Ysmercy Salomón está contenta. Tal vez por eso contagia al público cuando le pide palmas en La Casona, al final de la obra. Su personaje, Vera, canta sobre una fiesta fantástica y desde las butacas los aplausos le arropan rítmicamente. Luego, en los camerinos, la alegría le sigue los pasos: tiene trabajo, mucho trabajo, y eso tonifica su salud.
En pocas semanas Ysmercy se ha visto en la pantalla de los cines de estreno como protagonista de Penumbras, ópera prima de Charlie Medina, donde comparte con los actores Omar Franco, Tomás Cao y Omar Alí; en la sala Trianón, como parte del elenco de Calígula, junto a Alexis Díaz de Villegas, entre otros integrantes de la compañía El Público; y más recientemente, en la Adolfo Llauradó, interpretando a uno de los cuatro seres creados por Rainer Werner Fassbinder para la obra Gotas de agua sobre piedras calientes; ambas bajo la dirección de Carlos Díaz.
Antes de la primera función de Gotas… Ysmercy había dicho que “las obras de Fassbinder siempre tienen personajes con psicologías que pueden parecer complicadas, pero que en realidad son actitudes más cotidianas de lo que creemos”.
Ahora su personaje, entre complicada y cotidiano, debe recibir al público en la entrada de la pequeña sala. Por eso no pudo ser la entrevista en este momento. Pactado indirectamente, a la par que se abría y cerraba constantemente la puerta del camerino y se podía asistir –por trozos– a la transformación de Ysmercy en Vera, el diálogo debió esperar hasta el final de la obra. Y un par de semanas después del estreno es un buen momento para preguntar ¿cuánto tiene Vera de cotidiana y complicado, teniendo en cuenta que es un(a) transexual que se enamoró y ha sufrido?
Entonces, comienza explicando que para entender a Vera, para concebir el personaje “a lo que más empeño puse, en lo que más me enfrasqué no fue en dilucidar si Vera era hombre o mujer, hombre convertido en mujer, mujer con un pasado de hombre; sino en entender hasta qué punto se llega en el amor para entregarse de ese modo, para cambiarlo todo, para convertirse en la persona deseada por el ser amado”.
“Me parece que lo importante –y por eso lo que trato de buscar no es la identidad sexual– es esa situación en la que se está cuando se ama al punto de dejar de ser, para ser otra persona; más allá de si se es hombre o mujer”.
Aclarado este punto, abunda en el proceso de búsqueda y construcción del personaje; cómo toma lo que encuentra en ella de ser humano que se enamora, de mujer y –¿por qué no?– de hombre que se envuelve en una pasión: “No hubo reto a la hora de entender la dicotomía hombre-mujer, luego se justifica todo y se amalgama el resto; desde el punto de vista exterior, se agregan las botas, el sombrero… Lo entiendo de una manera cómoda porque una puede perfectamente sentir todo eso, sin que definan las exterioridades que se han construido alrededor de un género específico. No creo en esa dicotomía a la hora de amar”.
Y como actriz frente a una obra desgarradora reflexiona: “Por muy terrible que pueda parecer, estas cosas pasan todo el tiempo. El amor es un sentimiento tan inmenso que tiene también su lado oscuro, posesivo, cruel; y no por eso es menos fuerte, intenso. Saco todo lo que he vivido para aprehender esto, porque el trabajo más complicado fue entender, y en ese sentido las experiencias de vida hacen que se entienda al personaje”.
Dueña de ese magnetismo que no la abandona fuera del escenario, se ubica entonces en una esquina del camerino. Allí convergen dos espejos y sus luces. Sin parecer –ni de lejos– acorralada en ese rincón, gesticula con elegancia pero no lo hace teatralmente; y se recoge el pelo abundante, rizado, cobrizo. Las manos se reflejan en las paredes y terminan de recoger el vestuario, los accesorios; quitan el maquillaje de Vera para transformarla(o) de nuevo en Ysmercy.
Mientras tanto, Enrique Pineda Barnet –director de un filme antológico como La bella del Alhambra, y más recientemente de otro tan polémico como Verde, verde– irrumpe silenciosamente para saludar al elenco y felicitarlos por el desempeño. Entre palabras como “delicioso” y “pienso volver” se despide amablemente. Con él se lleva, por supuesto, el agradecimiento sincero de los actores.
La pausa sirve como pie para cambiar de sala y de puesta en escena. A pocas cuadras de allí, en el Trianón, Ysmercy es Cezonia; la fiel compañera de Calígula, que vuelve a la vida en las tablas cubanas desde el texto de Albert Camus.
“Cuando me preguntan por este personaje siempre digo que lo heredé, es una pauta que tomo de Mónica Guffanti. Para hablar de ella también vuelvo sobre el punto de entender, justificar y comulgar, en este caso con Cezonia. El punto de contacto entre Cezonia y Vera está en esos límites a los que se llega: en el primer caso, por amor; en el segundo, por creer en algo”.
“Y por la cercanía al poder”, apunta. Asimismo señala que no solo ha de comprenderse como poder político; sino en un sentido más amplio, como capacidad de acción sobre las acciones de otros. “Cezonia debió pagar un precio. Corrió el peligro de estar demasiado cerca del poder. Calígula, incluso, le dice que debe morir porque es el último testigo de todo lo que ha pasado”.
“Entonces, hay que entender todo lo que es capaz de hacer este personaje, cómo va hasta el fondo por lo que cree y cómo paga el precio que es necesario. Cezonia hace todo lo que Calígula dice, se pliega ante él, se entrega; y cuando uno se entrega, se perece, pero se perece con disfrute. Ni siquiera la muerte paraliza cuando se decide entregar todo”.
“Desde el otro lado, el espectador puede ver a una víctima de la manipulación; porque Cezonia se entrega tanto que no ve que está siendo utilizada. Es quien ve la obra el que es capaz de comprender todo esto en su dimensión total; quien está dentro no lo ve”.
Así transcurre la conversación, cuando el mes de noviembre llega a su fin y La Habana sabe que, con el inicio del siguiente, estará de Festival. A pocos días del 34 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano se encuentra en competencia el largometraje de ficción de Charlie Medina, Penumbras, en el cual interpreta a una de las protagonistas, Taty. Sobre el concurso manifiesta:
“Quisiera, sería una bendición, que la película camine, sea vista, viaje, fluya, y que por donde ese viajar la lleve, corra con la suerte que se merece. Sin embargo, Ysmercy ya está satisfecha. Desde que logré hacer la película llegó mi satisfacción. Incluso durante la premier, estuvo el deleite de ver el resultado de un trabajo terminado pero que ya me dio felicidad desde el día en que concluyó el rodaje. Todo lo demás: parabienes, por supuesto”.
Casi al final, cuando el interrogatorio deja de serlo para comenzar la conversación, confiesa: “Estoy halándome los pelos. Estoy haciendo Gotas de agua… entre martes y jueves; los fines de semana, Calígula. También imparto clases de actuación en la ENA (Escuela Nacional de Arte) y estoy cursando un diplomado en Locución para radio y televisión”.
En ese instante la referencia a su voz, estremecedoramente grave, es inevitable. Es así que sonríe, aceptando el halago: “…bueno, aprovechando todo lo que la vida me dio”. Y rápidamente agrega: “Me encantaría hacer radio, nunca lo he hecho pero me apasiona dialogar sin que me vieran. En televisión ya he hecho ficción y con la locución me gustaría aprovechar buenas propuestas. En fin, conocimientos, todos los que vengan, y pido toda la sapiencia que pueda acopiar para elegir bien qué hacer”.
Esta habanera, nacida en Santos Suárez en 1981, graduada de la escuela vocacional V. I. Lenin antes que del Instituto Superior de Arte (ISA) en 2004, siente que en el teatro ya ha elegido bien pues encontró en Carlos Díaz al director con que quiere estar. “Ojalá pueda volver a filmar con Charlie Medina. En televisión me he sentido muy bien con él, con Mariela López y con Tomás Piard. Disfruto lo que he hecho con ellos, ¡y además me pagaron!”
Sobre su relativamente breve ausencia en las salas refiere: “Estuve un año sin hacer nada. Bueno, no sin hacer nada, en ese tiempo hice Penumbras y otras cosas. Pero estuve todo ese tiempo fuera de las tablas, lejos del trabajo diario, como ahora; que es algo que extrañaba, el trabajo diario, constante. Iba a dar unas clases en Angola. Por eso no puede estar en Noche de reyes”.
“Estoy recuperando eso. Aquí se me puede ver, con una bufanda para cuidarme la voz que la tengo un poquito afectada. Y aunque llegue a la casa muerta de cansancio, qué bueno que haya llegado esta racha de mucho trabajo; porque yo voy a tener mucha salud mientras tenga mucho trabajo”.
“Para mí es una gracia, un placer poder cada noche amar y cambiar. Creo que ahí está la clave de por qué el teatro no morirá jamás. Tener la oportunidad de decir cada día: en esta noche cambiará mi vida. Eso es imprescindible para mí y me complace muchísimo, me hace estar viva cada noche en el teatro; con mi caja de Pandora a cuestas.”