Se encuentran con mayor frecuencia estudios sobre la mujer, no es difícil localizar en una librería cubana cuatro o cinco libros que aborden el tema.Quizás ahí se asoma parte del machismo que ha marcado las sociedades humanas por milenios: “el género masculino no necesita ser investigado porque goza de una posición privilegiada, porque se conoce bien a sí mismo y no requiere ayuda de la ciencia como la mujer, ignorada y débil ante las exigencias de la sociedad”.
Sin embargo, un libro como Macho, varón, masculino (Editorial de la mujer, 2011) prueba lo contrario. Julio César González, su autor, no solo se ocupa de abrir el principio de un largo camino para la comprensión de los hombres y su rol en la sociedad cubana, sino que también deja claro que parte de los retos que enfrentan las mujeres en el mundo contemporáneo podrían aliviarse con políticas dirigidas al sexo opuesto.
González Pagés, profesor de la Facultad de Filosofía e Historia, aborda con un estilo diáfano que realmente da gusto leer temas acuciantes de la Cuba y el mundo de hoy como el divorcio, el feminismo, la violencia o la homosexualidad, apoyándose esencialmente en teorías feministas.
Sin embargo, se percibe, sobre todo en los primeros capítulos un ligero tono de reproche que hace responsable al sexo masculino tanto de la posición que ocupa la mujer en la sociedad como de ciertos roles que él mismo debe desempeñar. Esta tendencia, en cambio, queda matizada con una explicación socio-histórica en la cual se explica que las diferencias genéricas son consecuencia, entre otras razones, de las relaciones económicas y la inserción de cada individuo en el mundo laboral.
A continuación de la frase “macho, varón, masculino”, que resulta de una autoafirmación un tanto ruda de hombre ante el mundo, deberíamos escribir “hombre o ratón”, forma con que usualmente el mundo mismo va cincelando con golpes de vergüenza moral al hombre.
Deberíamos reconocer en esta frase el dolor con que cargan los niños que la escuchan, que muchas veces son llamados a superar vanamente ciertos miedos o a renunciar a ciertos sentimientos porque la sociedad no los concibe como hombre si los lleva sobre sí. Y esa frase con que se educan niños varones, por cierto, no solo la pronuncian sus padres, sino las madres.
Por mucho que se describe la situación en la obra del doctor González Pagés, no queda explícito el dolor con que un niño varón encuentra el camino a la edad adulta mientras recibe menos expresiones de ternura y apoyo de ambos padres que su hermana, pues está llamado a ser duro y saberse valer por sí mismo incluso en edades en que por lógica es imposible.
No se menciona que durante la adolescencia criterios asentados tanto en hembras como en varones lo obligan a incorporar ciertas actitudes y a conducirse de cierta forma como estrategia casi exclusiva para obtener pareja; y que en esa elección son tan responsables las mujeres como los propios hombres.
Ni tampoco se describe el dolor, una vez más callado, silenciado, de los padres, que deben fingirse infranqueables y autoritarios ante los hijos, que deben aceptar con resignación un segundo plano, mientras la madre puede representar el imaginario que la asocia, solo a ella, a la ternura, a la entrega, a la calidez.
¿Es ese macho, varón, masculino, ese macho que golpea, ese varón que somete el producto de una cómoda elección personal, o el resultado a fuego y sangre de la voluntad mayoritaria de la sociedad toda, en la que son tan cómplices el hombre como la mujer?
En el mundo tal como lo conocemos, el hombre no puede quejarse de este status quo del que se lo responsabiliza, porque desde las primeras edades se les enseña a no quejarse, a evadir todo sentimentalismo. En este punto el sexo masculino es incluso más vulnerable que la propia mujer, autorizada a llorar y pedir protección por la sociedad cubana, aunque sabemos que no todos los casos confirman la regla.
Por este motivo, esta investigación resulta valiosa, imprescindible. Macho, varón, masculino. Estudios de masculinidades en Cuba es quizás uno de los libros cubanos sobre el tema que ha logrado trascender con mayor facilidad el marco de librerías y bibliotecas. Le debemos al profesor Julio César González Pagés las primeras luces, pedimos a las editoriales y centros de investigación de país que la llama no se extinga.