Fernando Pérez estrena su más reciente filme. Para los consumidores del cine cubano es noticia a atender, pues se trata de nuestro director vivo con una obra de más sostenida calidad. Sensible, polémica, comprometida, arriesgada en la propuesta estética, con una gran voluntad de comunicación, lúcida, son algunos de los adjetivos que encajan con su obra. El cine de Fernando emociona y hace pensar, que es la fórmula imprescindible para todo el gran arte.
Ahora es El mundo de Nelsito (2022) el título que sale en busca de su público. Cien minutos intensos bastan para poner en pantalla el guion concebido por Abel Rodríguez y el propio director, el mismo que ha sido representado por un elenco de lujo en el que resaltan los nombres de Isabel Santos, Laura de la Uz, Jacqueline Arenal, Edith Massola, Paula Alí y Mario Guerra. El novel José Raúl Castro encarna a Nelsito, un adolescente autista que se divierte imaginando (¿trastocando?) la realidad.
Por un descuido de la madre, Nelsito sale a deambular por la ciudad, pero su paseo dura poco. Un auto lo atropella, y es conducido al hospital. Desde la cama de convaleciente observa el mundo cercano, sus atribulados personajes, y juega a reescribir, con su pluma imaginaria (él se cree escritor) los avatares posibles de cada uno de ellos.
Son historias sórdidas, cargadas de dolor, que develan un día a día durísimo en La Habana, ciudad omnipresente que no se nombra, donde reina el desamor, la doble moral, el odio, el sometimiento sexual, la desidia, el oportunismo y otras lindezas.
Como contrapartida, hay también solidaridad, generoso proceder y la aspiración de marchar por el camino recto, el que pudiera acercarnos al final del túnel.
Los vecinos de Nelsito, seres corrientes, que lo reciben con alegría de regreso a casa, ¿son los mismos personajes egoístas y mezquinos que él imagina como lado menos luminoso de la realidad?
Lo que suponemos que sucede y lo que creemos que imagina el personaje protagónico proponen dos planos narrativos que se amalgaman y crean una “sana” confusión que sirve de pivote para el pensamiento crítico, la revisión del material narrativo que se recibe por vías de la emoción pero que, finalmente, deberá pasar por el discernimiento. Y no avanzo más por este camino para no mediar entre el espectador y el filme.
Fernando Pérez tuvo la amabilidad de organizar para OnCuba un pase privado de su película, al que asistieron otros amigos. La opinión unánime de los presentes es que se trata de un peldaño firme en la carrea ascendente del director, quien, para mi gusto, puso en Madagascar una de las cotas más altas de nuestra filmografía.
Hubo debate después de la proyección, que hubiera podido extenderse por horas, pues la película da mucha tela crítica por donde cortar.
Aquí reproduzco el abordaje a Fernando Pérez.
Grosso modo, creo que en tu obra de ficción se advierten dos líneas de trabajo bastante definidas. Una la conforman filmes con una narrativa convencional, aristotélica, como Clandestinos (1987), Hello, Hemingway (1990), José Martí, el ojo del canario (2010), Últimos días en La Habana (2016) e Insumisas (2019). La otra, francamente experimental, explora narrativas diversas, con grandes densidades simbólicas. La componen Madagascar (1995), La vida es silbar (1998), Suite Habana (2003), Madrigal (2007), La pared de las palabras (2014), y El mundo de Nelsito (2022). En ambos registros has conseguido resultados artísticos notables. ¿Esa alternancia en el modo de abordar las historias responde a un esfuerzo estilístico consciente o se debe a las exigencias del material narrativo en cada caso?
Responde a ambos principios. Cuando me enfrenté a Clandestinos, mi primer largometraje, era fundamental demostrarme a mí mismo si sabría contar una historia o no, y di mi primer paso teniendo muy en cuenta la dramaturgia aristotélica, las curvas dramáticas, el género del cine de acción, donde los personajes se caracterizan más por sus acciones que por su profundidad sicológica. Pero, al mismo tiempo, me propuse contar una historia de amor porque, como cinéfilo que soy, me gustan las películas que me emocionen y me conmuevan y me hagan olvidar que estoy viendo una película.
Caminé mucho más suelto en Hello, Hemingway, pero tratando de demostrarme esta segunda vez si podía seguir narrando historias, no a través de grandes momentos dramáticos, sino en un tono menor, más minimalista e íntimo, como puede ser la vida vista a través de los ojos de una adolescente.
Más que el desafío de abordar el presente inmediato, Madagascar representó para mí el reto de cambiar de registro. Recuerdo que el guion, escrito junto a Manolito Rodríguez, estaba construido nuevamente como una narración clásica: locaciones naturales, comportamientos cotidianos, atmósferas realistas. Pero en la prefilmación esas locaciones, comportamientos y atmósferas pasaron a un plano subjetivo como expresión de los estados de ánimo de la protagonista y su manera de ver el entorno.
La narración dejó de ser realista y el entramado visual y sonoro de la película (inspirado en los cuadros de René Magritte) se convirtió en una metáfora de las laceraciones que el Período Especial estaba dejando (más que sus precariedades materiales) en el espíritu de varias generaciones. Las metáforas, asociaciones visuales y símbolos permitían, como lenguaje, asomarse y penetrar en ese espacio insondable de la subjetividad humana.
Desde entonces, mi filmografía se ha manifestado entre esos dos polos magnéticos como búsqueda expresiva y como exigencia narrativa de cada proyecto —aunque, más allá de las definiciones y las clasificaciones, considero que ambas maneras deben tener siempre una estructura dramatúrgica que las sostenga.
Seguiré haciendo películas que aspiren a crear una “impresión de realidad”, de cosa vivida, y películas que sean todo lo contrario, como Madrigal, que acude a un artificio y un extrañamiento deliberados para que, una vez asimilada esa artificialidad, el espectador pueda llegar a una emoción estética.
Son dos maneras de hacer cine que me motivan igualmente; aunque, si tuviera que escoger, me voy por la segunda.
Aventuro la hipótesis de que el “gran público” conecta con más facilidad con filmes como José Martí… que con cintas como Madagascar. ¿Este hecho —dado que concuerdes conmigo— es algo que te preocupe particularmente? ¿Piensas que filmes excelentes como La pared de las palabras y Suite Habana pueden, con el tiempo, encontrar una recepción más abierta, con menos prejuicios por el adjetivo “experimental”?
Es cierto que hay una preferencia por las películas que dan una “impresión de realidad” y quizá menos por aquellas que rompen con moldes narrativos conocidos. Pero muchas veces las reacciones de lo que habitualmente denominamos el “gran público” pueden sorprendernos.
No soy dado a las generalizaciones, y el concepto público puede ser una de ellas, por lo que prefiero referirme a los espectadores como individualidades.
Recuerdo que una vez asistí a una proyección con debate posterior de Suite Habana en un pequeño cine de Zurich, y al final se me acercó un espectador chino para decirme que la película lo había conmovido porque le recordó su infancia en Shanghai.
En esa experiencia no hubo fronteras de lenguaje. Siempre va conmigo el pensamiento de Nicholas Ray (un director contracorriente del cine norteamericano) cuando aseveró que en el cine no existe una fórmula para el éxito, pero sí existe una para el fracaso, y es la idea de contentar a todo el mundo.
Las unanimidades no son buenas ni en el arte ni en la vida. Todas las películas que he realizado han provocado diversas reacciones (incluso antagónicas), y eso me complace, porque la diversidad de criterios es lo que mueve al pensamiento.
El mundo de Nelsito comenzó su andadura por festivales internacionales, y este verano tendrá su estreno comercial en Cuba. Entre los espectadores que han alcanzado a verla en eventos reducidos y pases privados se ha instalado la polémica. Los bandos coinciden en que el filme expone dos niveles de la realidad cubana contemporánea: lo que podríamos llamar realidad real y la realidad que se inventa Nelsito, adolescente autista que se autotitula escritor. El punto en discusión es, dentro del discurso utilizado, qué es “ficción real” y qué es “ficción-ficción”. Me gustó mucho la película, y pienso que el error de percepción está en intentar entender una historia no convencional a partir de puntos de vista convencionales. Creo que ambos planos narrativos son suficientes y complementarios, y proponen al espectador una lectura comprometida, compleja y llena de sentidos diversos. Es, como diría Ambrosio Fornet, cine para conectar. ¿Qué aportarías tú al debate?
Los personajes ficticios y reales de El mundo de Nelsito podrían ser las dos caras de una misma moneda, porque los seres humanos no somos de una sola pieza, y la vida, por más que queramos, no se manifiesta casi nunca como una línea recta.
Nuestras conductas están determinadas también por las circunstancias, y cuando estas son extremas, nuestras respuestas —sean pasionales o racionales— pueden elevarse o tocar fondo. Lo imperfecto es humano: la perfección pertenece solo a la hagiografía.
Nelsito es un adolescente pícaro que se entretiene enfocando sus historias en el lado oscuro del corazón, pero también necesita apoyarse en su alter ego (Yanelis) para que haya luz junto a la sombra.
Me gustaría invitar a un grupo de amigos a ver tu obra más reciente. ¿Qué les digo para motivarlos? ¿Cómo resumir en un párrafo lo que podrían encontrase en la sala oscura?
Les diría que no le hagan ningún caso a lo que he dicho en esta entrevista y vean la película desde ellos mismos: El mundo de Nelsito siempre será distinta según la mirada de cada espectador, porque es el espectador, desde su subjetividad, quien completa cada película.
Y una recomendación casi obligatoria: que se motiven para verla en un cine y nunca en una laptop o en el televisor de la casa.