Los frijoles de mi abuela
Las comidas de cada pueblo dicen mucho de su gente. Los cubanos tenemos una relación compleja y central con la comida. Nuestras vidas se desarrollan alrededor de las comidas, por el duro bregar que durante muchos años ha implicado conseguir las provisiones. Dar de comer cada día a la familia ha despertado una imaginación que roza con la magia, muchas veces con la locura. Sin embargo, no faltan los alimentos en nuestras fiestas, cumpleaños, celebraciones y en todos los ratos de placer; muchas veces la comida es el eje central, o el pretexto. Compartimos nuestra comida como el tesoro más preciado y, por poco que haya, si llegas a la casa de un amigo cubano a la hora de la cena (aunque no hayas sido invitado), él compartirá contigo lo que tenga, solo tendrá que “echarle agua a la sopa”.
De comida cubana hablamos en esta edición de OnCuba Travel.
Cuando pienso en el tema recuerdo inmediatamente los frijoles negros de mi abuela Elena. Ella vivía en el campo, más o menos a 40 minutos de La Habana. Mis padres, mi hermana y yo viajábamos a verla los domingos; yo iba todo el camino pensando en el plato de frijoles negros que invariablemente me esperaría. ¡Los mejores frijoles negros del mundo!
Para acompañarlos, podía haber cerdo, o pollo, y si “la cosa” estaba muy mala: huevo. Cuando se puso “verdaderamente mala”, solo arroz, pero nunca faltaron aquellos frijoles que no dejaron de oler a laurel, comino y ají cachucha.
El mejor de los postres era el casco de guayaba con un queso blanco, que ella misma hacía. Mi abuelo tenía una pequeña finca con dos o tres vacas que solo debían ser usadas para producir leche, así que abuela hacía todo lo que pudiese: queso blanco, mantequilla, y… ¡dulce de leche!
La comida está tan ligada a nuestros recuerdos, que los cubanos le dedicamos una buena parte de nuestras conversaciones. Dice mi padre que debemos ser los únicos seres del planeta que, mientras comemos, hablamos de la próxima cena.
Hoy la comida cubana es variada. No comes lo mismo en los hogares que en los restaurantes, ni en la ciudad que en los campos, ni en el oriente, el centro o el occidente del país. La comida gourmet y la criolla ocupan espacios especiales en los cientos de paladares desperdigados por toda la Isla… Los olores y los sabores comienzan a ser distintos.
Para mí, todavía, cada domingo que se respete tiene que oler a frijoles negros con comino.