“Transmitan, proyecten esa luz que sale del pecho”, exige la maestra Irene Rodríguez aunque no es poeta sino bailarina y de las que proyectan auténtica luz en escena.
“¡En la clase se baila!” y ella no solo lo dice, lo demuestra. Irene impresiona por su capacidad de transmutarse en muchos seres. Sobre el escenario, en el personaje que le pidan, dentro de la historia más adversa, y en la vida real diseñadora de luces, vestuario y escenografía, relaciones públicas, maestra y directora de su propia compañía de danza española en Cuba.
Un tema de Aerosmith se filtra en el caluroso salón de la Escuela Nacional de Ballet pero la maestra actúa como si solo escuchara los tacones de los estudiantes de su taller. Trabaja en un entorno prestado, pues carece de sede propia. La artista criada en los años más duros del llamado Período Especial cubano no se queja de nada, aunque trabaja con baja iluminación, y el eterno verano de la isla Patria obliga a mantener abiertas las ventanas de cara al Hotel Sevilla, donde algún dependiente pregona su preferencia por el rock ligero. Da play a una canción de Air Supply y luego endulza el calor con Freddy Mercury a un volumen tan alto que sobrepasa al de la música del pas de deux de Las llamas de París, ensayado en el piso inmediato superior.
“Tienen que pensar y sentir que los brazos crecen”, exclama la profesora y en la primera pausa los alumnos se doblan de dolor de espalda o de brazos mientras Irene parece inmune. En medio del sofoco, un montón de adolescentes y jóvenes la miran incrédulos, la danza emanara realmente de su pecho.
“Quítenle a la danza tensiones para que parezca natural, háganla ver menos difícil”, sugiere sin miedo a revelar secretos, incluso los que ha aprendido por sudor y creatividad propia sobre los escenarios. Para nadie es un enigma su talento, pulido a diario con altas dosis de trabajo constante y entrega. Pudiera parecer que no se cansa, pues luego de dar clases y ensayos a los miembros de su compañía, la artista dedica horas a formar nuevas generaciones de danzantes, muchos con escasa experiencia en alguna carrera artística.
De 5:00 p.m. a 6:00 p.m., una maestra de la Escuela les imparte voluntariamente una clase de ballet. De 6:00 p.m. a 7:00 p.m., Irene enseña estilización y en la hora siguiente una lección de flamenco, totalmente gratis. La gente abre los ojos cuando le preguntan cuánto cobra y ella responde “nada”. No es una respuesta típica en estos tiempos pero Irene no es una joven típica ni una bailarina típica.
El Taller de Danzas Españolas que dirige con el auspicio de la ENB reúne alumnos de distintas partes de la geografía cubana, pues cuando lanzó la convocatoria se presentaron 300 adolescentes y la maestra no tuvo más remedio que seleccionar 42 para no exceder el espacio de un salón prestado. En las audiciones, Rodríguez evaluó condiciones físicas, musicalidad, interpretación, coordinación. Los 11 varones y 31 hembras elegidas tienen de 14 a 18 de años de edad y deberán someterse a exámenes eliminatorios cada tres meses. El objetivo final es formar una cantera de bailarines para la compañía luego de tres años de estudios en los que el grupo también protagonizará sus propias funciones.
“Piensen que están ponchando un papel con el pie”, señala Irene. Todos los zapatos de las chicas tienen elásticos o tiras abrazadas al empeine de cada pie pues los taconeos deben ser fuertes, sin riesgos. El repaso de castañuela y pies dura 40 minutos. Luego el público solo ve elegancia y facilidades.
“Tienen que quitarle tensión al cuerpo, que toda la carga se vaya para las piernas. Pan pan, tacón, tacón. Pan pan, tacón, tacón”, repite. Taconean tanto las bailarinas que crean cayos con el tiempo, similares a los generados por las zapatillas de puntas y según la maestra es lo óptimo. Durante la clase, Irene lleva a los aprendices desde las posiciones clásicas a las españolas y viceversa, para pulir técnicas y adentrarlos en parte del estilo que asumirán dentro de sus coreografías.
“Crecen los brazos y 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8”, marca la ensayadora al tiempo que respira con gestualidad propia. Irene gira, salta, sube las piernas hasta la cara y se desenvuelve con una agilidad que a veces parece un efecto de cámara rápida. No teme a cargadas peligrosas y taconea hasta en puntas. Más de una vez esta bailarina ha puesto de pie a un auditorio por sus destrezas.
“Tranca los músculos de la espalda”, indica a los estudiantes para que ganen en fortalecimiento. La artista ofrece un rosario de consejos en base a su experiencia escénica y celebra orgullosa cada evolución individual en la clase. Conoce los nombres de todos, en el taller tiene desde una Thalía hasta una Shakira.
“Estira todo, no te quiebres. Yo no he dicho cambio. Ahora, cambio de fila”, ordena para que cambien de posición en el salón y todos tengan tiempo de verse en el espejo. La Master en Danza pide mantener el ritmo mientras enseña a hacer fila y a bailar desde la clase. Según explica, la distinción y parte de la complejidad de la danza española radica en el detalle de tener que bailar y tocar un instrumento a la vez.
“Se sobre cumple el plan. Van a salir en el noticiero”, exclama jocosa casi al final del día y los aprendices no pueden evitar la risa.
Solo la práctica creará al bailarín, por eso dedica horas a repasar manos, brazos y taconeos. Pese a no contar con sede propia Irene solo reclama más ejercicio y corazón, e implora que cualquier texto alusivo exponga su agradecimiento a la ENB y a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana por el apoyo incondicional brindado a su compañía y distintos proyectos. El más reciente está en fase de construcción y se titula Aldabal, una obra que estrenará el venidero 4 de noviembre en el Teatro Mella dentro del XXIV Festival Internacional de Ballet de La Habana.
En ese evento esencial, hace dos años, la prima ballerina assoluta cubana Alicia Alonso le concedió a Irene el Premio Iberoamericano de Coreografía, y en esta ocasión le asignó el cierre de uno de los espectáculos.
Aldabal enuncia un lugar con muchas aldabas y por tanto con numerosas puertas. A la creadora le agrada que cada espectador interprete a gusto el uso de las puertas, ella rechaza imponer lecturas. Solo puede asegurar que esta seguiriya deja a todos los bailarines sin aliento por su intensidad y gran demanda de virtuosismo. El guitarrista Noel Gutiérrez compuso la música electroacústica e Irene asumió además el diseño de vestuario y escenografía.
“Algo que no puede dejar de tener un bailarín español es oído, porque se debe aprender muchos pasos de oído. El estilo que están bailando no tiene nomenclatura, especialmente para los pasos relacionados con la percusión”, explica la profe a las nuevas generaciones. Sin embargo, a la hora de crear supedita el estilo a las emociones.
“Siempre he sido una bailarina muy inquieta en la búsqueda de todo aquello que me sirva para transmitir la danza y ese arte sagrado para mí es expresar un sentimiento, un deseo, una opinión, una inquietud. Por tanto, todo de lo que me pueda valer para hacer llegar al público lo que tengo dentro de mí lo siento como necesario y válido. Además, ningún estilo es realmente puro, todos en algún momento de la historia se han reunido y nutrido de otras danzas para luego conformarse como tal. La propia danza clásica se nutrió de los pasos de los bailarines españoles y de los italianos, entre otros, para llegar a ser lo que hoy conocemos como ballet clásico “puro”. Así que dejarnos influir y conocer otros estilos no es perder pureza, es ganar en riqueza”, asevera la artista cuya reciente actuación en el Museo Latinoamericano de Arte de Los Ángeles, Estados Unidos, mereció una placa de reconocimiento.
El verano fue agotador para Rodríguez pero fructífero pues bailó con miembros de su compañía en el Carriage House Theatre del Montalvo Arts Center, en California. Allí también ofreció varios talleres de danza española, e impartió dos clases magistrales en el Ballet San José, de esa misma ciudad, a petición del director, José Manuel Carreño, cubano como ella. Y no menos importante, Irene dio una conferencia en el West Valley College, de la ciudad de Saratoga, para estudiantes especializados en ballet. Después, regresó a La Habana, a los ensayos del nuevo montaje, los planes pendientes por razones ajenas a su voluntad y los talleres.
Cae la noche al ritmo de timba cubana en el Hotel Sevilla y la maestra Irene aún insta a martillar el piso con ritmo. “Golpe, tacón, tacón, golpe, tacón, tacón”, enfatiza y acelera.
“Estos son ejercicios básicos por los que cualquier bailarín de español pasará muchas veces en cualquier actuación”, explica para justificar las reiteraciones. Y repite y repite y repite, perenne, como su luz. Afuera ya es de noche, pero dentro de aquel salón de la Escuela Nacional hay suficiente claridad para divisar nacimientos y pasiones.
“El golpe que más suena es el último, el de cierre”, y ¡pan!, taconea ella misma otra vez para demostrarlo.
Necesito saber cuando hay un curso para el ballet de ella? quiero entrar en su compañia