Getting your Trinity Audio player ready...
|
La Habana está expectante. Les Ballets de Monte-Carlo llega a la ciudad con Core Meu, un espectáculo vibrante y novedoso que se presentará los días 16, 17 y 18 de mayo en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba. La compañía que dirige Jean-Christophe Maillot desde hace más de cuatro décadas regresa a la isla diez años después de aquella estimulante presentación —en el mismo teatro— de su versión del ballet Cenicienta, acontecimiento que el público todavía recuerda con mucha alegría. Ambas puestas llevan el sello del mismo creador.
Jean-Christophe Maillot (Tours, 1960) es de esos artistas cuya obra resulta difícil de circunscribir en categorías o esquemas, por la diversidad de sus creaciones y el torrente artístico que puede cifrarse en alrededor de 80 ballets. Cuentan que la icónica bailarina Rosella Hightower (1920-2008), una de sus mentoras, decía que la vida de Jean-Christophe Maillot era “una unión de elementos opuestos”. Esa mixtura es apreciable en sus puestas en escena; el público vibra con las creaciones de este artista que no entiende de límites a la hora de componer sus coreografías.
Core Meu es uno de los ejemplos más recientes de que Maillot y Les Ballets de Monte-Carlo miran la danza sin prejuicios, con la lozanía donde se encuentran el rigor y el disfrute. Desde su llegada a la dirección de esta agrupación, en 1993, a instancias de Su Alteza Real, la Princesa de Hannover, Maillot ha sido la punta de lanza de Les Ballets de Monte-Carlo.
Es algo que podrá constatar, de primera mano, el público que asista a la sala Avellaneda al encuentro con esta compañía, cuya visita ha sido posible gracias a la colaboración entre el comité organizador del Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” y la Feria Internacional de la Industria Musical Cubadisco 2025.
Antes de abordar el avión rumbo a La Habana, Jean-Christophe Maillot, quien el próximo domingo recibirá el Premio de Honor Cubadisco, accedió a responder algunas preguntas de OnCuba sobre cuestiones que definen sus procesos creativos, el trabajo con la compañía monegasca, su visión de la danza hoy y lo que representa para ellos esta segunda visita a Cuba.

Core Meu es un ballet que mezcla lo popular de la tarantela con el clasicismo del ballet. ¿Cuál fue el mayor desafío al que te enfrentaste en la creación de esta coreografía?
Core Meu (Mi corazón) ha tenido dos versiones diferentes. La primera fue creada en 2017 para F(ê)aites de la Danse. El ballet se presentó al aire libre, en un escenario circular, con público colocado alrededor de los bailarines. Aquello supuso una limitación enorme. Luego salió una segunda versión, un año después, esta vez presentada en interiores, frontal y en puntas.
El desafío consiste en no perder la energía única del primer ballet al hacerlo técnicamente más exigente y, por tanto, más intenso físicamente. Este ballet es un verdadero desafío para los bailarines, hasta el momento en que se desploman en el escenario. Una aclaración: les aseguro que esto no es una comedia.

¿Cómo surgió la idea de crear un ballet así e invitar a músicos para que interpretaran, en vivo y sobre el escenario, las piezas que acompañan el movimiento de los bailarines?
Al crear la primera versión de Core Meu, quería establecer un encuentro único entre Les Ballets de Monte-Carlo y su público. Este último rodeó a los bailarines, de forma muy cercana, como si estuvieran dentro de una arena. La idea era romper esta barrera que separa a los artistas que presentan un espectáculo y a los espectadores aplaudiendo desde sus asientos.
¿Qué exiges a tus bailarines cuando interpretan este ballet?
¡Que sean generosos! Para que este ballet funcione, tienen que hacer que la gente quiera verlo y el público desee saltar al escenario para unirse a ellos.

¿Por qué decides trabajar con la tarantela, un género originario del sur de Italia?
Porque hay una forma de locura contagiosa en este género, especialmente cuando lo interpreta musicalmente Antonio Castrignanò. La tarantela está vinculada a la cultura mediterránea de Salento, la región de Apulia donde nació. El mar, la belleza de sus paisajes, es impresionante, nos llena de aliento. Pienso en particular en los pueblos blancos que se recortan contra el mar azul. Ellos inspiraron los trajes de Core Meu.

¿Cómo se construye ese trance al que nos invitas con este ballet?
En Salento se dice que la tarantela se tocaba cuando una persona había sido mordida por una tarántula; de ahí su nombre. Gracias a esta música, se suponía que la persona entraría en trance y combatiría el veneno de la araña con mayor eficacia. Esta es una explicación muy fantasiosa, por supuesto. Los aldeanos estaban buscando, sobre todo, una manera de bailar a pesar de la iglesia, que veía todo esto con malos ojos.
Antonio Castrignanò me dijo que nunca hubo tarántulas en Apulia. De lo que estoy convencido, sin embargo, es de que ningún arte puede poner en peligro al cuerpo, ni siquiera en estado de trance y excitación como el que puede provocar la danza.
Este ballet es muy exigente físicamente, pero el nivel de los bailarines les permite superarlo.

¿Qué sientes al escuchar la música de Antonio Castrignanò y Taranta Sounds?
Un deseo irreprimible de bailar con todo el mundo.
El público cubano ya había tenido un primer contacto con Les Ballets de Monte-Carlo, hace diez años, con su versión de Cenicienta. Regresas hoy a La Habana con un ballet que parece muy diferente. ¿Qué esperas de este nuevo diálogo?
Esta gira debía realizarse antes —durante el 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”—, pero Cuba estaba pasando por dificultades, dramas vinculados al ciclón que la azotó en noviembre pasado. Hoy les presentamos Core Meu con el deseo de enviarles este mensaje: “Sean fuertes, estén unidos, y sobre todo, no dejen de bailar”.

El mundo actual es un auténtico hervidero de urgencias. ¿Qué te motiva a crear hoy?
La posibilidad del encuentro con el otro. Core Meu, por ejemplo, nació gracias a mi encuentro con Antonio Castrignanò y su maravillosa música. A veces surgen ideas a partir del encuentro con un artista visual, con un autor literario y, por supuesto, con bailarines. Hago coreografías para seguir bailando. Mi carrera como bailarín fue muy efímera; me lesioné a los 21 años y, para no abandonar este arte, me convertí en coreógrafo. La única urgencia que siento es la de bailar, una y otra vez.
Has compuesto más de 80 ballets. Alrededor de la mitad de ellos fueron para Les Ballets de Monte-Carlo. ¿Cómo definirías el arte de la creación coreográfica?
Siempre he luchado contra aquellos que querían responder a esta pregunta, quizás porque yo mismo padecí ese estado de búsqueda. Definir la creación coreográfica significa necesariamente excluir a quienes la definen de manera diferente a ti, y esa es la forma más segura de perderse la creación. ¿No es el arte, precisamente, la imposibilidad de conformarse con lo definido?

Eres una figura importante de la danza, respetado en todo el mundo. ¿Cómo ves el estado actual de esta manifestación, como arte y como mercado?
Creo que la danza que remite a un vocabulario académico experimentará trastornos pronto. Se pospone la enseñanza de la danza en puntas, vemos desaparecer cuerpos de ballet enteros y, muy pronto, surgirá la pregunta: ¿qué empresas están interesadas en este arte? La representación de esta danza será un problema. Pero no debemos desistir en buscar que el repertorio aún pueda mostrarnos un arte danzario exigente y diverso. Estoy convencido de que una compañía como Les Ballets de Monte-Carlo, que exige la excelencia de sus bailarines, tiene más que nunca una carta que jugar.
¿Qué representa la danza para ti?
Lo es todo; no sé qué es la vida sin el baile.
¿Cuál es tu visión de Les Ballets de Monte-Carlo hoy? ¿Cómo ves su futuro?
Les Ballets de Monte-Carlo, probablemente como otras compañías, sea una de las últimas en ofrecer una forma de danza que se vuelve cada vez más rara. Lo comprobé durante nuestra última gira en París. La gente se sorprendía al ver que podíamos realizar coreografías con tanta calidad. Dicho esto, me niego a permitir que nos convirtamos en los guardianes del templo.
Les Ballets de Monte-Carlo siempre ha tenido la mirada puesta en la creación y la novedad. Tenemos la capacidad para abrazar el futuro, al mismo tiempo que comprendemos y respetamos el pasado que forjó nuestra identidad única.