Hace un mes atrás, una amiga alemana-holandesa, con quien bailo Casino cada quince días, comentó que tenía entradas para la presentación, en la ciudad de Hannover, de una compañía de danza cubana.
Ivon no recordaba con exactitud el nombre de la agrupación, solo decía haber leído en la prensa un artículo que la convenció de asistir el evento. Ella había notado que una pieza titulada Mambo 3XXI sería interpretada, y como tenemos un paso del mismo nombre en nuestro grupo de casino, quiso ver que tal el asunto bailado por la “auténtica Cuba”.
Por supuesto que a Esmeralda y a mí se nos prendió inmediatamente el “bombillo nacional” y llegamos a casa buscando en Internet la información pertinente. Cuando confirmamos que se trataba de Danza Contempóranea de Cuba (DCC), que dirige Miguel A. Iglesias Ferrer, le dije:eso tenemos que verlo. Te va a encantar.
En ese momento recordé que el 24 de diciembre del 2012 había visto a DCC, en una especie de auto-regalo que me hice por Navidad, en el Gran Teatro de La Habana y quedé rotundamente impresionada por aquella experimentada juventud que danzaba quebrando todas las leyes físicas y biológicas.
Tuvimos la suerte de poder comprar dos de los últimos tres billetes que quedaban para el espectáculo; y para ser los últimos estaban bastante bien situados. Fila 11 de la platea del Staatoper Hannover. La fecha: “Karfreitag” o sea el Viernes Santo, 19 de abril.
Llegado el momento, no cabía una pizca de orgullo nacional dentro de mí. Tomé mi carterita tejida que reproduce la bandera cubana y la metí en la otra. Dentro iba la piedra que traje la última vez que visité a la Patrona de Cuba, allá en el Santuario de Santiago y que regalé a Esmeralda para que llevara un trocito de nuestra Cuba siempre.
No me atreví a sacar la diminuta bolsita en público. Sin embargo, cuando comenzó Identidad-1, la primera pieza interpretada, la apreté lo más fuerte que pude, como quien intenta retener entre dedos las buenas vibras de la tierra que ama.
Identidad-1, estrenada por primera vez en el Teatro Mella, en La Habana, es una pieza que retoma la clave cubana, sobre la cual se erige la música Alexis de la O. Joya, y la coreografía de George Céspedes; la cual me hizo pensar en la Isla que somos, en las orishas Yemayá y Oshún por ciertos movimientos en la escena, y en la vitalidad de nuestras costumbres, códigos y símbolos. De haber habido más personas de Cuba en esa sala, seguramente se auto-reconocieron en dicha obra.
Los desplazamiento en la escena es lo que puedo recordar con mayor asombro, aun a 6 días de haberlo vivido. En ese momento lamenté no estar en los balcones para divisar las intrépidas figuras que se formaban. El hermetismo de aquellos movimientos donde se enfrentaron pechos con pechos, y el dominio de cada milímetro de aquel escenario, constituyó una buena antesala para lo que vendría más adelante.
No se cuantos minutos de aplausos sucedieron, pero lo cierto es que unas cuantas personas, contables con lo dedos de una mano, nos paramos de nuestros asientos y ovacionamos a DCC. En Alemania no existe, como un Cuba, la costumbre de pararse a aplaudir. En esta tierra la gente es contenida. En aquella nuestra movemos todo el cuerpo cuando algo nos maravilla.
A mí que no se nada de danza, el juego de palabras de Demo-n/crazy, me hizo pensar, antes de verla, que se trataba de una pieza sobre el poder en las relaciones humanas.
Vestuario de cama, a veces no vestuario y ambiente intimista, me situó en lo que puede acontecer entre un hombre y una mujer en privado. También entre dos hombre que fueron aplaudidos en el medio de su danza. Tensiones eróticas a flor de piel. Intercambio de experiencias y vivencias que deshicieron patrones y rasgan interiores.
No música, solo podía escuchar un sonido que confieso identificar como el que produce un ventilador en una noche cerrada, y que me hizo recordar que hay gente que en la Isla que lo enciende en invierno porque aman ese chirrido constante. Nina Simone con Ne m’ quite pas. Luego, vino una canción de la española Bebe, interpretado a pleno pulmón por una de las bailarinas, y que conozco verso a verso. Hubo otros temas pero no los recuerdo.
Bravo por Rafael Bonachela y su coreografía para 21 bailarines. La inesperada parada de cabeza final es lo más bello que puede elegirse para concluirse Demo-n/crazy. Por supuesto que el teatro deliró en aplausos.
Y llegó el mambo que se mezcló con el bolero Mucho corazón, interpretado por el grandísimo Benny More. Esmeralda y yo lo sentimos por quienes en el teatro no conocen la música cubana ni al Bárbaro del Ritmo, pero cantamos junto a él con los sentimientos que implica provenir de la mayor de las Antillas y estar sentada no se cuantos kilómetros de distancia de ella, disfrutando de tal espectáculo.
Fueron 32 minutos más de goce. Nuevamente una coreografía de George Céspedes, esta vez acompañada por la música de la Nacional Electrónica.
Los movimientos recios que evidencian el dominio de la técnica y la sincronía de la compañía, dan luego paso a la individualidad de los bailarines. Lo que comienza con una secuencia de pasos rígidos, luego se convierte en un jolgorio de posiciones y sensaciones.
No se cuantos Viva Cuba pude gritar esa noche. Pero sentí que entre la cubana que tenía a mi izquierda, Esmeralda, la otra que estaba dos filas delante de nosotras y yo, se formó una especie de complicidad donde la única palabra importante era Cuba y el sentimiento entonces: la cubanía, no importa que se lleve uno, cincuentaycinco o no se cuantos años fuera de la Isla.
Nota: como era de esperar durante la presentación se prohibió hacer fotos, por eso he tenido que tomarlas del sitio de DCC.