Antes de convertirse en un ídolo en su natal San Antonio de los Baños, en la década del 80 del pasado siglo, José Ignacio Pérez Martínez, Cuinco, era solo un anciano de unos 70 años, pintor de casas, a quien no se le conocía familia. Sus escasos amigos huían de su talante taciturno, tímido, anodino, y para la mayoría era un marginal de escasas luces.
Vivía en un hospedaje de caballeros en los altos de un destartalado edificio de la Avenida 41, frente al parque José Martí, y llevaba ropas regaladas, algo grotescas. De su calamidad solo se salvaba una juvenil gorrita de visera, antítesis de un alma en ayuno.
A muchos no les fue fácil entender la fama sorpresiva y vertiginosa de este vejete. Sin embargo, a veces, las leyendas mezcladas con lo cotidiano superan la propia realidad.
Todo empezó como una broma colectiva organizada por Rosendo Díaz, El Loco, barbero de profesión, y Delio Pino, El Gordo. Ambos se empecinaron en hacerle creer a Cuinco que estaba recibiendo grandes regalos de un ficticio don José, hacendado de la finca La Tojosa, en Palmira, en la antigua provincia de Las Villas. Supuestamente, el potentado le envió puercos, frutas y hasta dinero durante tres años y, sin albergar la menor sospecha, el infeliz cayó víctima de la engañifa de decenas de lugareños.
Félix Romero de la Osa, escribió en sus Estampas ariguanabenses, publicadas en 2002:
“Allí, en la conciencia de este luchador fue sembrada y germinó con fuerza incontrolable la ilusión fantástica de La Tojosa, del propietario don José y su familia e infinidad de hechos surgidos de la imaginación del pueblo, los cuales tejieron importantes y apasionados momentos de este gran teatro espontáneo que hizo de Cuinco el hijo pródigo que parió San Antonio del Humor (…).
“Había pasado por la vida sin vivir, y por primera vez, sintió la importancia de ser persona, de ser apreciado y querido por ‘amigos’ y por los reales vecinos de su pueblo (…). A partir del momento en que lo descubren, su brocha fue más ágil, su popularidad mayor, su optimismo cotidiano creció (…)”.
En la angosta habitación de Cuinco, ya espabilado y resabioso, los timadores pusieron un buen colchón, un televisor y hasta un teléfono, en el que se recibían las “llamadas” de don José. El barrio completo hablaba con el terrateniente, y cuando le tocaba el turno a su hijo favorito, la comunicación se caía o El Loco, con la voz ronca, hacía su mejor papel.
Por la mañana, durante el desayuno, le llevaban jamones, mortadelas, bisteces…, que llegaban, no desde La Tojosa, sino de la cafetería de la esquina. Más tarde, vecinos como Cocuyo devolvían los alimentos a su lugar de origen y el septuagenario, tras regresar de su trabajo, iba hasta el Poder Popular municipal para presentar las denuncias sobre las trampas, tropelías y malos actos de “los envidiosos”.
Al pasar el tiempo, los chistes se hicieron cada vez más originales: un día pasaron por delante del cuartico de Cuinco una yunta de bueyes “enviada” para él desde La Tojosa y después se la cambiaron por dos terneritos; en otra ocasión, Walfrido Lemes le anunció la inminente llegada de un cheque de 5000 pesos y cuando “el afortunado” fue al banco la cajera le musitó con complicidad: “Ya esto lo cobró ese compañero, él trajo una constancia de su enfermedad”.
Las burlas se les iban ocurriendo de manera espontánea a los conspiradores.
José Miguel Delgado López, historiador de San Antonio de los Baños, a quien entrevisté en 2007 en su propio terruño, me contaría:
“Estaban poniendo, en estos días, la telenovela brasileña Doña Bella y, de inmediato, se organizó en el Parque Central un encuentro de Cuinco con la dama, quien de manera pública le mostraría su apoyo. Disfrazaron a una mujer como la doña y pusieron a Candiña y al Cura como acompañantes. El lugar estaba repleto, como nunca, era de noche y se instalaron hasta luces. La supuesta Bella llegó y decenas de concurrentes creyeron que el personaje era real. Fue un gran espectáculo; hasta los bomberos participaron.
“En los meses siguientes, se produjeron otras visitas: un ilustre jefe árabe se presentó y le entregó la distinción ‘El Camello Dorado’, debido a su amor por los animales, y hasta la elegante señora de don José no dudó en rendirle pleitesías. La fulana era, en verdad, Félix Dardo, director del grupo de teatro Los Cuenteros. Recuerdo que exhibía una hermosa cabellera rubia…
“¡Ah…! en el Museo del Humor le celebraron su cumpleaños con dulces, cervezas… Y cuando mejor estaba aquello, se apareció allí el cómico Osvaldo Doimeadiós encarnando a la viuda de Hirohito, el emperador del Japón. Ella vino escoltada por un ‘samurái’, al cual le prestamos un viejo sable corvo del Museo Municipal para que partiera el pastel”.
Como Cuinco peleaba por las marañas que le hacían, se decidió organizar un juicio público en una sala-teatro de la localidad. La causa la condujo Dardo, convertido ahora en un implacable fiscal, papel para el que le prestaron una vieja y maloliente toga.
En el banquillo se sentaron El Loco, El Gordo, Cocuyo, Homerito, Alicate, Rumania y varios más, quienes pasaron las de Caín. No obstante, al final, les impusieron condenas irrisorias, como una semana sin salir de la casa o tres días sin visitar la plaza. Al salir del edificio, el denunciante, frustrado y huraño, fue cargado en hombros por los asistentes hasta su vivienda en medio de una gran algarabía. Entonces, se quitaría su gorrita (por única vez) y saludó con una sonrisa de chico travieso.
Cuinco falleció de un infarto en 1989. Su entierro fue multitudinario. Homero Perdomo Betancourt, director, en ese entonces, del Museo Municipal de San Antonio de los Baños, despidió el duelo.
No se sabe, a ciencia cierta, si se creyó su historia o descubrió la “máquina” que le estaban corriendo y siguió arañándola como un hurón para huir de la intrascendencia. En cualquier caso, su escándalo se hizo arte: el brasileño Wolne Oliveira, estudiante de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio, preparó un documental proyectado por la TV cubana; Radio Ariguanabo divulgó crónicas sobre él; el caricaturista Boligán, desde México, lo inmortalizaría en sus dibujos, y el gobierno de San Antonio instituyó el premio Cuinco para estimular a los artistas plásticos inclinados hacia los temas locales.
Homero Perdomo, actor aficionado y escritor autodidacta, premiado en varios concursos, estrenó, a los dos años de la desaparición física del homenajeado, el monólogo “Yo, Cuinco”. En esa simpática pieza teatral, el personaje recrea su vida y regala el testimonio de alguien a quien lo mismo le da caminar sobre la tierra, la luna o el mar. Para él, sólo vale soñar.
“…me gustaría ir a La Tojosa a ver los cruces que logró para el zoológico de la finca, Kuito Kurosawa, el técnico japonés. ¿Te imaginas?, caballos verdes, azules, anaranjados, jirafas con dos cabezas, elefantes rosados y un puerco con cinco metros de largo (…). Dentro de pocos días va a venir a verme un alto jefe de tribu nigeriana, creo, sé que se llama Katanga Lechongo… verdad que hay cada nombrecito…
“Cuando don José se enfermó, El Loco fue a verlo y con él me mandó a su médico de cabecera, el francés Mesié Titiú, para que me hiciera un chequeo. ¡Qué don José, carajo…! Y aquel fin de año que me llamó por teléfono y me dijo que me mandaría unos regalitos con Cocuyo en un quitrín. A mí no me gustaba que me mandara nada con Cocuyo, porque con su cara de serio es un bandido y un desvergonzado. No sé… pero no por gusto me extrañó que a Cocuyo le mandara una caja con un queso amarillo así de grande, a Homerito y a El Loco, cajas con botellas de vino y turrones españoles, y la mía, que soy el principal, con una fruta bomba partida a la mitad, una yuca grande y dos tomates de ensalada… aquello parecía… bueno, mejor dejarlo así (…).
“Yo no he tenido nada, ni siquiera familia, porque todos fueron cayendo como carticas de barajas, nadie me dio siquiera calor humano, se acordaban de mí solo cuando me necesitaban para pintar una casa si era bien grande. Ahora, que me he hecho famoso, quieren saludarme, darme la mano, es verdad que tal parece que tengo una gran familia”.
El ejemplo de Cuinco, en la Villa del Humor, ha sido, al menos para mí, una lección de vida. Nunca debemos darle una patada a la lata y menospreciar o herir a los seres en apariencia pequeños, insignificantes, anodinos, aunque se parezcan a los jejenes. Las más grandes virtudes están a veces escondidas en la cueva del ratón juguetón, listas para poner la otra mejilla, y darnos la sorpresa de la vida.
Lo conocí, le decían “el cuinco”, era un pobre diablo y todo el mundo se reía de él… bueno… yo más bien creo que él se reía de todo el mundo viviendo de vacilón. Que bueno que se rescate ese personaje.
Interesante historia, cuando estaba ya pa la tumba le llegó el reconocimiento. Yo creo que sí se dio cuenta del relajo, pero siguió para seguir haciéndose famoso. Aquí en México cualquier compadre hubiera hecho lo mismo…jajajja
De San Antonio conozco a Abela y a René de la Nuez, dos bárbaros del humor más picante. Ahora está el Cuinco, me llama la atención cómo todo el pueblo se movilizó para crear situaciones sabrosas para todo el mundo… Qué bueno que ONCUBA se ocupe también de estas novedades. La política ya nos agota.
La historia está muy linda y todo, pero no me gusta mucho que todo el pueblo se riera del pobre viejo. Yo lo comparo con mi papá a esa edad. Majadero y achacoso, pero claro. Lo mejor de todo es que Cuinco fue feliz por un tiempo. Linda crónica.
Yo dictré un curso en la escuela de cine y TV de San Antonio y la verdad que varias personas me hablaron de Cuinco cuando visité ese pueblo. Luego localicé el documental que le hicieron y me pareció genial. Se lo merecía….
hola amigo, donde puedo encontrar el documental para descargarlo?
Saludos
Pues bien por Cuinco, esta doña Bella está para romper cualquier corazón.
Conocí a Cuinco cuando vivía en San Antonio y puedo decir que Boligán lo retrató de manera perfecta en la foto que veo en la crónica. Así era ese abuelo, tenía malas pulgas, pero cuando vencía su timidez hasta podía hacer algún chiste.
Vi el documental en la televisión hace como 30 años. Me pareció genial el documental y genial la fórmula que encontró el pueblo para ayudar al Cuinco. Ayudar, sí, aunque parezca que era para burlarse. Al día siguiente lo comenté con varios de mis compañeros de aula de la universidad y a todos los había conmovido el documental.