Con el espectáculo titulado “Sinfonía española de lo clásico al flamenco”, Irene Rodríguez dejó muy clara su apuesta por la intensidad en la danza. Todo lo maneja y domina con un temperamento avasallador, pero si alguien ha sabido colocar en una balanza humildad y ambición es Irenita, como insisten en llamarle quienes la vieron convertirse en una gran bailarina a corta edad.
La humildad perfecciona a esta chica accesible y querida en las calles de su Habana natal. Las raíces maternas españolas pesaron al principio y todavía ostentan un lugar central a veces, o sirven de punto de partida para variadas aventuras artísticas. De niña, la Rodríguez admiraba a las bailarinas clásicas y aprehendió la esencia del ballet, se enamoró del teatro y estudió actuación en el Instituto Superior de Arte (ISA).
Para Irene no existe movimiento desvinculado de una emoción. A nadie le extrañó que antes de los 20 años ascendiera a primera bailarina del Ballet Español de Cuba (BEC), ni que a los 30 fundara su propia compañía; pues además la danzante se formó como maestra y coreógrafa. Pese al exiguo tiempo, entre funciones y ensayos, cursó una Maestría y ahora culmina un Doctorado en Artes.
Desde muy joven, fue capaz de montar escenas para grandes puestas y aprendió a sembrar euforia en los teatros sin caer en las chabacanerías comunes. La Rodríguez acaba de culminar un ciclo de presentaciones junto a la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) de Cuba y no era primera vez que la artista paralizaba un espectáculo. El público abandonó los asientos del Teatro Mella de La Habana mucho antes del final de cada función del 5 y 6 de julio, para celebrar de pie el éxito de Irenita y su pequeña compañía, cuyos artistas supieron moverse cual si aportaran instrumentos a la orquesta.
Taconeos y brazos elocuentes, acentos, energía, ritmo y talento tejieron con armonía la puesta concebida por la bailarina desde una luneta, hace tres años, durante una presentación de la Sinfónica. “¿Con quién tengo que hablar para trabajar juntos?”, preguntó la joven fascinada. “Estás hablando con esa persona”, respondió el director Enrique Pérez Mesa, cautivado por la seriedad de Irene ante el trabajo, el profesionalismo y su capacidad para ser artista sobre la escena.
“Todo lo que ella toca queda bien, por eso tiene una compañía joven pero muy preparada técnicamente y le auguro un excelente futuro”, sostuvo con la batuta en la mano y la camisa inundada de sudor, tras la última función.
Rodríguez saboreó la oportunidad de unirse a la Sinfónica y exacerbó los calores dentro del teatro habanero. Lo mismo bailó con castañuelas que con abanico, luego un mantón, agarró un sombrero y embistió un tango vestida de hombre, cambió de prendas varias veces y por último, salió con un vestido largo y zarandeó sus tacones a una velocidad imposible de captar al detalle por un ojo humano.
Según Pérez Mesa, el flamenco es un idioma diferente al que su orquesta acostumbra a interpretar, sin embargo, excitó al público con piezas como el fandango de “Doña Francisquita”, de Amadeo Vives; “La danza ritual del fuego”; la suite de “El sombrero de tres picos”, de Manuel de Falla; y un fragmento de la zarzuela “La revoltosa”, de Ruperto Chapí.
La concepción coreográfica de las obras jugó con una amplia gama de emociones, Rodríguez sorprendió por un empleo muy virtuoso de técnicas como las del ballet clásico, la escuela bolera, el flamenco y hasta la propia génesis del tango.
No en vano este espectáculo quedó inscrito en el Libro de Honor del Gran Teatro de La Habana tras su estreno allí en 2012, y personalidades como la prima ballerina assoluta Alicia Alonso y el gran pianista Frank Fernández han compartido proyectos con Irene.
La artista resultó ganadora del Premio Iberoamericano de Coreografía en 2012, actualmente tiene una escuela de formación profesional y aspira a contar algún día con una sede propia.
Ni el voraz toro de Carmen, ni la controvertida Frida Khalo, ninguna obra ha demandado tanto desdoble de la artista como la de fundar y dirigir su propia compañía, en las que ella y su madre fungen como diseñadoras, vestuaristas, relaciones públicas y cuanto rol sea preciso interpretar.
Para la directora, la principal dificultad es la situación económica; pues limita la realización de giras, el montaje de espectáculos y afecta a la cultura del país en sentido general, por ser un eslabón susceptible.
Irene defiende la intensidad en la danza con elegancia y virtuosismo, ajena a giros, caídas y levantadas que no sean los meramente técnicos, confiada en la mejor de las brújulas: su arte, siempre esplendente.