De frente, la canción que acabo de estrenar, podría formar parte de un disco. Estoy terminando ahora una maqueta. Con todos los aconteceres que han complicado el entramado social en Cuba, realmente sentí la necesidad de hacer un tema como este. Si luego lo incluyo en el disco o se queda como single, no lo sé aún. Trabajé con algunos de los músicos que tuvieron que ver conmigo durante la grabación de Mundo Paripé. A la hora de preparar el álbum próximo veré si encaja en cuanto a sonoridad y no desentona mucho. Básicamente tenía la necesidad de sacar el tema, y así lo hice.
Las coyunturas pasan y las situaciones son un poco diferentes después. Está bueno que lo que uno hace quede como reflejo de los tiempos vividos, pero que hable de conflictos humanos más allá de las coyunturas históricas. Ya después se verá si queda entre la gente como algo que trasciende el momento particular.
La canción parte de una realidad, que tiene que ver con lo que uno vive en la calle, lo que ve en la televisión, y a esto se le suma la percepción después de la apertura de las redes sociales, de Internet. Todo pasa de manera muy vertiginosa. Los músicos que hacen canción de autor tradicionalmente han tenido el reto de poetizar la realidad, no simplemente de hablar de lo que sucede como si fuera un noticiero. Esta vorágine informativa, bastante reciente en Cuba, te puede paralizar como creador. Es difícil cuando pretendes hacer una canción que tenga valor en el texto, y todo va así de rápido. Pero ese reto hay que asumirlo y no dejarse aplastar por la avalancha; apagar el celular y la TV de vez en cuando, y buscar las esencias que persisten y uno quiera reflejar porque siente útil.
Mundo paripé
Cuando salió mi disco Mundo paripé, enseguida empecé a tener criterios bonitos por parte de músicos que admiro mucho. Después se fue expandiendo y mucha gente que lo oía se me acercaba. Teniendo ese impacto favorable en el público y la crítica, además del premio Cubadisco, pensé que la institución, el Instituto de la Música, el Centro de Música Popular, iba a cumplir con su parte de la promoción, pero no fue así. El video clip lo hicimos “al pecho”. Costó mucho que la disquera después nos cubriera al menos parte del presupuesto de la grabación. De alguna manera uno siente un divorcio entre el criterio de la crítica, los músicos y la institución.
Era normal que muchos artistas hicieran giras nacionales o parciales como forma de promoción de sus discos. Luego de aquel Cubadisco, le propuse al Centro de Música Popular muchas variantes de hacerla con el proyecto del guitarrista Martini, y con Alexis Bosch, músicos medulares en esa producción, pero no sucedió y nunca tuve una respuesta clara de por qué. Creo que existe, como dije, un divorcio entre el impacto que pueden tener en el público los discos valorados por la crítica, y los mecanismos institucionales que se supone están para promoverlo y complementar el sesgo del mercado. Por suerte no dejan de llegarme mensajes positivos del álbum, a pesar de que ya tiene sus años de haber salido.
Cuba entre la trova y las redes sociales
Cuba siempre está en mi música. Es un país que siempre genera muchas pasiones y posturas diversas. Siento que el hecho de poder conectar en las redes sociales y tener la posibilidad de expresar las opiniones y leer las de otros genera muchas contradicciones que son normales. Lo que pasa es que eso está agravado por la pandemia, los contextos sociales actuales. Uno puede discutir en las redes, pero después ves a esos colegas y te tomas unos tragos y los abrazas y cantas unas canciones juntos. Hay muchas experiencias y sensibilidades que nos unen, que son muy importantes. A lo largo de la vida he tenido diferencias, pero la música siempre nos une. El contacto humano es el que falta en estos tiempos. Si la situación no explota antes de que uno pueda salir, hacer conciertos y relacionarse de una manera más humana, todas esas diferencias se van a limar con la gente que uno tiene cierta empatía. La distancia exacerba las diferencias.
Por mi lado no he dejado de trabajar en mi música al tiempo que me ha preocupado mucho el impacto de la pandemia. Necesitamos una trasparencia gubernamental que nos dé seguridad en que se está haciendo lo mejor posible para evitar esos escenarios tan tristes. Una de las cosas que más falta hace es esa gestión transparente, que permita tener confianza en quienes dirigen y toman las decisiones. Han pasado muchas cosas que son totalmente contradictorias. Hemos visto las marchas y luego las contramarchas. Eso provoca que uno se frustre doblemente. Lo principal es ir para adelante y enfrentar la COVID-19 y frenar al máximo su impacto.
Todo pasa por la forma en que han llevado estos contextos, con un espíritu demasiado propagandista y represivo para mi gusto y para el criterio de muchos, donde ha primado, en ocasiones, el merecido que le voy a dar a mi enemigo por sobre lo que puedo hacer por los míos y por la gente que realmente está pasándola difícil.
¿Trova políticamente correcta?
Existen muchas músicas en la trova y siento que, tanto en la trova como en el rap, las obras con mayor carga de crítica han perdido mucho anclaje, porque se han reducido los espacios que se supone sean para promover la diversidad musical y cultural de expresiones que no son favorecidas por el mercado. He sentido que esos espacios que están diseñados para reflejar esa diversidad poco a poco han sido secuestrados por una visión muy estrecha de parte de las instituciones.
En la programación de televisión y de otros espacios prácticamente siempre son los mismos. La verdad que eso le hace mucho daño a la salud de la canción de autor en general. Cuando el público va a esos espacios y ve los mismos, no le va a interesar la trova ni nada. Por otro lado, la trova es un género muy ligado a la rebeldía y al pensamiento crítico, cuestiona la realidad. Ese tipo de canción cada vez tiene menos cabida, y no debería ser así. Eso anula muchas de sus esencias.
No me gustan los conceptos del respaldo y el apoyo. Cada cual hace lo que puede. Pero si hay espacios que se mantienen con el presupuesto destinado a la cultura, no pueden quedar solamente para promover a los que son aceptados por la institución, a los favorecidos. Ese tipo de situaciones ocurre con frecuencia y son contraproducentes para la música, porque el público se “funde”.
Siempre pongo como ejemplo positivo la forma en que llevan año tras año la programación del Longina en Santa Clara. En ese festival existe un criterio de diversidad y respeto. Cabe todo el mundo, pero no sucede igual en otras provincias, donde tienen una manera de programar demasiado influenciada por la institución central de La Habana, que le dice a la AHS provinciales quién debe presentarse y hay una noción de que, como la institución central pone el presupuesto, pues, es conveniente aceptar sus sugerencias, pero en realidad el presupuesto lo pone el pueblo y debería emplearse en reflejar la diversidad cultural.
En ese sentido ese panorama está peor que hace 10 años. Es otro resultado de meterse la institución donde no hace falta. Lo mismo sucedió con el decreto 349. Fue una medida tan descabellada que iba contra el mismo arte, contra la libertad de creación. No hay manera de que algo como eso se pudiera sustentar, y aunque se puso en moratoria, es un síntoma de que se están manejando varias manifestaciones culturales con una lógica represiva, en vez de aprovechar y entender esa crítica como algo natural y útil. Es como si dijeras que los festivales son para los revolucionarios. Eso atenta mucho contra al arte.
En los últimos años todas las dinámicas y el andamiaje que tienen que ver con el mercado de la música se han perfeccionado y es normal. Si coincidimos en que es necesario buscar alternativas al mainstream, la pregunta es si ese complemento debería hacerlo solo el Estado, o si sería bueno propiciar formas de autogestión. Yo estuve trabajando, por ejemplo, en un proyecto de cooperativa cultural porque me interesan estas fórmulas más independientes, con mayor democracia laboral, además ya venía con experiencias como las peñas en el Barbaram, Fresa y Chocolate donde por más de 7 años la iniciativa creativa y el arte chocaron con las trabas que imponía la gerencia estatal. A pesar de eso, el público asistía y lo agradecía. Estábamos luchando por hacer la cooperativa, pero fue imposible por la burocracia. Queríamos gestionar arte y música junto a gastronomía y esa comercialización no estaba legislada, simplemente no se podía hacer. Siento que no hay espacios ni mecanismos reales para estas iniciativas, promovidas por artistas y gente que se agrupa a partir de intereses comunes. Habrá que ver con las nuevas legislaciones. Pienso que algo como eso se debería propiciar, multiplicaría los espacios para estas músicas y expresiones alternativas a los designios del mercado, y sería también una manera de aligerar esa carga sobre el Estado.
En Cuba siento que puedo llegar a las esencias de la sociedad. Conozco el accionar, y puedo ver cómo va evolucionando la vida. Trato de que las canciones que hago reflejen eso. Para mi es fundamental tomarle el pulso a la realidad, y estar aquí, de alguna forma, me da el combustible para seguir creando con la mayor honestidad posible en esa rama de la canción más socialmente involucrada, no me gusta decir comprometida.
Nunca he perdido la esperanza de que juntos podamos cambiar cosas en Cuba, emprender acciones dirigidas por el espíritu de crear, y juntarme con personas que piensan cómo mejorar el país en muchos sentidos. La verdad es que me costaría mucho trabajo renunciar a eso. En mi caso siento que, siendo cantautor, trovador, o como quieran llamarle, debo estar en Cuba.
¿Añoranza por los 90?
Hay mucho público que venía desde los 90 y tenía la cultura de escuchar las letras, las canciones. Veo los conciertos de principios de los 2000 y más de la mitad de las personas emigró, se fue de Cuba. Es una realidad. Hace un tiempo tenía la convicción pesimista de que el público para este tipo de música, sencillamente se perdió. Sin embargo, con las nuevas experiencias que he compartido con jóvenes cantautores, siento que hay un público para eso, minoritario siempre, pero que puede crecer. Desde que comencé a ser trovador nunca pretendí que mi música fuera para lo que llaman el gran público.
Ahora es un reto lidiar con las sonoridades que están impactando más. Hay que salirse de los esquemas de la trova al estilo de Silvio, Pablo, de las estéticas que nos preceden, salirse de la zona de confort, mezclarse con otros géneros y enfoques. La canción siempre está cambiando y hacerla es un desafío que me sigue estimulando.
Centro Pablo
Recuerdo que fue muy importante contar con un espacio como el Centro Pablo de la Torriente. Era de los pocos sitios que hacían sentir dignos a los trovadores. Los conciertos estaban muy bien producidos, algo que contrastaba mucho con todo lo que sucedía alrededor. Como joven trovador chocaba con otros lugares donde el audio era un desastre, el transporte se caía, te hacían perder el tiempo. Allí, en el Centro, se potenciaron todos los elementos de producción al más alto nivel y eso se agradecía mucho. También estaba la posibilidad de grabar las presentaciones y de tener mucha cercanía con el público. Fue muy relevante para los que empezábamos la carrera tener un sitio como el Centro Pablo.
Eso tuvo su momento, ahora dentro de la dinámica de bares no puedo dejar de mencionar a La casa de la bombilla verde en La Habana y El chismecito en Matanzas, como sitios bastante bien caracterizados en la estética de la canción y la música alternativa, pero eso debería multiplicarse, debería haber lugares así por todo el país y en este sentido propiciar y estimular la autogestión de este tipo de espacios sería super bueno.
Ritmos paripé
Todavía tengo muchas canciones en las que me interesa profundizar en relación a la fusión de ritmos. Tendrán sus diferencias respecto a Mundo Paripé, pero van por ese camino de la fusión en general. La música cubana, recreada con otras músicas es algo que me seduce. Me encanta la soltura rítmica de los géneros con raíces africanas y me gusta mucho también a nivel armónico lo que viene del mundo árabe, Brasil y del movimiento impresionista.
Inti de frente
Hay muchas esencias que se han ido perdiendo por el camino, que para mí es fundamental que se mantengan en un proceso revolucionario, cualquiera que sea. Recuerdo un post que alguien hizo en el que se identificaba con un pensamiento del escritor Albert Camus. Reconocía el gran reto que tienen las revoluciones y los revolucionarios que llegan al poder: ser sinceros hasta la crueldad con ellos mismos, críticos con el proceso. De lo contrario existe un gran riesgo y casi una tendencia a convertirse en lo mismo que combatieron.
Por supuesto que el Estado debe defenderse ante diferentes situaciones como el hostigamiento, la injerencia, pero llega un momento, que se ha repetido en muchos procesos revolucionarios, donde es prácticamente el control el que prima, y se olvida que esa revolución se hizo para emanciparnos.
Todo pasa por esa postura de estar a la defensiva siempre y se evidencia en Cuba por ejemplo en el énfasis de culpar de todo al bloqueo. Eso siento que ha producido de alguna forma, la negación popular de los efectos reales y de la existencia misma del bloqueo. Y es que el dogmatismo, sirve de escudo solo por un tiempo, después todo es efecto contrario. Cuando nos convertimos en eso ya realmente mucho de la revolución se va perdiendo. No me interesa ser absoluto con nada, porque son procesos y siempre podemos mejorar.
En el caso de Cuba hay que pensar qué podemos hacer para que el campesino produzca, buscar mayor justicia social, trabajar en un estado de derecho y dejar las leyes claras, que no parezcan difusas para aplicarlas a conveniencia. Esos rasgos que son tan visibles en la política cubana deben cambiarse. No digo que existe un inmovilismo total, pero sí hay una presión muy fuerte para que la sociedad civil solo acate y se calle la boca. La crítica no debe ser castigada, creo profundamente que es más aliada que enemiga.
En mi canción De frente, hablo mucho del ejercicio de la crítica, pero aquí pareciera que el momento para realizarla nunca es el adecuado si nos dejamos guiar por los burócratas. Te dicen que eres alarmista, que siempre estás mirando “las manchas en el Sol” y que la crítica la haces para parecer cool, destacarte, por una cuestión de vanidad. O te tildan de centrista o quinta columnista. Si las cosas llegan a niveles álgidos, y uno alza la voz, te dicen que no es el momento porque hay que cerrar filas.
Los procesos revolucionarios tienen que prever que corren ese riesgo enorme de reproducirse en el poder, de generar un filtro que produce mediocridad cuando se premia lo políticamente correcto, confiable. El talento difícilmente se preste a acatar de forma dócil lo que cualquier poder le indique. En Cuba tienen que crearse espacios de debate. Nunca voy a renunciar al concepto de revolución, de cuestionar el status quo. Las revoluciones tienen que estar en constante ejercicio de la crítica, de saber qué se debe hacer mejor y en ese sentido necesitamos mucha más ruptura que continuidad.
La verdad es que me pongo a analizar dónde necesitamos continuidad. Más bien hay cosas que debemos recuperar. La educación y la salud tenían niveles altos comparados con otras regiones, pero han decaído bastante Tendríamos que recuperar varias cosas en esos aspectos, pero no asumirlos como continuidad, porque es seguir esa tendencia al descalabro. Aunque eso no quita que en algunos sectores se hagan las cosas bien.
Debemos reconocer qué estamos haciendo mal para que no se repita. Es como un tabú que un dirigente salga a pedir disculpas y asuma su responsabilidad, que diga, por ejemplo, que algo que hizo mal no va a volver a pasar. Eso es algo indispensable para trabajar por una sociedad más justa en un estado de derecho, con la menor cantidad de ambigüedades y para lograr que el poder esté realmente en el pueblo.
La canción va de reconocer el peligro que está sobre nosotros, sobre cualquier proceso que pretenda justicia social. Reivindico la necesidad de revolucionar, pero lo que sucede es que las revoluciones empiezan a convertirse en una especie de religiones y hay que ver cómo cambiamos eso. El Che Guevara tiene, para mí, ese significado de rebeldía, de autocrítica, de un tipo que fue superándose, revolucionándose a sí mismo. Pero si tú obligas a un niño a que repita “seremos como el Che”, o cosas de las que no se tiene idea a esas edades, estás contribuyendo a un proceso que más que otra cosa, tiene que ver con los dogmas que tanto repiten las religiones, estás diciendo: cree, repite y cree.
Cuando sucedieron las protestas del pasado 11 de julio el verdadero acto de amor sería fijarse en la gente que salió a las calles con demandas legítimas, que no fueron dos o tres gatos, preguntarse de cuántas horas eran sus apagones. No se puede decir desde una posición justa, que eso fue solamente orquestado por el imperialismo, porque se están minimizando las causas que tienen que ver con la mala gestión desde dentro.
Cuando se premia la conformidad, estamos dejando de ser revolución, de tener las esencias liberadoras de aquel acto de amor.
La “lista negra”
Esta canción puede ser polémica. Creo que mucha gente se puede sentir sacudida por la palabra tiranía, que es fuerte, y que a uno le recuerda otros escenarios más dramáticos que los de Cuba. Alguien pudiera pensar que estoy diciendo que el gobierno cubano es una tiranía y no es así. Todos tenemos un poco de tiranía también cuando estamos a la defensiva y terminamos haciendo más daño de lo que protegemos. Más o menos por ahí va la cosa. Luego la canción es libre y cada cuál interpretará desde sus experiencias.
Intento, como en otras canciones, plasmar ideas, preocupaciones, cuestionamientos al Poder, algo que siempre ha estado en mi obra como lo han estado otros tantos temas.
Sobre la censura que me preguntas, no creo que funcione a partir de una lista negra, ni siquiera hace falta. Ya eso está resuelto con los mecanismos que privilegian la consonancia en el caso de la música y la canción de autor. Lo peor es que con esos mecanismos la canción de autor se va asociando a lo más conservador, a lo que no se renueva y al final perdemos todos como cultura nacional. Por mi lado nunca he considerado la opción de dejar de decir lo que siento y me parece útil y necesario para que tengamos un país donde realmente quepamos todos.
Excelente disco é, espero que el tiempo le de su justo lugar y difusión. Al mismo tiempo siento que quedaron fuera de él demasiados temas buenos, como «El camino del cundiamor», por poner un solo ejemplo lleno de posibilidades para los musicazos que coincidieron en el disco.
Que gusto saber que todavía quedan trovadores en Cuba comprometidos con narrar la realidad de la cotidianidad del pueblo. Éxitos para Inti al que, además, tengo la suerte de conocer desde sus inicios en esta carrera tan sacrificada que es la música.