José Manuel Carreño, uno de los bailarines cubanos de mayor reconocimiento mundial, toca la cima de otra compañía norteamericana tras asumir la dirección del Ballet San José, de California, Estados Unidos.
Los diarios locales dieron la noticia con absoluta naturalidad, pues el brillo de esa estrella del famoso American Ballet Theatre (ABT) en los escenarios consta en incontables medios de prensa. En paralelo a su carrera de 18 años dentro de la principal compañía norteamericana de ballet, Carreño también actuaba en galas y festivales e impartía clases en diversas academias nacionales y foráneas.
Aunque su nombre aparece entre las más grandes estrellas de finales del siglo xx y principios del xxi, Carreño es uno más dentro de su familia, que ha dado a Cuba la mayor dinastía de bailarines. Cuando se mencionen las páginas de gloria del Ballet Nacional, no podrán excluirse su tío Lázaro, su hermano Joel y la prima Alihaydée, ex primeras figuras de la institución. Ni a su tío Álvaro, solista en la misma compañía durante décadas.
José Manuel fue uno de los pocos bailarines premiados con la posibilidad de hacer una carrera internacional sin perder su vínculo con la escuela que le vio nacer. La primera vez que entró al Ballet Nacional de Cuba, en brazos de su tío Lázaro, Carreño tenía unos tres meses de nacido. Todavía allí le llaman Totó.
“Me la pasaba corriendo, guindándome de las barandas, mirando los ensayos, imitando lo que hacían los mayores, tratando de saltar”, rememoró hace meses durante una de sus habituales visitas a Cuba.
El joven inquieto y disciplinado, al mismo tiempo, alumno de Loipa Araújo y Laura Alonso, obtuvo diploma de honor en el Concurso de Varna y medalla de oro en el de Nueva York, en 1989. Pero la conquista del Grand Prix en el certamen de Jackson, Mississippi, un año después, acabó de abrirle las puertas de distintas compañías.
Además de su trayectoria con el ABT, ha actuado junto al English National Ballet, el Royal Ballet de Londres, el Ballet de Tokyo, el Mariinski, Danza Contemporánea de Cuba, en Teatros alla Scala de Milán y Colón, de Argentina, por solo mencionar unos pocos.
Sin embargo, la nobleza, virilidad, elegancia y virtuosismo que le caracterizan en los escenarios los atribuye a su formación. “Salir de una escuela como la cubana es una base muy buena. Después de graduarme, estuve cuatro años en la compañía y prácticamente hice todos los roles clásicos. Tuve la oportunidad de trabajar con Alicia, con Josefina, Loipa, Aurora, Mirta (las cuatro joyas), y con casi todos los grandes que ha tenido el ballet de Cuba, con mi tío Lázaro, con Jorge Esquivel… eso es una experiencia que está aquí”, dijo al tiempo que colocaba la mano sobre el corazón.
“Es una base increíble, y después de haber acumulado ese conocimiento, el haberme ido a compañías que no conocía me ha permitido ver el mundo desde diferentes lugares, y eso te da una perspectiva otra en cualquier tipo de rol o coreografía. Yo he hecho Giselle con varios coreógrafos, es muy interesante. Y también compartir con distintas bailarinas es una sensación extraordinaria”, apuntó.
En febrero pasado, Carreño aceptó bailar como invitado del Ballet San José, en la producción del clásico Don Quijote. Según la presidenta de la junta del fideicomiso de la compañía, al verlo trabajar con los bailarines y notar cómo estos respondían, se hizo evidente que era el indicado para el puesto de director artístico. “Ha sido un proceso natural”, explicó entonces al San Francisco Chronicle.
Con el nuevo puesto, Carreño continúa una tradición compartida por todos los miembros de su familia: la entrega a la pedagogía, como un cauce normal en su todavía joven carrera.