Para nada narcisista, Carlos Acosta sabe una cosa: la aureola de su pasado prestará por un tiempo linaje a su compañía. Después habrá que subirse las mangas al codo.
Defender el buen nombre por sí misma, no malversar las expectativas que despierta una leyenda viva del ballet mundial y abrirse paso en la competitiva escena dancística dentro y fuera de la isla, no es poco y pide entrega.
La agresiva estrategia de estrenos y el eclecticismo en la cartera de propuestas de Acosta Danza prueban que el bailarín de 43 años y ex estrella del Royal Ballet comprende tal desafío y solo hay que observarlo un par de minutos en una sesión de ensayos para saber que se lo toma todo muy en serio.
Próximo a cumplir el año –su debut fue en abril de 2016– el grupo regresa al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso los días 2, 3, 4 y 5 de marzo.
Fugaz, pero renovada y provocadora esta tercera temporada. ¿Sus caballos de batalla? Tres estrenos mundiales: Avium, de Ely Regina Hernández; Nosotros, de Beatriz García y Raúl Reinoso; y Twelve, del español Jorge Crecis. Todos jóvenes coreógrafos y, salvo el tercero, sin mucha pegada internacional todavía.
Para completar, reposiciones macizas: Alrededor no hay nada, de otro español, Goyo Montero, sobre poemas de Joaquín Sabina y Vinicius de Moraes; End of Time, una pieza neoclásica del estadounidense Ben Stevenson con música de Serguei Rachmaninoff y Babbel 2.0, salida de la imaginación de la efusiva coreógrafa catalana María Rovira y partitura original de Salvador Niebla.
Avium
Comenzó siendo un dueto y luego la compuse para veinte bailarines”, dice a OnCuba Ely Regina, gustosa de los grandes formatos, “porque es muy visual” y diseñadora, además, del vestuario, para lo cual fue asistida por las tijeras de Marta Gil, cortadora del Ballet Nacional de Cuba.
Los bailarines tienen velados sus rostros con una gasa y usan minitutús, un guiño al ballet clásico, de cuyas filas proviene esta bailarina y coreógrafa, autora de Invierno, que aparece en el repertorio del BNC.
Avium, aves en latín, es temáticamente minimalista. En 15 minutos, un lapso extremo para una pieza, según las pautas de Hernández, habla de un ciclo de vida y muerte en solo un día. Amanecer y anochecer. Una pareja de aves humanas en pleno vuelo. Repentinamente una muere y la otra, debido a la soledad y tristeza, corre igual suerte poco después. Pero la solidaridad de la bandada resuelve la continuidad existencial de la especie. Una metáfora de la humanidad. “Es una idea sencilla. No me gusta imponer historias en las coreografías, sino que el público se lleve la historia que quiera”. La música de Avium se comparte entre el francés Charles Camille Saint-Saëns, un renovador y el primero en escribir música para cine, y el cubano José Víctor Gavilondo, a quien Ely Regina le hizo reescribir cinco veces la partitura hasta “lograr el cierre” de la obra.
Con siete piezas coreografiadas en su carpeta, Ely Regina escucha primero una música. Luego sobreviene una idea que lentamente toma cuerpo. La va codificando. “Nada de iluminación, hasta ahora”, aclara vivaracha. Sigue la fase de estrés. “Crearle movimiento a esa música”. Muchas veces ocurren lagunas. Olvida pasos, “porque no los escribo”. A diferencia de otros coreógrafos que sí los apuntan en sus libretas de notas o se filman. “No tengo ninguno de esos hábitos, no me gusta hacerlo, y se me van olvidando pasos, así que tengo que retenerlos”. Nada trágico. “A veces no son los correctos, ni los ideales”. Confía en los beneficios del cambio. Finalmente, lo más arduo. El montaje en escena. “Quisiera quitarme el cerebro y ponérselo a ellos para que les llegue la idea realizada”.
Nosotros
Una intimidad airada en público y sublimada por la danza… ¿en poco más de cinco minutos? Tal vez sea esa la idea más próxima para saber de Nosotros, una pieza a cuatro manos de Beatriz García y Raúl Reinoso –novios hace siete años– que no fue concebida para una compañía.
Nosotros más que producir escenas tantea inducir sensaciones, y resultó el primer trabajo “logrado juntos”. “Antes fueron oportunidades fallidas, frustraciones y lágrimas”, confiesa Reinoso, un apasionado de “trabajar los conceptos” cuyos pininos coreográficos datan de su adolescencia en la Escuela Nacional de Arte. Uno de sus solos ya fue visto en escenarios de Reino Unido, Hong Kong y Abu Dhabi, interpretado por el propio Carlos Acosta en su gira de despedida del ballet clásico.
De corte neoclásico, Nosotros hizo exclamar al propio Acosta al verla filmada: “¡Esto está genial!”.
La pareja García-Reinoso mantiene “códigos muy personales, de roces y caricias que están implícitas en la pieza, y eso le confiere esa aura tan deslumbrante”, adelanta el joven coreógrafo. Tanto el diseño de vestuario como el de luces pertenecen al dueto de bailarines, aunque el personaje femenino lo asume en escena Marta Ortega.
¿Hubo límites a la hora de decidir qué quedaba del lado privado y qué iba al público? Reinoso no topó con tal conflicto. Siempre optó por la transparencia. “Nunca pensamos en qué debíamos decir y qué no. Simplemente plasmamos las cosas que nos pasaron durante siete años. No hay ningún tabú, ninguna censura, ningún temor a decir o no decir. Simplemente fluyó el trabajo y es lo que ofrecemos tal cual”.
Twelve
Si desean contratar a un coreógrafo de ideas rebuscadas o excéntricas, tan cartesiano como juerguista, y que haga sudar las axilas a los bailarines, nadie mejor que el español Jorge Cresis. Con música del italiano Vicenzo Lamagna, Twelve es una suerte de caos matemático, si se permite tal oxímoron.
Crecis, quien ha cursado estudios en la London School of Contemporary Dance, es un extremófilo y para colmo, entroniza una matriz matemática para complicar las cosas. Así ha concebido una pieza en que doce bailarines tienen que aprenderse 36 roles cada uno y se lanzan igual número de botellas de plástico durante 20 minutos, unas mil veces (cada cero coma ocho segundos hay una botella en el aire), que contienen 750 mililitros de agua- equivalente a un martillo-. “Entonces si una de esas botellas te da en la cabeza, te estás jugando la vida”, dice, calmado, ponderando la colaboración del grupo ante “una experiencia única”.
La idea que sostiene Twelve es demandar de los involucrados una entrega física total al suceso coreográfico, casi extenuante, que los llevaría a una eventual supresión de la racionalidad, pero, y he aquí la paradoja, sin perder esta última, que es la garantía de que el juego llegará a un final feliz. Una dialéctica morbosa, dirán algunos.
“Hay un estado mental de superconcentración y de superinvolucración que se logra a través de una tremenda fisicalidad y una complejidad matemática casi extrema”, explica Crecis a OnCuba con una tranquilidad que frisa en lo cómico y en la sospecha de una mente retadora.
Ante tal desmesura, los bailarines pasan por etapas, describe Crecis. “Primero dicen waooooo, esto es un proceso donde nunca habíamos estado. A la siguiente, protestan: esto es una locura, no puedo hacerlo, nos vas a matar. A la tercera, afirman que nunca habían experimentado algo como eso”.
Crecis está encandilado con los bailarines cubanos. “Siempre que voy a cualquier lugar del planeta pongo a Acosta Danza como un ejemplo de versatilidad, entrega, pasión, elegancia, capacidades. Estos bailarines no solo me han elevado a mí a otro nivel como coreógrafo, sino que son una inspiración constante” y propone, no sin antes preguntar si el marketing o la ética periodística lo permitirían, cambiar el nombre de la compañía.
“Quiero llamarle el Zoo de Acosta, porque no son bailarines, son bestias, animales increíbles, bellos, inteligentes, fuertes”.
En el estreno de Twelve, Jorge Cresis se tornará un tipo precavido. Desde su luneta, donde ya no podrá hacer nada, solo mirar, promete cruzar los dedos. Por si las moscas.