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La danza —y más concretamente, el ballet cubano— irradiada por esta isla ha aportado al mundo cientos de nombres que son insoslayables en la escena internacional, empezando por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso. Como ella, generaciones posteriores han llevado a otras partes del mundo la enseñanza del ballet con acento cubano.
Es el caso de Yosvani Ramos y Víctor Gilí, veteranos bailarines cubanos cuya carrera continúa actualmente en la dirección de agrupaciones danzarias en otras latitudes. El primero, desde Monterrey (México); y el segundo, desde Puerto Rico.
OnCuba tuvo la oportunidad de conversar con estos artistas durante su paso por la pasada edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” (FIBHAA). Fue una oportunidad para tomarle el pulso a aspectos esenciales de la vida y la creación de dos bailarines con pedigrí, cuyas carreras, transitadas por caminos diferentes, llenan de orgullo a esa maravilla que conocemos como ballet cubano.
Yosvani Ramos (Camagüey, 1979) lleva un año y medio al frente de la dirección artística del Ballet de Monterrey. Víctor Gilí (La Habana, 1973) ya va para seis años en similar responsabilidad en el Ballet Concierto de Puerto Rico. Ambos acudieron al 28vo FIBHAA con una representación de bailarines de sus respectivas compañías, para sumarse al concierto danzario que, del 28 de octubre al 10 de noviembre pasado, pudo disfrutarse en La Habana.
“El ballet siempre ha sido mi brújula”, sintetiza Ramos en una frase lapidaria que resume su paso por insignes compañías de medio mundo, hasta llegar a dirigir la agrupación mexicana. Para Víctor Gilí, este arte ha sido un modo de vida experimentado desde que tiene uso de razón; a ello se debe, en principio, el influjo directo de su madre, la icónica joya del ballet cubano Josefina Méndez.
Ambos directores desean traer sus compañías al completo a ediciones futuras del Festival, con espectáculos más grandes. “Quiero hacer esas gestiones para que nuestros bailarines tengan la oportunidad de ver un lugar como Cuba, donde la danza es apreciada, admirada, hay un público sediento y conocedor de este arte. Ese es uno de los impactos que se llevan de estas visitas”, reconoce el exbailarín afincado en Puerto Rico.
Estos dos artistas tienen autoridad, experiencia y conocimiento que los valida para verter opiniones sobre el desarrollo del ballet en el siglo XXI. En medio de esa vorágine se mueve la danza clásica cubana y sus exponentes. Yosvani Ramos y Víctor Gilí tienen la palabra.
De Camagüey a Monterrey: el ballet como guía
Cuando terminó su última función como primer bailarín del Colorado Ballet (Estados Unidos), el 23 de abril de 2023, Yosvani Ramos estaba feliz. Tomar la decisión de retirarse, recuerda, no fue algo difícil. De hecho, era una decisión que barruntó durante un año, cuando los médicos le informaron que algunas lesiones musculares amenazaban con mellar aún más su cuerpo y limitarle algunos movimientos.
“Pensé que podría bailar un poco más, pero cuando me entero de la falta de menisco en la rodilla, supe que ya era hora de asumir el retiro. Las preparaciones para cada función, ese último año, se volvieron tan difíciles: no tenía vida; ensayaba, hacía terapias. Los días que tenía descanso, entrenaba para poder mantener el tono muscular. Era estresante”, rememora el artista, quien aquel abril puso fin a 26 años de carrera como bailarín.
Ahora, sentados a esta mesa en la sede del Ballet Nacional de Cuba, en el Vedado habanero, Yosvani Ramos se recrea en los recuerdos de sus casi tres décadas como intérprete. Conversamos mientras se mezclan los sonidos en el ambiente de sendos ensayos de los clásicos El lago de los cisnes y Carmen.
“No tengo interés ninguno en volver a bailar. Ahora siento toda la satisfacción cuando veo a otros bailarines haciendo el trabajo y triunfando”, comenta el director del Ballet de Monterrey, quien aún goza de buena forma física y sigue asistiendo a clases de ballet.
La travesía de Yosvani comenzó en la escuela vocacional de arte Luis Casas Romero, en su natal Camagüey. Allí hizo los años de nivel elemental hasta que, en 1994, vino a La Habana, al primer encuentro internacional de academias de ballet. Recuerda haber bailado en el teatro Mella; al verlo, la maestra Ramona de Saá le pidió a la profesora del joven que lo llevara de vuelta a Camagüey, terminara sus exámenes y luego volviera a La Habana. Ella quería prepararlo para un concurso internacional en Italia, en la ciudad de Vignale. Aquel certamen lo ganó con medalla de oro.
“Entonces volví a Cuba y terminé mi nivel medio en la Escuela Nacional de Ballet; me gradué en 1997. Fue algo increíble lo que me estaba sucediendo; imagina, salido de Camagüey, estar en Vignale y en La Habana fue como caer en otros universos completamente diferentes. Yo solo fui a Italia con la intención de bailar bien y terminé ganando oro, algo inesperado”, confiesa.

Tras graduarse como bailarín, Yosvani Ramos volvió a Europa, pero esta vez por una temporada más larga. “Fui directamente con el Joven Ballet de Francia, con quienes estuve año y medio. Gané medalla de oro en el concurso internacional de París; en la gala de laureados estaba Derek Deane, por aquel entonces director del English National Ballet. Me invitó a audicionar para la compañía y, cuando fui, me ofreció un contrato de solista. Estuve con ellos nueve años y fue allá donde subí a primer bailarín en 2003. Luego salté al Australian Ballet”.
Con la compañía australiana estuvo hasta 2013, para luego pasar una temporada como bailarín independiente. Ingresó en 2014 al Cincinnati Ballet, en Estados Unidos, preámbulo de su última parada como intérprete en el Colorado Ballet, con sede en la ciudad de Denver.
Ramos recuerda con orgullo su participación en el cuerpo de baile de El lago de los cisnes, en la versión de Rudolf Nuréyev, con la Ópera de París, en 1999. Desde esos momentos iniciales, Yosvani sopesaba la idea de llegar a dirigir un día algún proyecto. “Siempre quise ser director y me gusta mucho enseñar. Yo era aquel niño en el grupo, desde Camagüey, que cuando veía que a alguien no le salía algo, lo ayudaba a volver a intentarlo y mejorar lo que pudiera estar fallando. Me gustaba hacer coreografías. Siempre supe que me mantendría en este mundo del ballet luego del retiro”.
Esa oferta le llegó con 44 años, recién finalizada su carrera como primer bailarín del Colorado Ballet. Escogió retirarse con El hijo pródigo, de George Balanchine. “Ahora amo tanto ser director como amaba ser bailarín”, asegura Yosvani Ramos.
A sus 45 años, el camagüeyano ve en su periplo internacional por diferentes compañías un valor definitorio en su forma de concebir la danza. “Ese recorrido me hizo mejor bailarín. Llegué a París formado con la técnica cubana. Allá hacían mucho énfasis en la elegancia y limpieza, todo muy refinado. Eso me ayudó mucho; yo mido 1,72 m, no soy muy alto, y me ayudó a bailar de una forma más larga, elegante. Gracias a eso, mi estatura nunca me impidió interpretar roles que, tal vez, gente de mi tamaño no tiene la oportunidad de bailar, sobre todo en Europa”, precisa el intérprete que protagonizó todos los grandes ballets clásicos, desde El lago de los cisnes hasta Giselle.
De su paso por escenarios británicos, recuerda que “en Inglaterra hacen mucho énfasis en lo teatral, la expresión, mucho ballet dramático. Manon, Oneguin, Mayerling son clásicos del siglo XX cuyo centro es el drama y la actuación. También tuve la oportunidad de trabajar con maestros y coreógrafos internacionales, ver bailarines de todos lados. Uno siempre va absorbiendo saberes de todos”.
“Siempre representé a Cuba, aunque mi carrera se desarrolló en el extranjero. Iba a bailar en el FIBHAA en 2020, pero no ocurrió por la pandemia. Luego me retiré. Ahora me dio mucho gusto estar en el festival, aunque sea como director de una compañía. Volví a tomar clases arriba, en el salón azul. La única vez que tomé clases allí fue durante la prueba que nos hicieron para entrar al Ballet Nacional de Cuba. Estar de nuevo acá, 27 años después, me llena el corazón”, rememora el artista.
“No habría Yosvani sin el ballet”, acierta en decir. Ese amor lo vuelca hoy en sus tareas como director del Ballet de Monterrey, inicialmente para un contrato de tres años, aunque sus planes en la compañía son más ambiciosos. “Pienso que, para lograr un cambio significativo en la agrupación, mínimo, necesito siete años. Quisiera hacer algo que realmente sea notable. Eso sí, Monterrey no es mi última parada; estoy muy joven todavía, me gustaría ser director, eventualmente, en una compañía en Europa. Pero no sé, mientras esté contento, los bailarines conmigo y mi visión pueda seguir creciendo, estaré por un buen tiempo en Monterrey”.
La impronta cubana en el Ballet de Monterrey abarca nombres notables como Fernando Alonso, Luis Serrano y José Manuel Carreño, quienes fueron directores de la compañía.
¿Cuál es tu plan para la agrupación?
Creo que hemos logrado cosas increíbles. Me falta desarrollar más tiempo, pero tenemos bailarines maravillosos, mucho talento. He incorporado a la compañía intérpretes de Europa: dos españoles, un inglés y un italiano; también hay varios intérpretes cubanos. Mi meta mayor es que el Ballet de Monterrey sea más conocido internacionalmente porque se lo merece. Tenemos en este momento 58 bailarines. Cuando yo fui bailarín invitado entre 2012 y 2015 eran 38; la compañía ha crecido mucho.
Este año tenemos coreografías de Lauren Lovette, que fue primera bailarina del New York City Ballet. Invité a dos coreógrafos ingleses que son bien contemporáneos, es muy emocional lo que hacen y quiero que creen algo para la compañía, pero en puntas. Yo haré la 7ma de Beethoven, de la cual había hecho el primer y segundo movimiento para el English National, pero nunca hice el tercero y cuarto; los terminaré y haré un ballet completo.
También haremos mi versión de Giselle, un clásico que hace diez años no se representa en la compañía. No faltarán El lago de los cisnes y La fille mal gardée, de Alicia Alonso, una versión coreográfica que está en la compañía desde que José Manuel Carreño la incorporó y hace como seis años que no se hace. Además, realizamos programas didácticos para niños de escuelas; estas presentaciones son relevantes porque uno nunca sabe a quién va a llegar. Así fui yo a ver una función del Ballet de Camagüey cuando era pequeño —era el ballet Coppelia—, me encantó y ahí comenzó todo.

¿Qué se siente asumir una responsabilidad soñada como la dirección de una compañía danzaria?
No fue algo que ocurriera de manera simple. Desde 2019 empecé a aplicar cada vez que salía una convocatoria para director artístico, por ejemplo, para el Australian Ballet, el English National… Las aplicaciones para ser director artístico de una compañía son arduas: debes responder muchas entrevistas, escribir una carta explicando por qué serías un buen director, qué puedes ofrecer, cuál es tu visión artística. El resultado final siempre era que se veía increíble mi propuesta, pero me faltaba experiencia.
Entonces yo pensaba: “¿Cómo voy a ganar experiencia sin tener la posibilidad de hacer el trabajo?”. No hay una escuela para directores artísticos; la experiencia que yo puedo traer es mi trayectoria como bailarín internacional, los contactos que he hecho y la visión que he formado. Varias veces no resultó, no pasaba la última fase de las entrevistas. No era mi tiempo aún de ser director, y la propuesta de Monterrey apareció de forma orgánica. Creo mucho en el destino: lo que está para uno, termina por encontrarte. Me acababa de mudar a Londres cuando me ofrecieron ir a México. El ballet siempre ha guiado mi vida.

En el delta de la interpretación artística
Es la penúltima jornada del 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”, por la mañana. La sede del BNC cuenta con fluido eléctrico, a esas horas, gracias a una planta generadora, cuyo sonido estridente sirve de banda sonora a esta conversación con Víctor Gilí.
Él acaba de impartir la clase de ballet matutina. Luego suelen comenzar los ensayos, aunque todos los horarios en las últimas jornadas del Festival se vieron trastocados por los efectos del paso del huracán Rafael por el occidente del país.
A pesar de ello, Gilí saca unos minutos para conversar con OnCuba. El Festival apenas le ha dejado tiempo libre entre clases y ensayos, procesos que apasionan a quien fuera primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba y hoy acude a la cita en La Habana como director artístico de Ballet Concierto de Puerto Rico.

Víctor Gilí es un tipo natural. Son famosas sus bromas y su carácter jovial en el Ballet Nacional de Cuba, así como su impronta como primer bailarín de carácter. Imparte clases como quien disfruta de un buen rato entre amigos, sin perder de vista el rigor y la exigencia, por supuesto. Aprendió de excelentes maestros, desde su madre, Josefina Méndez, hasta Clara Carranco.

Sobre esas sesiones en tiempos de festival y la confluencia de tantos estilos en una sala, Gilí reconoce que: “Dar clases a esa diversidad de estrellas es algo retador; estás enfrentando a gente que es de primer nivel internacional y tienes que asimilar la energía que tenga cada uno. Hay gente que llegó de viaje el día anterior y quiere estirarse un poco. Hay gente que necesita un poco más de tono porque tiene que bailar esa noche. Hay gente que terminó de bailar la noche anterior y está un poco más adolorida; entonces se trata de llevar un complemento y una unidad para que todos queden complacidos”.
Vimos una escena relevante durante este festival: tú, Azari Plisetski y José Manuel Carreño guiando en sus ensayos a Marcelo Gomes en el papel de Don José, en Carmen. ¿Qué representa el Don José para ti, en tu carrera?
Don José es un personaje hermoso, muy histriónico. Me gusta ese tipo de carga dramática que tiene el personaje. Es un enamorado de la vida; deja su carrera militar por esta mujer y termina matándola. Es un ballet brillante del maestro Alberto Alonso, donde tenemos pasos de rumba, tenemos pasos populares dentro de esa danza clásica.
Volver a ensayar esto y transmitírselo a una estrella como Marcelo Gomes es una gran oportunidad. Sobre todo, estar al lado de dos grandes como lo son Azari Plisetski —el Don José original— y José Manuel, que le dio su sentido y su toque al personaje. Eso fue enriquecedor para todos.
Cuando ensayas un personaje, es bueno mirar a los grandes que lo hicieron antes de ti, para tener una guía. No para imitar —la imitación no es el camino correcto—, pero sí es necesario mirar la forma en que otros lo han hecho. Yo gozo ese proceso y, a la hora de interpretarlo, me meto muy adentro del personaje. Para armar estos personajes me ayuda mucho escuchar la música. Si veo un hueco, entre pantomimas y pasos, créeme que me voy a robar el personaje para tratar de enriquecer esa conversación con el público.
Hijo de bailarina (Josefina Méndez) y actor (Carlos Gilí), ¿qué distingue, para ti, a un buen bailarín de carácter?
El bailarín de carácter debe poder llevar ese personaje que no parece importante, pero lo es. Todo cisne y todo príncipe tiene un brujo. Toda Giselle y todo Albrecht tiene un Hilarión; toda Coppélia tiene su Coppelius, toda Lise tiene una Mama Simone (La fille mal gardée). Entonces, el bailarín de carácter encarna ese complemento de la historia, ese tercer personaje que lleva la carga histriónica, que no lleva la carga técnica del ballet.
Estamos conversando en un espacio que ha sido tu segunda casa. ¿Recuerdas la primera vez que entraste a este lugar?
Debió ser en brazos de mi madre (sonríe). Este era el lugar donde yo mataperreaba, corría, me sentaba a hacer las tareas mientras esperaba a mi mamá. Aquí, en el teatro o en un set de televisión, pero sobre todo aquí.
Yo al principio no quería dedicarme a esto. Incluso, en quinto año de ballet estuve a punto de irme a los Camilitos. Me gustaba la aviación de helicópteros. Nunca he montado uno, pero ese era mi anhelo. Entonces tuve la oportunidad de pararme, por primera vez, en escena. Decidí darle un chance al ballet. A partir de ahí fue que realmente determiné dedicarme a esto, y hasta el día de hoy ha sido mi pasión.
¿Cómo recuerdas las sensaciones de esa primera vez en escena?
Muchos nervios. La posibilidad me la dio la maestra Laura Alonso. Ella confió en mí y posibilitó que me estrenara en el pas de deux de La fille mal gardée. Me vi bailando y le dije: “Yo no bailo más”. Entonces ella me mostró un video donde estaba la Joven Guardia, con figuras como Julio Arozarena, José Manuel Carreño, y tampoco lo estaban haciendo tan bien (sonríe). Entonces dije: “Bueno, si estos son los que van delante de mí y están así, pues yo tampoco estoy tan mal”. Y ahí, con la Joven Guardia, que nos impulsó a muchos, nos íbamos al salón de 5ta y E (Vedado), tomábamos el horario de almuerzo para ensayar y el trabajo fue saliendo. Así fuimos a diversos Cuballet, en el exterior; eso nos dio un mejor bagaje para hacer los pas de deux, ballets clásicos, la técnica de partenaire, acumulamos experiencia.
Cuando entré a la compañía en el ‘89-90, ya había hecho ballets grandes como Coppélia, Don Quijote, el segundo acto de Giselle, varios pas de deux. Pero siempre vieron en mí esa capacidad para los personajes de carácter. Había interpretado a Coppelius, Mama Simone, Sancho Panza. Eso representó la Joven Guardia para mí: un despertar que me permitió entrar al Ballet Nacional de Cuba con un currículum grande.
¿Cómo describes tu paso por el Ballet Nacional de Cuba?
Son años hermosos. Años que se van; uno los mira y comprueba lo rápido que se fueron, es increíble. Esto es una familia. Uno está más tiempo aquí entrenando, con los compañeros, los maestros, que en la casa.
¿Cómo llega la propuesta de dirigir el Ballet Concierto de Puerto Rico?
Yo fui director de ensayos en el Ballet Concierto de Puerto Rico durante ocho años. Fui la primera vez en 1998 como artista invitado, también al año siguiente. En 2009 regresé a Puerto Rico; ya había dejado de bailar y mi esposa, sobre todo, necesitaba terminar su carrera universitaria.
Fui a Puerto Rico a probar suerte; llegué sin trabajo y empecé en una empresa de ambulancias. En mi vida había visto una ambulancia por dentro. Hacía labores de mantenimiento allí hasta que, a los pocos meses, me invita Ballet Concierto a hacer el doctor Coppelius. En ese momento estaba la maestra Lourdes Gómez como directora de ensayos; ella se iba a mover a otra compañía y me propuso su puesto.
Estaba regresando a mi mundo, a lo que yo sabía hacer. Ahí empecé otra vez. Entonces pasó el huracán María, el director había dejado su cargo y me ofrecieron la dirección artística porque ya estaba al tanto del trabajo de la compañía, del repertorio y por la experiencia que me había dado el Ballet Nacional de Cuba. Llevo cinco años y medio en esa función.
¿Cómo valoras ese tiempo transcurrido? ¿Has cumplido tus planes con la agrupación?
Creo que se ha logrado mucho. Cuando pasó María hubo una debacle bien grande en Puerto Rico. Fue un huracán fuerte, categoría 5. Mucha gente se fue a Estados Unidos. Cuando yo empecé en la compañía quedaban cinco bailarines, con un sueldo bastante bajo. Poco a poco fuimos recomponiendo las fuerzas.
Después nos tocó pasar la pandemia, y nos volvimos a reinventar.
Actualmente tengo 20 bailarines; su sueldo se ha triplicado. Se han rescatado muchas coreografías del repertorio clásico de la compañía. Presentamos tres clásicos al año y también programas con piezas modernas. Invitamos coreógrafos extranjeros, figuras jóvenes con otras visiones, para abrir ese abanico de la danza y enriquecer así el repertorio.
Ese era mi plan inicial: hacer crecer la compañía, subir los salarios, rescatar piezas clásicas y traer cosas nuevas que sean excelentes producciones, para que el público de Puerto Rico vea que no hace falta viajar para disfrutar obras espectaculares.
Ahora estoy buscando una versión de Drácula para montar, pero quiero darle una vuelta. No quiero que sea esa tragedia; quiero hacer un Drácula con humor, tipo Vampiros en La Habana u Hotel Transilvania. He estado viendo a coreógrafos, a ver quién se quiere lanzar, porque desgraciadamente a mí no se me ha despertado esa musa de la coreografía.
Rescatamos Giselle, El fantasma de la ópera. El cascanueces es recurrente: la compañía lleva 43 años presentándolo. El único año que no se puso fue el de María, y se hizo online. Es una versión de Ballet Concierto.
Ya nos hemos movido por El Salvador, Nicaragua, Colombia. Ese era otro de mis planes: mover la compañía internacionalmente para hacerla crecer y que la vea el mundo. Ahora tuvimos la oportunidad de estar en este festival por segunda vez.
Creo que asumo una responsabilidad difícil. Ser director artístico de esta compañía es un puesto donde uno tiene que estar todo el tiempo pensando en cada detalle. Requiere mucha visión y asumir responsabilidades que, por lo general, un director delega en su equipo. Además, no tengo un equipo tan grande como el que tiene, por ejemplo, el Ballet Nacional de Cuba.
¿Extrañas los escenarios?
Sí, se extraña. Uno lo ve y, a veces, sobrevuelan imágenes, vienen flashazos de momentos… y siempre que me invitan, aunque sea a saludar, la chispa se prende.
¿Cómo ves tu futuro?
Vivo el día a día. Pero me veo un buen tiempo en Puerto Rico. Tengo un hijo de 11 años que está creciendo allí, mi familia está allí. Acá en Cuba ya prácticamente no tengo familia, apenas un primo, pero ya. Extraño mucho Cuba, el ballet, pero como en Puerto Rico tienen la misma forma, el mismo calor, la misma comida, parecidas las playas… tenemos hasta los mismos colores en las banderas, la jocosidad, la diversión, la fiesta… pues eso ayuda un poco a que la nostalgia no me coma. No es que esté en Finlandia o en algún lugar distante culturalmente.
Trataré de seguir dando lo mejor de mí, en cuanto a experiencia, en cuanto a lo que he aprendido. Yo creo que seguiré aprendiendo y tratando de ayudar a las nuevas generaciones. Ese es mi futuro: tratar de hacer lo mejor posible dentro de mis roles, y en la vida seguir siendo divertido y cada vez mejor hombre.