Presenciar el montaje de una coreografía despierta un sentimiento primitivo, el proceso de ver como de a poco movimientos, gestos, saltos y giros van tomando forma y sentido resulta un descubrimiento fascinante en la psiquis no solo del coreógrafo, también de los bailarines en escena.
Para el bailarín y coreógrafo Nelson Reguera, quienes danzan también son creadores: “No trato de montar una frase o algo preconcebido, trabajo mucho con la improvisación pues los bailarines son también creadores, yo no soy solamente el creador en la obra, soy como un cineasta que pone todo junto a partir de la imagen que quiero, pero todos somos creadores”, me confiesa poco antes de comenzar uno de los ensayos del estreno que prepara.
Brutal es el nombre de la pieza que monta con la compañía Rosario Cárdenas, tercera coreografía que presenta con este conjunto, luego del estreno de Deseo en 2019 y MurMuro en 2020, poco antes de que llegara la pandemia de la COVID-19 a la isla.
La sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Bretch acogerá la obra durante los próximos fines de semana de septiembre, en un contexto donde el Coronavirus parece cosa del pasado, próximo a adentrarse en los libros de historia del futuro inmediato.
Precisamente el revuelo causado por la COVID estos dos años a nivel mundial ha sido uno de los motores impulsores e inspiración para el creador cubano radicado en Francia, quien ha volcado toda esa energía acumulada por dos años en el escenario con esta obra, con la cual ha dado rienda suelta no solo a su creatividad, también a la de los bailarines en escena.
“Brutal está inspirada en el caos que generó la COVID-19, todo lo que sentí en ese momento de confinamiento. Cuando estrené MurMuro y la pandemia empezaba a llegar al mundo entero, ahí fue cuando me vino la idea.
No solo mi propia experiencia, también la de los bailarines, el estar confinados resultó algo muy brutal, no solamente en Cuba, fue algo global que nos unió de una forma u otra y también como que nos bajó un escalón, fue la naturaleza diciendo ‘ustedes no tienen el poder, soy más fuerte que ustedes’.
“Es increíble cómo un virus tan pequeño puede pasar de una persona a otra y en lo personal fue muy difícil sentir esa sensación de confinamiento, encerrado en una casa, fue como volver a conectar con nuestra parte humana”.
Ese instinto animal sale a flote en esta pieza, aunque Reguera también acude a los sentimientos para tratar en cierto punto de mantener a raya ese desborde de emociones, para controlar la ansiedad de los cuerpos ante el caos, la inseguridad y el terror que desató en la sociedad este virus.
Los bailarines se agolpan entre sí, se confunden los cuerpos y la gestualidad en el rectángulo que resulta el singular escenario creado por el coreógrafo para esta ocasión, que nos recuerda no solo el espacio físico al cual estuvimos confinados, también a esa barrera mental con la cual tuvimos que convivir durante el encierro ante un rival invisible que nos echaba al piso al más mínimo descuido.
Esa incertidumbre también es parte del juego danzario de Reguera: “Para lograr el movimiento que yo busco en la coreografía le digo a los bailarines que no me bailen, que solo se muevan, estoy buscando enfocarme más en el movimiento en sí, cosas más primitivas: empujarse, halarse, ver quien llega primero a determinado punto, ponerse uno encima del otro… de ahí saco los elementos de la imagen coreográfica para esta obra”.
Para lograr concretar la idea definitiva, el coreógrafo se vale de diferentes recursos: “También filmo mucho, trabajo con esas imágenes para tratar de repetir las cosas buenas que se encuentra uno en la improvisación. Por ejemplo, les doy una idea, ellos improvisan y trato de captarlos con la cámara y después hago que se aprendan lo que viene de ese instinto, me gusta trabajar con el azar, algo que sucede así, de pronto, sin explicación, espontáneo, eso trato de recuperarlo y lograr esa escena que luego será la obra, el resultado final”.
Aunque hace uso de las nuevas tecnologías, Reguera prefiere recurrir a los mensajes y emociones que despiertan los bailarines en escena, un recurso que viene del trabajo que ha realizado en el extranjero durante casi dos décadas, señala.
“Prefiero trabajar el cuerpo, las imágenes de los cuerpos y no cargarlos con imágenes superpuestas. Creo que es algo que se trató de hacer, pero en lo personal nunca encontré el valor de ese recurso, si vas a dar una información es mejor que el público la vea clara, no ponerle tantos artefactos, al igual que sucede con la palabra, tratar de ser lo más directos posibles”.
Eso sí, la escenografía, luces y música juegan un rol importante para él, siendo el propio creador de sus escenarios y para la obra, diseña el vestuario, con un toque singular no solo por recordarnos los momentos más cruentos de la pandemia de la COVID, sino por otro detalle especial, una de las sorpresas que reserva Brutal, donde interviene la propia Rosario Cárdenas, esta vez desde las artes plásticas.
“Cuando imagino una obra no solo veo la parte danzaria, también pienso en la escenografía, la luz, esos matices esenciales a la hora de montar en escena”, precisa el creador, quien mantendrá el trabajo con la compañía con la cual se formó en los años 90 del pasado siglo.
“Es muy importante para mi hacer mi creación en Cuba y con la compañía de Rosario Cárdenas, hay un vínculo especial entre nosotros dos y siento esa necesidad de regresar y montar mi obra en Cuba porque este es mi país”.
“Los cubanos estamos bastante en contacto con la realidad humana. Llevo casi 23 años viviendo en el extranjero y de una forma u otra, los cubanos están conectados con ese sentimiento, es algo muy fuerte”, del cual se aprovecha Reguera para mostrarnos esa danza “brutal”, capaz de conmover al público y hacernos recordar lo primitivos y vulnerables que podemos ser.