Al fin se cumplió el mejor de los pronósticos que cada diciembre, desde 2014, se lanzaban en las redes sociales: Delfín Prats (1945) es el nuevo Premio Nacional de Literatura.
Ante cada edición del certamen, los vaticinadores se dividían en tres grupos, a saber: los que pensaban que ese año le correspondería al poeta holguinero; los que opinaban que antes que él debían recibirlo otros; y los que, como el mismo Delfín expresó más de una vez, estaban convencidos de que no se lo concederían nunca.
Sin embargo, todos participaban de un criterio unánime: el autor de Para festejar el ascenso de Ícaro (1987) había reunido suficientes méritos para ser acreedor de un galardón que constituye un “reconocimiento (…) a la obra de aquellos escritores que hayan enriquecido el legado de la cultura cubana en general y de su literatura en particular con el aporte de una obra literaria trascendente”. Requisitos que el poeta cumple, de sobra, palabra por palabra.
Delfín se dio a conocer como poeta en 1968, cuando ganó el Premio David con el mítico poemario Lenguaje de mudos. Más allá de la calidad intrínseca de los trece poemas que conforman el volumen, su notoriedad vino dada porque, una vez impreso, nunca llegó a los lectores.
Una mano poderosa e ignorante decidió retirarlo de los anaqueles de las librerías, y hasta hoy no se sabe a ciencia cierta cuál fue el destino de la tirada. Recordaremos que se trata del mismo año en que ganan el Premio Uneac Heberto Padilla (Fuera del juego) y Antón Arrufat (Los siete contra Tebas), con dos libros a los que, aunque la propia institución consideró que se apartaban de lo que debía ser la “literatura revolucionaria del momento”, no se les impidió la circulación.
Delfín Prats, al decir del crítico y narrador Arturo Arango, fue la primera víctima, entre los poetas, del fatídico Quinquenio Gris. Lenguaje de mudos cuenta, hasta la fecha, con cuatro ediciones: la príncipe, de 1969, verdadera joya para los coleccionistas, y las de Ediciones El Puente (1970), Ediciones Cuadernos Papiro (2011) y la de la editorial Betania (2013).
Con su modestia característica, Delfín rechaza los calificativos de escritor e intelectual. En cambio, se considera “una persona que logró veinte o treinta poemas”, a pesar de que su obra, singularísima, es referencia para las nuevas generaciones de escritores y se incluye en importantes antologías realizadas dentro y fuera del país.
Según él, el poeta no es más que “un inocente ensamblador de palabras”. Los homenajes lo turban porque le confieren una visibilidad a la que no termina de acostumbrarse. El suyo es un caso de vocación poética a prueba de catástrofes. En las condiciones más adversas, tanto materiales como espirituales, nunca ha dejado de crear. La poesía es uno de sus fluidos corporales, una sine qua non de su propio ser, una visión del mundo: una fatalidad, algo que va a surgir inexorablemente.
Además de los volúmenes citados, hasta el momento su bibliografía en el género de poesía la integran: Cinco envíos a arboleda (Ediciones Holguín, 1991), Abrirse las constelaciones (Ediciones Unión, 1994), Lírica amatoria (Ediciones Holguín, 1994), El esplendor y el caos (Ediciones Holguín 2002), Striptease y eclipse de las almas. (Ed. La Luz, 2006), Exilio transitorio (Ed. Mantis Editores, 2009) y Obra poética (Hypermedia, 2013).
Alejandro Querejeta, su coterráneo, colega y amigo, nos ha hecho llegar este fragmento de sus memorias inéditas:
“A fines de 1982 comencé a trabajar en el Centro Provincial de Ciencias Médicas de Holguín (…). Allí conocí a Delfín Prats Pupo, cuya amistad, sentido del humor, enorme talento poético y refinada cultura, tuvieron una influencia decisiva en mí. El paisaje como algo poetizable, el erotismo sutil y a veces descarnado, la yuxtaposición de imágenes, la transferencia de significados, los silencios entre versos y estrofas, y el entendimiento de la libertad que desde la poesía podía (y debía) ejercerse, fueron las lecciones que obtuve de la lectura de su poesía y de muchos poemas de otros autores que gracias a Delfín Prats leí y disfruté. Hasta entonces no había conocido a un poeta con la firme convicción de que la poesía, aún en las peores circunstancias personales, sociales, culturales y políticas era lo único digno de preservarse”.
El otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Delfín Prats ha sido recibido con júbilo entre los lectores y los escritores cubanos. Alguien en Facebook dejó dicho, palabras más o menos: “Al Premio Nacional de Literatura le han concedido un Delfín Prats”. Justa valoración, pues son los premiados los que prestigian y dan jerarquía a los certámenes, y no a la inversa.
Va a seguidas una mínima muestra poética1 de este clásico vivo de la literatura cubana:
canción georgiana
la vodka rubia me recuerda
los cabellos de Kolia sus manos
largas como espigas de trigo
su corteza de roble o abedul
el vino blanco de Georgia
el nombre tuyo mi danza
en las montañas el cuerpo
de tamara girando entre las sombras
del Kurá y las aguas sexuales de Borjomi
el vino oscuro de Georgia toda
la magia de tu piel tus ojos
abiertos como pozos tus manos
como negras sábanas de espanto
y el monte de tu sexo
(este abismo te sabe te conoce
por él te has deslizado y te resiste
de pie como un demonio)
(esta taberna te recuerda
aquel bar te palpó
en el fermento de las botellas agrias)
que sea tan breve la embriaguez
que sintamos la sed al despertar
y despertando oigamos
la sentencia brutal del tabernero:
“no hay un licor que ahogue los deseos”
humanidad
hay un lugar llamado humanidad
un bosque húmedo después de la tormenta
donde abandona el sol los ruidosos colores del combate
una fuente un arroyo una mañana abierta desde el pueblo
que va al campo montada en un borrico
hay un amor distinto un rostro que nos mira de cerca
pregunta por la época nueva de la siembra
e inventa una estación distinta para el canto
una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente
hasta las más sencillas
lavarse en las mañanas mecer al niño cuando llora
o clavetear la caja del abuelo
sonreír cuando alguien nos pregunta
el porqué de la pobreza del verano y sin hablar
marchar al bosque por leña para avivar el fuego
hay un lugar sereno y recobrado y dulce lugar
lenguaje de mudos
siempre nosotros apresurados vistiéndonos a tientas
acariciando nuestra piel adentrándonos en nuestra temible verdad
afeitándonos comiendo calculando las fechas
la proximidad del año nuevo
un posible viaje a Varadero con los amigos
atemorizados frente al espejo vacío
ante la posibilidad de que alguien nos sorprenda
(deseando dolorosamente que alguien nos sorprenda)
en esta batalla sin tregua contra la adolescencia que nos abandona
(cómplices también de los adolescentes
apañadores a toda prueba de sus intenciones más subversivas
en la clandestinidad evidente de sus melenas
—dejando crecer también nuestros cabellos—
amigos hasta la saciedad de sus señas de sus discursos entre dedos
mirándonos en el azul sin condición de sus camisas
en la presencia de sus collares de santajuana
y de sus amuletos de madera pulimentada y cáscara de coco
identificándonos con ellos) dejamos escapar nuestros discursos
nuestras interminables sentencias que no repetirán
parapetados tras el único lenguaje posible por ahora:
la elocuencia aprendida de los gestos
la frustración a simple vista de sus maneras y sus posturas importadas
lenguaje de mudos que no les pertenece
siempre nosotros tomando el ómnibus atravesando la ciudad y el miedo
atravesando la ciudad y el miedo nuestros pulmones llenos de nicotina
frotando con cera nuestro rostro
como si no fuera posible demorarse un poco más en el baño
continuar la lectura del libro que interrumpimos anoche
escribir a la madre
- Los poemas fueron tomados de Delfín Prats, Obra poética 1968-2013, Ed. Hypermedia.