Click click click. El hombre y la mujer bailan, pero click, resuena el obturador, y la foto detiene para siempre el instante elemental de una danza. Click y el movimiento deja de serlo y el paisaje y la ciudad y el hombre y la mujer también quedan atrapados, se convierten en un plano, una pose, y abandonan así la realidad, lo cotidiano, para formar parte secuencial de los espacios y tiempos de la mirada, de la fijeza de lo efímero.
La fotografía es, de alguna manera, la antítesis de la danza, su perfecto opuesto, su negación primordial, su eterna, poética, congelación. Una foto es eso: movimiento en formación, pero detenido. La danza, por el contrario, es movimiento concluido, negación de la estática, fluir de la continuidad. Sin embargo, algo tienen las dos de persistencia de la memoria, de revelación del detalle esquivo, de antídoto contra el aburrimiento, la muerte, la estupidez, la pequeña duración de la vida humana.
La imagen paralizada de una danza es como un reloj con la hora eternamente detenida. Y es, probablemente, una de las más perfectas constataciones de la gran película de la vida: no hacemos nada con vivir eternamente un fotograma, es necesario bailar el resto del metraje. (El momento atrapado puede ser glorioso, fundamental, feliz, pero será siempre incompleto, una parte del todo que es preciso recorrer).
Pienso esto mientras reviso 37 fotografías que llegan al Festival Tránsitos-Habana desde la ciudad sueca de Malmö, un lugar que nada me dice, pero que con ese nombre y en ese país, debe ser muy frío y lluvioso, de gente alta y de piel rosada, con las noches muy largas y las necesidades tan resueltas que no deben pensar más que en refugiarse junto al fuego. Malmö viene a ser, eso creo yo, la antítesis perfecta de la Habana Vieja, como son antitéticas la danza y la fotografía, pero a la vez, partes, como ellas, en su oposición, de una misma unidad. Dos ciudades, dos variaciones de un mismo tema, unidas ahora por la danza y la fotografía, conectadas por la provocación de violentar las inercias.
Parece entonces como si en la exposición Catch the movement (Atrapa el movimiento), que abrió este 9 de mayo en la sede de la Compañía Retazos, confluyeran también públicos, intérpretes y arquitectura de La Habana. Incluso autores, como si entre los nombres de los fotógrafos profesionales y aficionados que participan no solo estuvieran Anna Diehl, Kay Foster, Johan Hallenberg, Emma Jonasson, Markus Kinnunen, Roger Madsen, Charlotte Nilsson, Staffan Nyed y Kimberly Wiltshire, sino también algún, Pedro Pérez, Juanita Martínez o Yuniel Jiménez, habitantes de cualquier solar de la soledad habanera.
Me dicen que la idea nació del deseo espontáneo de la audiencia de compartir sus impresiones sobre lo visto en el festival sueco. Y yo no lo creo. Nada es espontáneo, salvo, quizás, la danza, o la fotografía. Quiero creer entonces que la exposición obedece a esa regla no escrita de la necesidad del otro, esa que nos hace sentir a veces que hay cosas que si no se comparten parecen no haberse vivido.
O quizás porque hay fragmentos rotos de artes y ciudades, recuerdos, fotos, que necesitan ofrecerse como conjunto, como una danza, para completar el mosaico del baile de la existencia, el movimiento de nuestras limitadas vidas. Click click click. Una exposición. Las fotos que detienen a la danza en Las Carolinas.