Entrevista con Jorge Fernández, Director de la Bienal de La Habana.
¿Qué entiende por “modelo bienal” y en qué medida ese modelo ideal se acerca o aleja del que concibe hoy la Bienal de La Habana?
Para mí el modelo bienal es como los museos, como un enterramiento y una resurrección, nos movemos entre ambos. Decía Picasso que los museos eran como funerarias, que la obra estaba viva en el estudio y, en el momento en que la llevaban al museo, era como si la enterraran. Desde tiempos inmemoriales se han discutido esas cuestiones, sin embargo, no se ha dado con otra forma de promover el arte, de legitimarlo. Lo interesante que tiene, llevándolo a la Bienal de La Habana, es que esta, desde el primer momento, marcó sus diferencias. Fue una Bienal más bien underground, que no contaba con grandes presupuestos; que evidentemente tuvo un planteamiento conceptual profundo, de cambio, de transformación, y eso es lo que se aprecia hoy, lo que se reconoce internacionalmente. Ya han pasado también más de 30 años desde sus inicios, por lo que la Bienal implica también replantearse cosas, qué podemos aportar hoy dentro del contexto internacional es una de ellas. Hablar de algo nuevo es extremadamente pretencioso, no creo que se pueda hacer nada nuevo en arte. Lo que sí podemos es marcar determinadas diferencias, determinados presupuestos que se puedan distinguir con respecto a lo que se está haciendo en otros lugares.
Algunos sostienen que la Bienal de La Habana, esa “caja de resonancia” como la llamó Nicolas Bourriaud, no es ya una plataforma de lanzamiento para creadores poco visibilizados dentro y fuera de sus espacios de acción, sino que la nómina apunta cada vez más hacia figuras reconocidas y legitimadas por galerías y eventos internacionales. En este caso, ¿cuál sería entonces el aporte de esta edición?
Lo interesante es crear diálogos transversales, en este caso vendrán a la Bienal artistas como Fredman Barahona (Nicaragua, 1989); Antonio José Guzmán (Panamá, 1971); Ebony Patterson (Jamaica, 1981); Steeve Bauras (Martinica, 1982), artistas que, fuera del Caribe, no son tan conocidos, y entrarán en contacto con grandes figuras como Michelangelo Pistoletto (Italia, 1933); Daniel Buren (Francia, 1938); Joseph Kosuth (EE.UU., 1945). La Bienal de La Habana, para muchos de esos artistas, va a ser un lanzamiento importantísimo. Quiere decir que el evento no está en una sola mirada, sino desplegando su dispositivo. Creo que la Bienal se abrirá cada vez más al mundo, pero el mundo tiene sus matices. En las dos últimas Bienales, he defendido la gestión de un intercambio generacional, histórico, donde se manejen determinadas jerarquías, entre personas del establishment del arte, que son parte ya de la historia del arte del siglo pasado y artistas totalmente desconocidos de Centroamérica, el Caribe, África. Me interesa también poner a dialogar con nuestro contexto a creadores relativamente jóvenes y que tienen ya una legitimidad internacional. Puedo mencionar dos de ellos, que ya han obtenido el León de Oro de la Bienal de Venecia –a sabiendas de que cualquier premio es siempre errático. Ellos son Tino Sehgal (Alemania, 1976)y Gregor Schneider (Alemania, 1969), con propuestas diferentes, con una obra de procesos, de inserción social, con la que también están interactuando, reflexionando, interviniendo en problemas que tienen que ver con el espacio cubano. Realmente hay muchos artistas de ese nivel que están hoy participando con nosotros.
¿Cuáles serían los espacios y contextos de interés para esta edición?
Los espacios son muchos. No se trata de encontrar el estándar, ya que es una Bienal que se mueve en la particularidad, no en la generalidad. El arte en su lugar. Estamos adaptados a usar la palabra núcleo –en todo lo que estamos hablando efectivamente hay conectores, vasos comunicantes–, pero no se trata de agrupar por núcleos o temas. Se trata de ir buscando esa peculiaridad que tiene que ver con el contexto, donde esa pieza pueda funcionar, aunque ese lugar quede distante de otra obra de la Bienal. Ese es otro de los riesgos. Esta es una Bienal que apuesta mucho por los barrios y, en ese sentido, ha sido muy importante el diálogo con un grupo de arquitectos que están preocupados por fenómenos, ya no solo de la visualidad de la arquitectura, sino también de fenómenos que tienen que ver con el urbanismo, cómo crear nuevas “urbanías”. Algunos tienen estudios muy profundos –y por ahí llegamos a Casablanca, al Parque Trillo–, además existe gente joven, vinculada a otras de más experiencia. Es importante también que los teatros funcionen, no con una programación cultural al margen de la Bienal, sino también como parte de esta. Explorar esa zona de cruzamiento entre la danza, el teatro y el performance. Todo esto resulta importante para la Duodécima edición. De igual forma sucede con la música, que también va a tener una presencia grande. En ese sentido, muchos artistas que vienen de fuera trabajarán en esa relación de la transdisciplinariedad, demostrando que también la música es un medio de expresión vinculado a las artes visuales.