vi aquí en Buenos Aires El Secadero, película de la cual, si mal no recuerdo, hay algunos elementos en esta de ahora.
El otro Aparicio subió los escalones usando el pasillo más cercano a la puerta, lado opuesto a donde me encontraba. Supuse que eran tantas sus ganas de participar que, de alguna manera, lo había logrado y al fin allí estaba. Iba acompañado de una chica. Como no me iba a poner en indiscreciones, lo olvidé.
Ya empezaba el corto con guion de mi estimado Carlos Melián, diseño de arte de Pepe Reyes, fotografía de Gabriel Alemán, edición de Joanna Montero y un sonido trabajado por Glenda Martínez.
Un hombre (Mario Guerra) despierta en la mañana y en lugar de ser un gran insecto, como en Kafka, observa que en la sala de su casa sigue dormitando un enorme monstruo parecido al octópodo de Hokusai; es mucho más repugnante. La ciudad está infectada por esa clase de bichos inmorales y parásitos. También por carteles que avisan de alguna clase de epidemia. Entiendo que me enfrento a otra historia cubana surgida del distópico y apocalíptico país que habita en tanta gente.
El hombre que ha despertado es un inspector eléctrico obsesionado por una Mujer Roja que interpreta Neisy Alpízar. Con ella sueña y de su imagen no se desprende, si siquiera ante el martillar de las incontables máquinas que llenan expedientes de la burocracia. Para alcanzar su mujer soñada, para llegar a ella o algo que se le parece, admite el soborno de la mano de una chica (Laura Molina) que lo había estado persiguiendo para convencerlo de que retirara una multa impuesta a su familia por robar electricidad.
No por ser cubano lo digo: después de haber visto los cinco cortos programados esa noche constato que si entre todas las historias el protagonista de Tundra es el que vive en mayor precariedad, es sin embargo, de todos, el que supera su circunstancia con mayor ingenio, a fuerza de imaginación. Es decir, gracias a los recursos narrativos de la historia, Laduet, el perseverante inspector, sobrevive. Lo mueve el deseo de una mujer que ha sido corrompida por el monstruoso animal que avanza sobre todo, lento como el desaliento.
A la larga, los cinco materiales giran sobre temas similares: el peso de la existencia, el sueño exprimido por la rutina, la circunstancia del vivir cayendo como piedra en el camino de la gente; por ahí radica el meollo de cada uno de los argumentos tratados por estos cinco jóvenes realizadores.
Magnífica atmósfera en el corto de Aparicio. Magistrales efectos. Una música eficaz y los presentes aplauden al final de su obra, aplauden en cada uno de los finales de las restantes cinco películas. La historia cubana en lo particular me parece algo imprecisa, como si fuera una metáfora demasiado grande para una historia tan cortica.
Cine: segunda proyección de “Corazón Azul”, de Miguel Coyula, en Bafici
Encendieron las luces y trato de enfocar bien. El supuesto Aparicio se confundía en un molote y se escapaba sin que me diera tiempo si quiera a vocearle. Fue uno de los muchos que salieron cuando todavía pasaban los créditos del último material, dejando casi con la palabra en la boca a los realizadores que sí se habían personado.
Al rato subía las escaleras yo. Había sido esta la segunda proyección del corto de José Luis Aparicio (Santa Clara, 1994) en Bafici. La tercera y última ocurrirá el miércoles en la noche. En el camino pensaba en aquella cosa, en aquel bicho grosero e impresionante. El mundo está lleno de criaturas así. Si organismos como los Tardígrados pudieran crecer hasta el tamaño de una vaca, muchos que nos íbamos a asustar. De igual modo si determinados sentimientos fueran visibles, si se interpusieran en nuestro camino como perros jíbaros, no podríamos tener sosiego entre tanto susto.