En cuestiones de armonía entre la literatura, la matemática y la física, Carlo Frabetti es un maestro sagaz. Matemático de profesión y escritor natural, es también uno de los autores extranjeros más relevantes en Cuba y, desde el año 2000 cede los derechos de publicación de su obra a las editoriales de la isla.
Entre sus libros publicados aquí destacan La magia más poderosa, Malditas matemáticas: Alicia en el país de los números, Calvina, La princesa triste, El vampiro vegetariano, Las islas desventuradas y, recientemente, Liberespacio.
Además de literato y matemático, Frabetti es un ávido conversador y es de los que confía en el mundo de la literatura infantil como alimento para la imaginación.
¿Cómo conviven en su narrativa ciencia y arte?
La literatura y las ciencias no están tan separadas como nos hacen creer. La cultura y –me refiero al mundo capitalista de donde vengo– se basa en una serie de dicotomías muy rígidas. En ella se separa drásticamente lo masculino de lo femenino y hay una división excesiva y antinatural entre ciencias y letras, que perjudica a ambas.
En mi narrativa aprovecho mi formación científica de matemático e intento incorporar a mis historias y a mis personajes las inquietudes y la visión del mundo más que los temas, esa visión del mundo que la ciencia propicia, que es crítica frente a la mítica que nos brinda la religión y otras corrientes de pensamiento o de no pensamiento que apuestan por lo irracional.
Entre sus más de cuarenta libros hay muchos como La magia más poderosa, El vampiro vegetariano o La casa infinita, dedicados a niños y jóvenes. ¿Por qué se dedica a la literatura juvenil?
Cuando se escribe para niños y jóvenes hay que hacer una apuesta fuerte por el racionalismo. Yo disfruté mucho como lector de niño, casi diría que los libros me salvaron la vida, al menos la vida psíquica. Intento devolver un poco de lo mucho que he recibido de los libros cuando era un lector de diez o doce años, que fue la edad que para mí fue más importante en el descubrimiento de la literatura.
De lo mucho que me han dado les doy a esos niños y niñas que hoy tienen la edad que yo tenía cuando los descubrí y me beneficié de ellos. Es como un ciclo que se repite. Los libros me aportaron tanto que ahora siento la necesidad de repartir esas experiencias entre los chicos que se plantean preguntas parecidas a las que yo me planteaba, que tienen inquietudes similares, miedos, incertidumbres.
A propósito de El cuervo dijo nunca más, una novela escrita en Cuba y que tiene como eje central la poesía, ¿cree que pueda tener una segunda parte?
Una segunda parte argumental no lo veo fiable, porque es un libro muy difícil de terminar, pero una segunda parte conceptual sí me gustaría hacerla. Ese libro lo escribí en La Habana hace 15 años, motivado por el contraste entre la importancia que lo jóvenes cubanos siguen dándole a la poesía, y el repentismo, un gran interés comparado con la casi total desaparición de la poesía en Italia, España y los demás países occidentales que conozco.
Cuando era pequeño todavía este género formaba parte de nuestra cultura, incluso de nuestra cotidianidad. Todos los niños se sabían algún poema, recitaban los versos, pero ahora ha desaparecido por completo. En el mundo occidental la única manifestación poética –lo cual resulta aberrante– es la publicidad. Solo ella quien juega con las metáforas, las metonimias, las hipérboles y todas las figuras retóricas propias de la poesía. Toda la capacidad de sugestión y de movilización ha pasado a manos del marketing.
En Cuba se mantiene viva la poesía, se conoce a los poetas, se ama a los poetas y movido por esta mezcla de desazón y felicidad, escribí ese libro que intenta conectar a los jóvenes de hoy con el mundo de los versos.