La genialidad del Maestro Fernando Alonso todavía ilumina la escuela cubana de ballet que él fundó. Sería injusto decir que solo; pues además de incurrir en una delirante mentira le faltaría el respeto al propio Alonso, quien en cualquier escenario nombraba con admiración a todos los que compartieron en cuerpo y alma un proceso de años aún en evolución.
“Papá era un lord, un príncipe. Además, extremadamente inteligente, hablaba de cualquier cosa, sabía de todo un poco y lo desconocido lo buscaba y estudiaba”, dilucidó la hija Laura Alonso, prestigiosa maître de ballet y directora del Centro Prodanza.
La exsolista del Ballet Nacional de Cuba (BNC) cuenta que una vez en una función de matiné bailaron Las sílfides y la obra no quedó como el director exigía. El espectáculo de la noche comenzaba con aquel mismo título y el Maestro las estuvo ensayando con las zapatillas de punta, el vestuario y el maquillaje, desde la tarde hasta la noche que abrieron las cortinas.
“Cuando me quité las zapatillas, las tenía pegadas por sangre, sin embargo, nadie protestaba, todo el mundo lo respetaba muchísimo. Papá era muy exigente pero así debe ser un maestro, y él nunca se conformaba, buscaba el por qué de las cosas, le gustaba ir a la raíz”, comentó en su despacho hace unas pocas tardes a mi amiga Maiuly Sánchez, quien intentaba construir conmigo un pequeño material audiovisual que sirviera para mostrarle a las nuevas generaciones de danzantes quién había sido el padre de la escuela cubana de ballet.
Apenas contamos con recursos, sinceramente todos fueron personales, pero no podíamos dejar de responder a este llamado de la directora de la Escuela Nacional, Ramona de Sáa, quien también colecciona un rosario anécdotas junto a Fernando: “Después de dar por primera vez una clase abierta en el Teatro Auditórium, a un grupo de primer año, el Maestro me la hizo trizas. Yo lloraba porque creí que me iba a decir que estaba espectacular, pero con el tiempo me he dado cuenta de que esa manera nos hizo llegar a ser lo que somos ahora”, dice en referencia a una generación de oro del ballet cubano, forjada bajo la tutela de Alonso.
Según Cheri –como todos llaman a de Sáa-, Fernando nunca daba una clase sentado, en la juventud hacía toda la barra de pie y después en el centro marcaba los ejercicios.
En julio de 2013, el Maestro falleció a los 98 años de edad, sin embargo, la directora a veces mira el pasillo de la Escuela y le parece verlo caminar hacia algún salón. Pese a que los medios de prensa cubanos destacaron poco su labor, aquel escultor de joyas nunca perdió el vínculo con la institución y hasta el final de sus días aconsejó a bailarines y maestros, y asesoró ensayos sin pedir nada a cambio.
“Siempre nos daba mucho ánimo, decía las cosas y sabía cómo llegar”, expresó con una mano sobre el corazón y añadió: “esa opinión a mí me falta, me falta muchísimo”.
Cuando la primera bailarina del BNC Viengsay Valdés estudió en la Escuela, Fernando dirigía el Ballet de Monterrey en México, así que debió esperar algunos años para conocerlo y llegado el momento no perdió el tiempo. “El Maestro brindaba correcciones muy lógicas, él iba a través de la psicología del bailarín con el razonamiento, con el entendimiento del por qué se hacen las cosas. Pocos profesores tienen la capacidad de explicar y Alonso en ese sentido era maravilloso, muy explícito, algo que se extraña y que yo como profesional necesito y quisiera tener a diario”, subrayó Valdés, quien sale a bailar con muchos de los consejos del Maestro en mente.
“Como resultado de la exigencia de Fernando, la compañía alcanzó reconocimientos y premios internacionales en las décadas de 1960 y 1970”, expuso la artista. Poco se dice que Alonso dirigió el BNC desde su fundación en 1948 hasta 1975, cuando se divorció de su primera esposa.
Una de las joyas del BNC, Aurora Bosch, bien recuerda la época en la cual el Maestro guiaba a la generación primaria de la compañía. “Fernando cuando nos estaba formando como bailarinas, nos formaba al mismo tiempo como maestras y maestros. Diariamente, nosotros recibíamos dentro de la clase una lección de anatomía aplicada: porque miren, tienen que rotar el fémur, que se inserta en la fosa cotiloidea… y nosotras lo mirábamos asombradas, después venía la clase de anatomía y él nos dibujaba el cuerpo”, confesó.
Bosch también rememoró el trabajo minucioso de Fernando cuando la preparó a ella y otras jóvenes en la década de 1960 para presentarse en el Concurso Internacional de Varna, en Bulgaria, donde expertos advirtieron por primera vez el surgimiento de otra escuela en el mundo. “Fue una oportunidad muy bella de acercamiento con el Maestro y, al mismo tiempo, de pulir hasta el más mínimo detalle, un trabajo muy difícil. Él decía: la clase de ballet es colectiva, pero el maestro tiene que ver la individualidad de todos en su salón, y él no subestimaba a nadie”.
En honor a ese evangelio de pedagogo, Bosch propuso en el VIII Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), celebrado en este mes de abril, que la Escuela Nacional de Ballet pase a llamarse Fernando Alonso. La ovación cerrada e instantánea del auditorio respondió la propuesta.
A criterio de una de las discípulas más jóvenes, Grettel Morejón, el Maestro era tan dulce como exigente. “Mi grupo de la Escuela le tenía mucho respeto y cariño pues te inducía el amor por la danza. Hay personas que te cambian la vida y él para mí fue lo principal, cambió mi forma de ver el mundo y de bailar. Alonso podía empezar una clase a las 9:00 a.m. y terminar a las 2:00 pm. Una jornada prevista para una hora y media de duración él la convertía en tres horas y se iban volando”, rememoró la actual bailarina principal del BNC.
Grettel conoció a Fernando cuando pasaba de los 90 años de edad, pero por suerte aún subía las escaleras de la Escuela de dos en dos, era capaz de narrarle hasta el más mínimo detalle histórico de una obra o un suceso y más de una vez lo tuvo de partenaire en algún salón. Los alumnos del Maestro recibían con frecuencia sus llamadas, conocía a todas las familias y los sentimientos personales de cada muchacho y muchacha.
Por esa misma época lo conoció en persona el profesor Elio Velázquez, quien considera al Maestro como el primer preparador físico de los bailarines cubanos. “Amaba la preparación corporal y él mismo era un ejemplo pues con más de 90 años de edad hacía abdominales, trabajaba en aparatos del gimnasio e intentaba mantenerse en forma”, contó. Más de una vez, Elio ofreció una mano al hombre mayor en la Escuela, para ayudarle a subir un escalón, y éste siempre reaccionó igual, como si lo ofendiera. El único estrechón permitido era el del saludo.
La profesora de ballet de la Escuela Nacional Elena Cangas aseguró que allí mencionan al Maestro todos los días. “Su presencia, legado, huella, está en todos los lugares de este centro. No lo tenemos físicamente pero está siempre, está todos los días y los que tuvimos la suerte de andar a su lado, no lo vamos a olvidar. El Maestro era una dulzura, una persona de sabiduría demasiado grande para hablar de él tan poquito”.
Este juicio de la profesora Elena cobra real sentido cuando se investiga la vida y obra de Alonso. Con Fernando la cultura cubana tiene una gran deuda todavía. El recién concluido XX Encuentro Internacional de Academias para la enseñanza del ballet estuvo dedicado a la memoria del Maestro. En la Gala de Homenaje, el historiador del BNC, Miguel Cabrera, contó un detalle de su relación privada con el Maestro sin entrar en precisiones históricas de los cargos, las responsabilidades ocupadas y las referencias propias de los historiadores. No hizo falta, minutos después varios discípulos de Fernando se encargarían de contar los hechos por él. No alcanzó el tiempo para decirlo todo, pero al menos el velo sobre Fernando Alonso comenzó a descorrerse.
La huella de un maestro de danza suele vivir en el genio y el espíritu escénico de los bailarines, sus obras más perfectas. Pero cuando el carácter de un maestro funda danzantes, compañía y escuela, el olvido se torna imperdonable.