Sustancia compleja esta del amor. Elusiva, radiante, abrasiva, balsámica, ubicua. Tanto escuece como aplaca los ardores. Se detecta por su intensidad, pero también por cierto estado de beatitud crónica. Va del resplandor momentáneo al laboreo de los días y las noches. Hay quien encuentra el amor, puesto ahí, como al descuido, y hay quien tiene que trabajarlo con denuedo. Difícilmente podría definirse por sus implicaciones emocionales; en cambio, si nos detenemos a mirar lo que no es, su imagen se dibuja como en esas acuarelas japonesas que sugieren más de lo que muestran.
El amor no es egoísmo, ni temor, ni cálculo, ni trampa; no es un medio para…, ni un yugo, no es una carga pesada, ni indiferencia; no lo mueve la ambición, tampoco la ira o el despecho. Es un estado sublimado de la conciencia que con el tiempo pasa por diversas etapas en la pareja, todas luminosas, si se le trata con generosidad.
Para uno de los poetas que reúno aquí, “el aroma del amor es como de una piedra que gira interminable”. Hay quien lo define como “el azul naranja de la llama”. Otro se refiere al amor con nombre y apellidos como “la tierra virgen/ dónde plantaría mi casa y mis cosechas…” Y está quien se interroga, horrorizado, “¿Y si llegaras tarde, / cuando mi boca tenga/ sabor seco a cenizas, / a tierras amargas?
En lo personal, prefiero el insomnio del amor a su quimera. Quiero estar atento, lúcido, cuando pase en vuelo rasante, cuando dé pálidos golpecitos en el cristal de la ventana o cuando entre en tromba por la puerta de mi casa.
Yerra quien piensa que el amor es, como mínimo, cosa de dos. Se puede amar y no ser correspondido. Y esa experiencia, tremendamente dolorosa, es preferible vivirla a renunciar ante la imposibilidad.
He invitado a un grupo de amigos y amigas a “descargar” aquí, a exhibirse sin prevención. La poesía es un acto de generosa impudicia, un mostrar hasta las más oscuras estancias de la psiquis, sobre todo cuando el tema es el amor y su reverso.
Para no sentirnos tan solos, cada uno de nosotros —excepto Jamila Medina— ha traído un colega cuya obra ya está cerrada. Es nuestro modo de sentirnos parte de un venero que brota desde lo profundo del alma de la nación. Y hemos pedido a nuestras hermanas y hermanos artistas que se acerquen al fuego de la palabra para que lo aticen con líneas y colores.
El 14 de febrero es día de celebración para unos, y de triste inventario para otros. Pero nuestro oficio es cantar en cualquier circunstancia. Pasen y lean.
Pasado de moda
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo…
Octavio Paz
por mucho que me esfuerce
por mucho que pretenda estar al día
aunque mis pensamientos nazcan así
de pronto
ahora mismo en el instante que puede
ser mañana
siempre estoy pasado de moda
tú pasas junto a mí y el aroma
del amor es como de una piedra
que gira interminable
tú me miras interminablemente
te me hundes con pelos y señales
tú no giras los labios ni los ojos
hoy te escapas
hoy se agota la línea oscura de tus pasos
con una tinta seca que me dice hasta aquí
hoy te me burlas en la cara
me tiras el olvido interminable
hoy te me vas interminablemente.
Ramón Fernández-Larrea
Bayamo, 1958
Aquí desfalleció el corazón de un cautivo
Es nuestra piel, su breve dinastía
cruza por la noche. En la piel del oído
estamos juntos por el viento,
en los altos balcones estamos juntos,
yo recordando las uvas de tu pelo
y el recuerdo devorando las uvas de tu pelo.
Las noches en que hablamos cosas sin sentido
y apagamos lámparas
y nunca juntos fuimos contra un árbol
ni contra una pared ni contra el cielo,
a ninguno nos temblaba la piel
ni recogimos caracoles en los ojos del otro.
Jamás vino la palabra, la palabra puma,
tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
jamás nació un violín en el oído ajeno.
Tú quedabas en tu pulpa,
en la sustancia verde de los amaneceres,
el corazón como un otoño limpio
oía caer las hojas de otro otoño,
y quedabas trémula, luego perdías
el color, el olor, el nombre,
te quedabas en la hoja incolora
que los barredores del otoño
acumulan en ciertas almas grises.
Yo te oía gotear en el silencio,
caminarte a ti misma
con un fósforo encendido,
entrar en los pueblos callados donde
la neblina gobierna a las palomas
y los hombres son aprendices de los hombres,
trapecistas de un mundo que se inicia.
Yo escuché a tu reloj decir que era tu piel,
allá lejos, donde la espuma
del invierno se muere sobre el muro
y los ciervos del tiempo beben espuma muerta
para fecundar el hambre de las ciervas.
Yo escuché a la luz decir que era tu vientre,
me saltaba la luz entre las manos,
la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la Tierra
como una semilla lanzada a qué Universo;
yo te sabía nerviosa, te sabía Margarita Gautier
y rompía las páginas del libro
para después hacerlo con tiros de memoria
con la luz que da en el charco una ventana abierta,
un vientre luminoso reflejándose a lo largo de los ríos
y la palabra puma, tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
la palabra perdiéndose en un extraño oído
a la deriva de lo que somos y olvidamos…
Frank Abel Dopico
Santa Clara, 1964-2016
Viajes
Eres quien ya no dibuja más que a ras.
La lámina y su árido reflejo.
Tocarla, lanzarte a ese despeñadero que es
la impronunciable atadura.
Tus dedos buscan un huevo de nacimientos.
(La cola dando rodeos hasta fastidiarme.
El hábito de no coexistir.
Asia
Wevill).
¿Seguirás el hilo de lo que supones
una semejanza invertida, ese delicioso juego
de hollar un poco cada vez
hasta que los huesos se abran al poro?
Las repeticiones son espantosas.
Sobre el muro, en la arcilla,
encima de asientos incómodos,
busco que te afinques.
Por lo que va a quedar:
variables diluidas en el foco,
la confusión, la altura.
Demasiadas curvas para alcanzar un tramo.
Leyla Leyva
Cienfuegos, 1964
Martes
aire griego
vete con él amiga él te necesita más que yo
dúdalo un segundo y vete déjame solo con
mi pequeña maleta de cuero y el cincel
con que habré de socavar el aire enfadado
y descalzo el aire me dirá (te juro) todo
lo que debo saber el aire es sabio el aire
es griego (créeme) lo descubrí una mañana
en que volvía del ágora y anaximandro
me invitó a una copa el aire (dijo) el aire
es el principio y el centro y el fin y es
la rubia cabellera de la hermana de dios
batiendo sobre el mundo como las aspas
enloquecidas de un molino no enloquece
solo quien se sirve del aire y yo me sirvo
amigo lo zahiero desde el borde de una
rabia inspirada y dejo que roce mi esqueleto
con su cofia de antiguas mieles heridas
tengo miedo es cierto el aire es sabio y griego
pero también es arduo y estricto con sus leyes
no temas tú no temas vete con él y si algún
día decides regresar no me busques no
en el mismo sillón pues habré salido de viaje
Alberto Rodríguez Tosca
La Habana, 1962-2015
Muerte de mi hermano
Yo lo llevé a la cordillera
al pasadizo estrecho
a la angostura.
Yo le dije
en la quebrada hay un vergel
hay un nido de orugas naranjadas
hay una estrella de David.
Yo le hablé del vientre oro
y grana de Tamar
tiritando
bajo el imperio de Amnón
yo derramé el pan en el sendero
y lo arrastré a la cueva de la bruja
para ser devorados.
Hay días que mi madre me pregunta
por mi hermano Miguel
yo no sé qué pasó
yo no era su guardián.
Hubo noches en que juré
envalentonada
que si me traían sus testículos
yo lo podría reconocer.
y a veces también fingí ser Juan
y él el esclavo Ricardo
el gran Ricardo Corazón de León
temblando al ver el cuerpo frágil
grácil del hermano
como blanco en el lecho.
Yo lo besé en el huerto de Getsemaní
con la piel de gallina
hermana en el hermano transformada.
Yo miré a la cara al extranjero
y recordé su nombre cuando
me recostaba
sobre la tumba de mi padre.
Hay días que me despierta
un laberinto de labios que me llama
pero me hiela el miedo de pasar.
En el jardín de las Hespérides
lo dejé hacer en el escote de Helena
perdiendo la cabeza
para animarlo al combate.
Frente a las puertas de Tebas
lo vi venir con su cultivo ganado
con su corona de espinas
y me salí del coro de las grayas
con mi único diente y mi único ojo
para hincar en su piel.
Cuando canté bajo el sauce
y el agua me empezó a llenar la boca
puse o supe una espada de lises
traspasándole el cuello.
Yo le di la máscara que lleva
y llamé a Absalón a Absalón
para que rematara
su sierpe púrpura reptando sobre mí.
Hay días que un desfile de ojos arrancados
un festín de párpados sangrientos
se me atraviesa en sueños
pero yo procuro mantenerme separada
de la belleza de la sangre
y del horror.
Yo lo llevé al desfiladero
yo lo bajé al acantilado
para arrancarle el fruto.
La engalané y aderecé
la vestí de ternera
para que se apareara
en la laberíntica
en la lasciva
en la alargada penumbra.
Yo le arranqué una oreja y la cabeza
como una mantis
después de la embestida
para escribir mi propio Rumpelstikin.
Yo le pedí a los dioses de la fuente
que unieran nuestro cuerpo en valvas
un fuego de San Telmo de dos puntas.
Hay días que un reguerío de lenguas
me adormece los sentidos
y oigo el aullido
de hambre de mi hermano
que busca ciego
sin hallar
la ubre de mi madre
lo escucho lo escucho
y no me puedo mover
contra el calor de la leche
permanezco estrangulado
quien beba más levantará
en Roma una ciudad
de alcantarillas y palazzos
alzará un arco de triunfo
un Coliseo
levará puentes y las vigas de mil techos
abrirá la boca de los puertos
y lanzará botellas contra la proa de los barcos
que vienen y se van.
Yo lo maté, señor
yo no era su guardián
la tierra se tragó la mitad de su sangre
y la otra mitad me la bebí lentamente
como lame una oveja.
Yo fui con él
contra los hijos
y las hijas de Níobe
–recuerdo su sonrisa
cada vez que la flecha
entraba en carne.
A las moradas
yo lo llevé conmigo
yo lo busqué
en el estado de gracia
y en el azul naranja
de la llama de amor.
Yo lo enterré, señor
dentro de Tebas
allá en lo oscuro
al pie de la muralla
cuando nos dejaron solos por fin otra vez.
Yo le lavé los miembros las orejas el pubis
y preparé su despedida
aseguré su entrada en la noche de Ra.
En el despeñadero antes del sacrificio
él se volvió a mirarme a preguntarme
hermano
detrás de la ventana qué hay detrás.
Yo no sé lo que vio cuando bajó el garrote
ni qué sintió ni qué pensó
ni por qué lo maté.
Sobre la tierra en que sangró
se dan mejor el árbol del manzano
y todo género de frutos rojo intenso
labios lenguas
cabellos arrancados.
Jamila Medina Ríos
Holguín, 1981
Verdadera escritor
Si lograr poema ahora
yo ser verdadera escritor
porque sentir mal adentro
romper mi alma en muchos
cómo se dice
pedazos
cómo persona destruye persona
es la pregunta que hacer a mí
y yo no saber cómo
pero saber
que soy
cómo se dice
destruida
persona destruye arquitectura
pero persona no destruye persona
creer yo que persona
destruir
todo
persona ser arquitectura
y persona ser
cómo se dice
destrucción.
Legna Rodríguez Iglesias
Camagüey, 1984
Discurso del hombre que cura a los enfermos
Entonces Marta, cuando oyó
que Jesús venía, salió a encontrarle…
JUAN, 11. 20
Dos mujeres se disputan mis palabras:
una, de alma silvestre y silenciosa, me espera
siempre a la vera del camino.
Otra, de radiante y dulce sonrisa, me desnuda los pies
para lavarlos entre plegarias y susurros.
Dos mujeres, una insomne como estatua,
otra de ojos húmedos y bañados de fe,
me esperan y me nombran.
Yo voy a ellas y ellas me reciben en cada peregrinaje.
Si una lava mis pies, otra me ofrece alimento.
Si una acaricia mis manos, otra peina mis largos
e hirsutos cabellos.
No saben qué más darme que no me hayan dado,
qué vinos, qué frutas, qué secretos ofrecer
al peregrino.
Podría decirles que me dieran su sangre y no vacilarían.
O pedirles que se desnudaran y bailaran para mí,
y llenas de alborozo, de una absorta y cruel felicidad,
lo harían sin demora.
Cualquier cosa, cualquier deseo mío, cualquier capricho,
ellas no vacilarían en cumplir.
Mas no es justo que yo pida como suele pedir un hombre
a mujer.
Ni es ético que me miren de esa forma,
como aguardando algo que hace tiempo esperan
y no puedo ofrecerles.
Debo hablar sólo
como el hermano que trae en su mirada
el resplandor de una lejana estrella.
Por eso tiemblo cuando llego a esta casa
y recibo el agasajo de dos mujeres solas y estériles,
mujeres sin nombre, hechas de años y esperas,
que con la oscura piedad de sus bellos ojos
me desnudan.
José Pérez Olivares
Santiago de Cuba, 1949
Soneto
Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte?
¿Por qué noche decir, si es mediodía?
Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría?
Si digo vida yo, ¿por qué tú muerte?
Ay, ¿por qué este tenerte sin tenerte?
Este llanto ¿por qué, no la alegría?
¿Por qué de mi camino te desvía
quien me vence tal vez sin ser más fuerte?
Silencio. Nadie a mi dolor responde.
Tus labios callan y tu voz se esconde.
¿A quién decir lo que mi pecho siente?
A ti, François Villon, poeta triste,
lejana sombra que también supiste
lo que es morir de sed junto a la fuente.
Nicolás Guillén
Camagüey, 1902-La Habana, 1989.
Último rezo para los ojos del traidor
No existirán los pasos que no llegaron a la puerta
no existirá la mano que no toque o empuje
y abra la hoja clarísima
no existirá la voz
como un pez será mudo
como un pez vivirá bajo las aguas
aquel arroz que iba a su boca ya cesó
hilo de cobre será por donde pase el trueno y
tienda una música ronca un sol cortado en dos
como una sola vez los grandes animales se perdieron
como una sola vez las raíces del árbol
fueron pobladas por el humo del fuego fatuo
y por el diente de la hormiga
así se irá pudriendo en el camino aquella sombra
aquella sombra el gesto de una mano que fue
con cinco dedos con sus cinco sentidos
con su nombre y su cuchara ardiente
era dirán
en su ojo fijo ya no hay sueño.
Soleida Ríos
Santiago de Cuba, 1950
Haberes
Lo fatal es el cernícalo.
Yo quisiera comerme con Solángel
una naranja de China, o ver,
junto a ella, las hojas de un limonero francés;
yo quiero que ella vea un cactus
en un rectángulo áspero de tierra mexicana -;
yo quiero ser un sauce llorón que a ella le guste,
o el cundiamor o el alhelí de siempre;
me pasearía con ella por entre los abedules
que vi en un Cine de Arte primero que en Moscú -;
cuántas cosas haríamos junto a algún eucalipto
o debajo de un bosque de eucaliptos;
quiero pensar ahora en la verdolaga, en el cilantro,
tener una manzana o dos peras y un mango:
todo eso me recuerda a Solángel –
también el orégano, la buganvilia, el marpacífico
y los mayales del Caney de las Mercedes -:
Solángel ríe cuando brota todo lo vegetal –
aunque este brote sea un sueño en este hospicio estéril,
y aquí, cerca, un amigo vea una luz cianótica,
y otro esté muerto ya, más que una máscara,
y la cal y el amianto prendan un leño ciego,
y todos los que me pisotean transijan como guantes
cuando llegan los mercaderes y el dinero,
las parihuelas de oro, los hoteles soplados
entre la cordillera y el espanto, en la oscura pradera
donde no hay ni un sólo tritón que esté reinando.
Solángel, en la memoria, ríe a pesar de todo.
Pero lo fatal es el cernícalo – aquél, uno
que vuela sobre esas ideas fijas
que alientan al suicida.
Ángel Escobar
Guantánamo, 1957-La Habana,1997
Futuro imperfecto
M. E. C.
Tuvieron lo que ya les falta:
las ansias de empezarlo todo;
qué importa cuán pedestres los augurios,
los días de soñar mejores días.
Les queda por consuelo una nostalgia:
la ternura adormecida en mil crepúsculos
y la posibilidad de saciarse
con páginas pobladas por la caligrafía
que expresa lo imposible.
Sin luces comenzó su historia;
ambos llevaban la sangre recorrida
por batallas contra aquellos demonios
que a costa de sus sueños renacieran.
A él le faltaba presente, y su pasado
era una larga lista de momentos
añorando que llegara por el mar
la joven aguerrida.
A ella, por su parte,
lo mismo le saltaba el corazón
que la mesura.
Y sin desolación aparente
pensó que la salvaba un caballero
cuyo guante de cristal
acabaría colmándole las ganas
de colorear candiles.
Pudieron ser dichosos:
con su magia expandir
la utopía hacia otras manos.
Solo que nunca supieron
conjugar en presente
su futuro imperfecto.
México D.F., invierno de 2010
Ricardo Riverón Rojas
Zulueta, 1949
Elogio de la sin-razón
Yo admiraba a una muchacha
que se desvivía por oír a los cinco latinos.
Cuando le contemplaba sus ojos azules,
o de miel, ya no recuerdo,
eran dos aguas,
dos pajaritos volando
tras la noche de los cantantes.
Cuando quería decirle una palabra,
una mínima palabra amable:
salimos, estrella, sábana,
cualquier cosa para encender
el pan en sus manos,
ella tarareaba una canción.
Prefería el programa de sus favoritos
a mi elogio de su cintura.
Un transistor nos separaba.
Existía un vacío de voces acopladas
entre ella y yo.
Qué competencia tan desleal
la de cinco voces contra un amor.
Sigifredo Álvarez Conesa
La Habana, 1938 – 2001
En los oscuros cuartos de mi oficio
El joven que ayer tuve entre mis sábanas,
se ha marcado. Sintió miedo
de mi sombra femenina,
de mi costumbre de ovillarme a sus pies
con la carencia afectiva de los gatos.
Sintió miedo del mundo al que yo lo asomaba,
de los dolorosos paisajes que vió alzarse
al otro lado de la puerta que juntos abrimos
y por los que le invitaba a caminar.
Intenté retenerlo, pero se ha marchado.
Mis palabras se alzaron como buitres
entre la primavera de su orilla y la mía,
rocosa, oscurecida por el tiempo vano
de las decepciones.
Cómo olvidar que ayer,
después de entregarnos a ese diálogo mudo
que sostienen los cuerpos al rozarse,
recorrido por un luminoso temblor,
me dijo: ” mi corazón
y mi cerebro te pertenecen”.
Yo, el más débil de los débiles guerreros,
me sentí vencedor,
dueño de la eternidad
que proponían sus palabras.
Su amor era la tierra virgen
dónde plantaría mi casa y mis cosechas,
el mínimo espacio donde
entendería el fuego reparador
y esperaría resignado el fin de la nevada.
Sus pensamientos adornaban mi vanidad
como una corona de laurel.
Eso fue ayer, y hoy lo he visto alejarse
llevándose la dicha que me había prestado
con la infantil ligereza
de quien ofrece a un amigo su única camisa.
Breve ha sido la prometida y soñada ínsula
qué los dioses pusieron ante mis pasos.
Ahora el dolor desciende como una guillotina
hasta el deseoso cuello que él besaba,
y hasta en el oro de las monedas que tocó
palpo la indocilidad de sus
inquietos ojos amarillos.
Cómo volver entonces
a los oscuros cuartos de mi oficio,
y encontrar, entre tantos recuerdos,
un solo instante de cordura
qué pondría a alumbrar sobre mi mesa.
Cómo volver a ser el domador de las palabras,
ordenarlas y exigirles que me ayuden
a escribir un último poema
con el que quedaré al desnudo
mostrando la imperfección
de mis sucias entrañas
cuando acepte, que el joven
que ayer tuve entre mis sábanas,
se ha marchado.
Nelson Simón
Pinar del Río, 1965
El último caso del inspector
El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.
El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.
La víctima
no es aún la víctima:
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos.
El testigo de excepción
no es aún el testigo de excepción:
es sólo un inspector osado
que goza de la mujer del prójimo
sobre el lecho del prójimo.
El arma del crimen
no es aún el arma del crimen:
es sólo una lámpara de bronce apagada,
tranquila, inocente
sobre una mesa de caoba.
Luis Rogelio Nogueras
La Habana, 1944-1985
Senda de Lourdes
(Tu cuerpo es mi país)
Unida a ti
por un indisoluble
hilo de saliva
respiro.
Abres la mano
cruza el pez
volátil
de la calle Zanja.
Te abrazo y
estoy viva.
Cuando tú tiemblas, húmeda,
no envidio
ni al que el rocío le lavó la cara
ni al que sus huesos convirtió en camino.
“Nada perdura.
El sueño del pájaro de dos cabezas.
El de las ramas juntas
Nada.
Mira las tumbas.
Míralas”.
Dice tu boca
tu carne
dice la tierra
abrién
do
se
túmba
te
ahí.
Todo pezón es pétalo.
Ideograma
de castaños.
Damaris Calderón Campos
La Habana, 1967
Los desiertos que vienen
Para Damaris Calderón
En un yermo de Marruecos
ascendía la espiral
rojiza de la arena. Allí los huecos
cuerpos, en su cumbre feral
se deshacían. En tanto, fuimos
reyes y súbditos de nuestra
conmiseración; fatigados de plata vimos
en la noche maestra
nuevos cuerpos, nuevas espirales. Era
la breve juventud lo que exigieron
para dejar salirnos del baldío.
Con ella, otros remolinos encendieron
—en Chipre o en Marruecos—, en el frío
de La Habana, su extraña primavera.
Invierno de 1994
Sigfredo Ariel
Santa Clara, 1962-La Habana, 2020
En el apartado de la Sala 3
Un beso tierno, un beso adolescente
en el apartado de la sala 3.
Un beso ruso
respirando el hedor.
Asustan las puertas:
el prejuicio enfría la sangre.
En el apartado
—mientras punza la fractura
y rechina el paciente—
una mujer espera lo que deseo:
un beso,
casi de niño,
que trascienda los límites
de su equivocación.
Israel Domínguez
Placetas, Villa Clara, 1973.
útimas palabras del joven rimbaud al poeta paul verlaine
para n. e., cómplice
hermano paul
querido verlaine
mi amante
ayer te he visto pasar desnudo
embarazado de dolor en todo tu parto
adivinando el iris de mis ojos tras el lienzo
dormido o despierto
insomne o sonámbulo
pero caído hasta mi piel
con el orgullo de la ciudad atemperando el cemento
ayer a ratos me sentía un pájaro
era uno de tantos con perfil de cadáver
donde quiero deshacerme prisionero
esclavo del vuelo sobre mi lumbre
ayer parís no semejaba parís
tan sólo un simulacro de la aurora
y notre dame parecía tu pupila
corriendo la lluvia hacia el sena condenándose
ayer a ratos no era homicida
ícaro sin alas mecido
por las llamas eléctricas como un muro
y lejos
tan oscuro como el mar
morían los mirlos del cansancio
fugitivos en su propio fuego
ayer casi isla me quedaba*
y hoy también desnudo y sin sexo
me atrevo a ser roca con pálpito de templo
cuando aborta la tempestad los calendarios
y no me basta la sed
ni se corrompe este verdor entre mis piernas
ayer fui pájaro y un reloj
otro cuerpo sin precio
ayer a ratos quise ser cruel
quise morir y tú no estabas
era inmortal
para ver mi rastro la edad del almendro
adiós hermano paul
querido verlaine
mi amante
quiero morir y nada puede salvarme
el albatros ha partido
las islas son tal un pueblo de barcas
y la noche
un solitario puerto donde errabundo espero
ebrio con mi naufragio de naipes
inválido de tiempos
hermano paul
querido verlaine
mi amante
haz que la ciudad coma su polvo*
*arthur rimbaud
Arlén Regueiro
Ciego de Ávila, 1972-2022
poison magique
cuatro gotas
de yo sufro
también
una cucharada
de te quiero
aunque ahora
no puedas entenderlo
algunas
ramitas de azafrán
su sabor es bueno
para decir
si tomas
por tu mano el dolor
déjame algo
bien mezclado
ponlo a reposar
a la temperatura
del reptil que se cuece
entre las piedras
tómalo sólo
cuando sientas
opresión en el pecho
lo mismo
por desamor
que por catarro
y ahora te dejo
aunque no para siempre
da trabajo poner a punto
la máscara
y la noche está ahí
a la vuelta
de dos besos fingidos
(con los 30 dinares
que tomé de la caja
con la forma de libro
pagaré la música
que me hará bailar
hasta la amnesia)
ya tendremos ocasión
de hablar a la mañana
mientras saco
las marcas del rímel
que correrá el sudor
nunca el llanto
Alex Fleites
Caracas, Venezuela, 1954
Poema impaciente
¿Y si llegaras tarde,
cuando mi boca tenga
sabor seco a cenizas,
a tierras amargas?
¿Y si llegaras cuando
la tierra removida y oscura (ciega, muerta)
llueva sobre mis ojos,
y desterrado de la luz del mundo
te busque en la luz mía,
en la luz interior que yo creyera
tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez descubra
que nunca tuve luz
y marche a tientas dentro de mí mismo,
como un ciego que tropieza a cada paso
con recuerdos que hieren como cardos.)
¿Y si llegaras cuando ya el hastío
ata y venda las manos;
cuando no pueda abrir los brazos
y cerrarlos después como las valvas
de una concha amorosa que defiende
su misterio, su carne, su secreto;
cuando no pueda oír abrirse
la rosa de tu beso ni tocarla
(tacto mío marchito entre la tierra yerta)
ni sentir que me nace otro perfume
que le responda al tuyo,
ni enseñar a tus rosas
el color de mis rosas?
¿Y si llegaras tarde
y encontraras (tan solo)
las cenizas heladas de la espera?
Emilio Ballagas
Camagüey, 1908-La Habana, 1954