El ser humano guarda cierta debilidad ante las historias de amor, no importa cómo se narren o cómo se vivan. Esas historias quedan grabadas en las personas, que incluso las asumen como si fuesen vivencias personales.
En su más reciente filme La caja negra, Kiki Álvarez aprovecha ese ardid al contar dos historias paralelas: Elsita, al morir su abuela —a quien le debe el nombre— comienza a leer su diario y va descubriendo el amor vivido por su abuela con quien fuera su primer esposo, allá por el año 1959. Se va contando entonces la historia de Elsa, quien durante el primer año del triunfo de la Revolución va viviendo este nuevo proceso a la par de una intensa relación amorosa con Saúl, su prometido en ese entonces.
Como casi toda historia de amor que se respete, esta inicia con un beso, justo el primero de enero de 1959 en medio de las fiestas de año nuevo, cuando se anuncia la victoria de los rebeldes en la Sierra Maestra y se confirma la salida del poder del entonces presidente Fulgencio Batista, todo un despertar de emociones para la entonces joven Elsa, quien comenzaba a vivir una nueva vida nublada por el entusiasmo de aquel primer beso, tan carnal como metafórico. Kiki se vale de recursos del cine documental para rememorar aquellos momentos desde enero de 1959 hasta el fatal incidente de la explosión del vapor La Coubre en marzo de 1960, momento clave en la historia nacional y, por supuesto, en la vida de la entonces joven Elsa.
El guion, a cargo del propio Kiki y de Liana Domínguez permite, con pocos y eficientes recursos, trasladarnos a esa turbulenta realidad, contada desde la voz de Elsita, protagonizada por Anel Perdomo, quien, más que leer el diario revive cada momento con la misma incertidumbre que su abuela experimentó aquellos históricos sucesos.
Así es la historia, que nunca se nos presenta como una verdad absoluta porque como la sociedad, se encuentra en constante cambio y todo pasa según el visor desde el que se mire, sea el de Elsa, —una generación que vivió y cuenta lo sucedido en el momento—, o el de la nieta, otra generación que, claro está, comienza a entender un poco mejor lo sucedido desde una arista novedosa y de primera mano.
Los recortes de la prensa y fragmentos de materiales fílmicos del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) ubican al espectador en contexto a través del relato lineal donde se suceden imágenes narradas por la joven protagonista, expectante en todo momento ante toda la avalancha de información que la invade mediante la lectura del diario de Elsa.
El relato sobre esos primeros meses posteriores a marzo de 1960 resultan un resumen bien detallado de lo que se sucedería después: nacionalizaciones, reacciones del gobierno estadounidense, atentados terroristas, movilizaciones masivas del pueblo, rechazo a las medidas de la Revolución, apoyo popular incondicional, “Fidel, Fidel, Fidel…”
Como pasa en parte de la cinematografía de Kiki, el filme no busca complacer con clichés desde la narrativa ni con un final benévolo, sino que trata de mantener en vilo la curiosidad del espectador hasta casi el último minuto, a pesar de que sepamos hacia qué punto se encaminan los sucesos relatados.
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El experimentado realizador logra que entremos en la psiquis de la joven Elsita, que va conociendo más sobre su abuela, a través de las secuencias de imágenes de archivo, que son puestas en la narrativa como una suerte de imágenes mentales: el icónico retrato del Che Guevara en el sepelio de las víctimas de la explosión de La Coubre, las concentraciones populares del pueblo. La vida de la Cuba de 1959 es visible gracias al artilugio de la superposición de imágenes en espacios comunes del hogar donde vivió Elsa, la abuela.
El filme no busca emocionar al espectador con este repaso histórico, tampoco concientizar en bandos a favor o en contra, sino que permite analizar desde un punto de vista bastante objetivo lo ocurrido, con todos los múltiples matices que conlleva un suceso que constituye un parteaguas en la historia cubana.
Kiki logra, por medio de un discurso basado en la objetividad y siempre desde la duda, acercarnos a esta etapa compleja de la historia nacional con esta sencilla y emotiva película, demostrando una vez más la riqueza del séptimo arte para involucrarse con la sociedad, más allá del simple entretenimiento visual, así como presentar una manera diferente de narrar sucesos de manera que pueda captar la atención de las generaciones jóvenes.