La Habana ha sido pintada, cantada, fotografiada, filmada, danzada y, también, escrita con profusión. El perfil ecléctico de la ciudad, la mezcla sabrosa que conforma el ser habanero, han quedado expuestos en infinidad de obras artísticas. No hay que hacer esfuerzo mayor para relacionar a La Habana con alguna extraordinaria emanación de la conciencia sensible: los interiores del cerro de Portocarrero, las fotos de Grandal, los poemas de Reina María y Fina, las interpretaciones de los arcos y medias luces de Amelia, El Vedado filmado por Titón, el filin de Portillo, el barroco singular de la Catedral…
El arte fija esencias, nos muestra en incesante devenir, habla de lo que fuimos en sucesivas idealizaciones; construcciones que van desde la exaltación hasta el desaliento.
He aquí un manojo apretado de versos escritos por mujeres. Son poetas de diferentes generaciones. En sus textos, La Habana es un ser omnipresente, un manto, un lugar desde donde discursar sobre lo humano y, otra vez, lo humano. Hay quien rememora, hay quien siente el halo de la ciudad en los huesos, y hay quien convoca a reunirse a la orilla del mar para, entre todos, restañarnos en las aguas del Golfo las heridas infringidas por el odio, el desamor, el tiempo. La Habana son los habaneros (valga el error de concordancia), poetas o no, nacidos en la urbe o no. La Habana es, en fin, un acto de invención, de apropiación colectiva: un estado del espíritu.
Es una muestra, que no antología, lo que ofrecemos aquí. Las autoras están diseminadas por el mapa. Viven allá (que en términos cubanos es todo el “allá” posible), viven aquí, pero, en esencia, son de un solo lugar: la sufrida y espléndida ciudad que moraron, soñaron, escribieron, de la que nunca se han ido y a la que siempre, ¡vaya paradoja!, van a volver.
Al Almendares
Este río de nombre musical
llega a mi corazón por un camino
de arterias tibias y temblor de diástoles…
Él no tiene horizontes de Amazonas
ni misterio de Nilos, pero acaso
ninguno le mejore el cielo limpio
ni la finura de su pie y su talle.
Suelto en la tierra azul … Con las estrellas
pastando en los potreros de la Noche…
¡Qué verde luz de los cocuyos hiende
y qué ondular de los cañaverales!
O bajo el sol pulposo de las siestas,
amodorrado entre los juncos gráciles,
se lame los jacintos de la orilla
y se cuaja en él almíbares de oro…
¡Un vuelo de sinsontes encendidos
le traza el dulce nombre de Almendares!
Su color, entre pálido y moreno:
—Color de mujeres tropicales… —
Su rumbo entre ligero y entre lánguido…
Rumbo de libre pájaro en el aire.
Le bebe al campo el sol de la madrugada,
le ciñe a la ciudad brazo de amante.
¡Cómo se yergue en la espiral de vientos
del cubano ciclón…! ¡Cómo se dobla
bajo la curva de los Puentes Grandes…!
Yo no diré qué mano me lo arranca,
ni de qué piedra de mi pecho nace:
Yo no diré que él sea el más hermoso…
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!
Dulce María Loynaz
Lejos de Cuba
No son largos sus dedos
al menos no tan largos
como la suerte que dibuja un océano
entre ella y las calles del Vedado
entre ella y el diente de perro en 16
entre ella y la palabra entonces.
La mano
una caricia sobre el negro y el blanco
sobre el hedor sin fondo del Almendares seco
sobre los techos de Cubanacán.
Como la rosa como el perfume
así era ella
son y guajira en el aire extranjero
contradanza y montuno en la melancolía
de un amor que se hizo ajeno en 12 y 23
y de otro amor resucitado en la calle Concordia.
Como lo triste como una lágrima
así soy yo
el ceño se contrae
nota a nota se desgrana el clarinete.
El pie redobla el ritmo
e inaugura otra espera
otro pozo en la fuga y en el pecho.
Como lo triste como una lágrima
así soy yo.
Odette Alonso
Poema para la mujer que habla sola en el parque de Calzada
en tu sombrilla de huecos no se comprende ningún rumor
se cuentan las historias de todas las ciudades que perdieron el mar
de los sitios donde no pudieron levantar más que ruinas
donde a veces nada valió la pena
y deseabas tantas manos improbables
que terminaste siendo un gajo contra el suelo.
hablabas para creer
y ahora incrédula de los parques
incrédula de los hombres
creces de la incoherencia como un golpe humano
como algo ante lo que uno tiene que quitarse la mirada
o sentir como un enrojecimiento ante la falta de tradición
ante el nada que dejar
alguien descarriló tus márgenes
y ahora nos arrancas de tu tiempo
para dejarnos en la categoría de sombras que no respetas
desclasados del cuerpo frente a ti
bien que tienes tu razón
y apenas si la crítica vale
si la denuncia mía no es otra cosa
que el instinto de sentirse animal nuestro
especie nuestra
posibilidad y término nuestro
(que eras como cualquier ser lógico y ahora la soledad te abruma
y nada te detiene y nadie podría detenerte)
¿qué serías en el antes
la madre la concertista la prostituta
la que tenía el tedio la alienada la del amor platónico
la asexual la torpe la que no tuvo continuación?
eres patética y extraordinaria
si mientes mientes con tu verdad
y así te vemos algunos con tu banco con tu sombrilla
con tus labios pintados por fuera con una línea de temblor
haciendo tus cuentos que nadie recuerda
y eterna como un retrato
estoy segura que sabrían oírme si digo que eres
un personaje de Antonioni o de Buñuel
que serías un absoluto para Dostoyevsky
y que tus manos son para Chagall
estás cercana a ellos de alguna manera
como lo estás de mí en algún sitio común de la vida
mujer que habla como a martillazos
nadie hablará de ti pero te quedas
vergüenza que repite su canción
fuera de moda es cierto
frente al teatro de Calzada y D.
Lina de Feria
Puerto de La Habana
a Sergio Chaple
albañiles carretoneros improvisados pescadores
caminan bajo el sol
junto a toda la costa de La Habana
el mar insólito y azul ya queda sobre el muro
desnudo
el pequeño Gabriel estruja un mango
a lo lejos
un bebedor de ron se aniquila a sí mismo
con un puñal de espera
a lo lejos
una lancha se encamina a cortar
el ombligo del cielo
allá siguen los hombres caminando rojizos
trayendo la carga de chapapote negro
en las espaldas
mientras el mar insólito y azul
Nancy Morejón
Parque Almendares
Sobre todas las cosas el invierno
sobre el río que lame el fondo
y es el fondo mismo
sobre todas las cosas el musgo.
Aliento de la muerte
merodeando en la hoja,
el bote, la tarde,
mi sombra junto al banco
dando de comer al tiempo
su dosis de perdón.
Lizette Espinosa
REINA es una calle demasiado larga
cuando la impaciencia no es para uno
—ya se sabe
que al otro lado del hilo
hay alguien que está esperando—
y el único papel sobrante
es el de la cortesía.
Se pueden aprender todas esas cosas
además del art nouveau,
mientras se camina
luchando contra el tiempo,
dolorosamente.
Mirta Yáñez
Mater Galleta
Detrás de girasoles
camino a El Vedado
como una novia
que arrastra
galletas secas
busco el mar,
agua que esparza
este polvillo
llega a la rodilla
y finalmente caigo
en un charco
alimento samuráis
peces de colas rojas,
atolondrados por el tun tun
tumba tum tum
en la frontera
de El Vedado con Infanta
sin identidad
coloco pancarta
que roza la pelvis
del cielo
nubes bajas,
dime, aquí estuve antes,
¿han desatado
a los estudiantes
de medicina?
fui curandera del Moro
que esperaba al camello
en el cuarto piso
reparé naves,
apreté tuerca
retuve invasión
alienígena
he dormido en O,
en la esquina a 27
desaté improperios
contra el bonsai
que crece un centímetro
pero pierde frutos minúsculos
cada mes, en luna llena,
esa redonda luna
china del Malecón
arrastra galleticas
si el vecino silba
otro pez del pez
mueve agalla
no se ha ido,
pero poco falta,
en la olla de presión
cocino al puercoespín
que mordizqueó
mi pancarta
a la vieja le tocan
las espinas,
quiere lo suyo
envuelto en periódico
da igual,
estoy más abierta
que un agujero
en La Habana,
veinte veces he visto
la misma película,
de la pantalla
desprendí un abedul
para abrigarme
llueve,
el agua ronronea
en La Rampa,
algo raro pasa
con los peces,
interrumpen
bruscamente
la ronda,
voy a recoger mosaicos
intentaré rescatar madera,
un fragmento de Alma
-Máter-
me solidifica.
Margarita García Alonso
Pronóstico de un cuerpo
Tranquila y acodada una observa
el modo de un insecto y sonríe
con deseos de colgarse al capitel.
Hace un meneo de párpados, registra
el mundo secreto de las cosas
en una contemplación pausada desde lo bajo,
abajo.
El ruido del agua que desborda los tanques y no cae,
pero igual; la fecha en las ampolletas
o la taza de leche vacía, blanco precipicio
en el que brilla el taño lavado.
Un país en sombras, una sombra de harina,
y el canalillo profundo donde la angustia de remates.
Rieles, barras, entre el bulto del pecho y la costilla.
Nada hay que vigilar o limpiar aunque me piquen.
Todo pasará o estará ahí si es que debe, pero sé
que el tren cruzará sobre mí temprano.
No habrá tiempo para escupir al diablo entero,
él hará lo suyo sin devolver cadáver por crisálida.
Mi bastión no aguantará esta guerra sierva al cuerpo
una bola agria, un cangrejo moral que voy triturando
en la desvida
mientras mi hija culpa como antes culpé.
Triste pasajera en sonsonete.
Luyanó. Vitelas. ¡Ah, La Habana de inútiles arribos!
En la estación que acorta mi suspiro,
solo escucho y me tumbo.
A las seis rompe el grito y miro al techo. Bordo
en la marca del dolor pendido
cada hora de mi hora que fijo a una pared.
Leyla Leyva
Ronda
Esta noche iremos
a cantar al puerto,
todos en procesión como niños dormidos.
Vamos, que el agua espera
con su temblor de escamas
a la sombra del muro
que la ciñe de bruma.
Vamos en la nube
que distraída flota
sobre el filo de un sueño.
Vamos al mar esta noche
con las luces de Casablanca
rientes a lo lejos
y el gran Cristo de brazos abiertos
tan blanco y tan solo.
Regresemos ya todos
los que el viento empujó
y abracémonos más allá de las fuga,
más allá de esta ausencia que en la ausencia se quema.
Lleguemos al mar y curémonos
de todos los espantos.
Norma Quintana
Alguien que está escribiendo su ternura
Porque a pesar de la tristeza y estas cosas
De cuantas veces me parezco al camino
Y cuántos años pasaron desde entonces.
Porque florece un barco a cada ola
Y el Puerto de La Habana trae un viento
Salobre a mis pupilas.
Porque la Patria
El mundo
Y el amor que dibuja los vitrales.
Si existe una mujer existe un sueño
Alguien que está escribiendo su ternura
Desde la Plaza de Armas.
Marilyn Bobes
Habana del centro
Manrique y Lealtad de mis niñeces.
Concordia, Malecón, Perseverancia,
bocacalle marina, junto a la droguería
Danhauser, con nombre de ópera.
Pequeños comercios de la calle transversa.
Campanillas del tranvía, entre la madrugada.
Ruido de la puerta de hierro de la carnicería.
Descascarados rosa y verde pálido
de la alta pared. Sombra amiga del libro
sobre el asiento de rejilla.
Almidón de los trajes colgados
en la lavandería de los chinos
(y el medio de galleticas de plátano).
Fuerte olor de algas podridas, costas.
Olas blancas batiendo el oscuro arrecife.
Y entre los azulejos verdi-blancos,
el pescado en la gran pesa romana.
Cine Neptuno de los pastelillos.
Larga calle de Águila. Se “realizan” telas.
Tablita de “Se alquila” en el balcón.
(Pasa el camión de la mudanza).
Fina García-Marruz
Holograma del trópico
I
Hay un paisaje oculto
en los amables espectáculos del trópico.
Una totalidad que adquiere peso
en visiones veloces,
mínimos espacios
donde cortan el pasto vacas ciegas.
Hablo de vacas que quieren suicidarse
y de mulos soleados
que sortean la carga abusiva de los dueños
mientras la tarde se hunde de esquinazo,
sin remedio.
Es una escena desasida de toda permanencia,
penetra en la retina
y continúa luego, fuera de sí,
registrando detalles (anteriores/posteriores)
de extraños y fugaces movimientos.
II
Un tren sin marcha es tiempo roto.
Debe avanzar llevándose clamores
sobre todo el placer desaforado
de los amantes que reverencian el ruido del metal.
En su interior planean eruditos,
románticos farsantes
que juran amor eterno a una joven
que es otra cada vez.
(Un impostor usa el nombre del hermano,
porque aborrece que le llamen Juan…
El sabio improvisa cíclicos discursos
acerca de las inmolaciones.)
III
Si el tiempo detuviera su paso unos segundos,
si esa sensación tantas veces soñada se hiciera perceptible,
mortal,
si tocara vivirla,
sería viajar en un furgón
cuyas ruedas rechinan giros inversos
repartiendo los haces hirientes de las chispas,
y entran apaciguadas en las sinfónicas,
inmóviles imágenes de la paz del trópico.
IV
Treinta años después, en la Estación Central,
no sé cuál es el tren que se detiene en la explanada
donde esperan amigos con quienes pactamos
desplazamientos futuros de ida y vuelta.
(Hablo de mis amigos, cuyos nombres a veces no recuerdo.
O no sé si serán amigos de mi padre,
juntados para una romería.)
Un déjà vu recorrerá mi cuerpo
cuando cierre los ojos y suba la escalerilla
empujada por nadie.
Los trenes ya no existen.
Da igual si continúan en las guías,
en paraderos por donde salta el tiempo,
con la solemne prisa de sus itinerarios.
V
Parece que escaparon por algún resquicio:
los trenes, el tiempo, nosotros,
las vacas suicidas, y quienes juraron ser sus dueños
y siguen tasando sus cargos de conciencia.
¿Quién va a extrañar todo de golpe?
¿En manos de quiénes quedaría
el orden ascendente que prometían las postales
de una ciudad que se escapaba en la mañana y en las tardes,
dispuesta a perseguir bucólicos follajes?
VI
Se descompone el hierro,
se licúan sus íntimas sustancias
y la emulsión corroe la arquitectura de inclemencia
con que fue diseñada la máquina de ver.
Se ha abierto la compuerta
y llegan los feriantes a tomarlo todo.
Como dueños del mundo rodean el andén
y prueban los acoples de otras fastuosas naves
forjadas con oro casi rojo.
¿Imitarán y venderán en ellas los rostros ingenuos
de aquellos venerados impostores y eruditos
que pronosticaban epidemias,
catástrofes, indiferencia y ruina y desamor
haciéndole al paseante su viaje memorable?
A la rareza aurífera de las flamantes máquinas
se adicionan signos y cantos perversos y graciosos
para franquear el universo en la paz del know-how.
¿Será este el viaje que soñamos?
Rezo porque la lluvia y los lémures
y las entrañas y los líquidos úricos
frezados al paso de los siglos, por mis padres y sus padres,
consigan por fin la sanación
de las líneas ardientes donde descansa Oggún.
Charo Guerra
Tuétano
La Habana reverbera, se resiste,
revienta en los adoquines.
Años luz,
presiento su galaxia de estrella niña.
No la nombro ni me nombra.
La Habana guarda en mí lo irrepetible,
pulsa como un nervio;
detrás de todo, siempre,
el ámbar de su verano.
Me hiere por vez primera
mi cuerpo descubriendo su costumbre:
mi padre y yo en la Alameda de Paula,
la mano brújula de mi madre.
A veces canta su cancioncilla,
cambia mi voz,
sopla sus polvos sin que la vea.
Boca monstruosa,
como una rémora se aferra a mis caderas.
La Habana susurra en mí, siempre en mí,
fantasma incómodo;
despacio me aprieta el cráneo,
Reina de Agua
reclama mi cabeza.
Kelly Martínez-Grandal
Reencarnación
Oh, Egipto, de tu religión
no quedarán sino algunos cuentos…
Hermes Trismegisto
Nací en una cesta de caña.
Mi boca era dulce como el beso del desierto.
Tuve un collar de jade
y un vestido transparente para mis pechos desnudos
cuando el astro de luz cruzaba entre las nubes
en su barca temprana de papiro.
Hace siglos tuve rostro de princesa.
Y mis ojos se asomaban a los belfos de la Esfinge,
tan mansos y amarillos
como las dunas de hoy.
Fui la amante de un esclavo prisionero.
Supe del vasto tiempo que llamaban
(y aún llaman) amor.
Y una losa de piedra terminó por sepultarnos
en la cámara escondida de una tumba real.
Fue la muerte un orgasmo en el polvo oscurecido
hasta el vientre moderno donde crecí de nuevo.
En mi cuarto de cristales se acumulan
los testigos:
esfinges en miniaturas
reproducciones de momias.
Pero aún busco en mi pupila lacerada
el ojo mutante de los gatos
—esos dioses feroces y adorables.
Siento el calor de las piedras
con que se alzaron los templos
y recuerdo su textura
y escucho el silbido del viento.
Una princesa deambula por los parques de La Habana,
pasea por sus calles
y nadie la ve.
Llevo en mis genes el rastro de otra sangre más antigua
y mi sombra cruje como un escarabajo.
Este cuerpo ha madurado bajo un sol ahora benigno,
estas manos son más suaves,
este pelo menos tibio,
pero mi sexo se moja con el húmedo olor de ayer.
Y todavía te busco,
amante remoto y mío,
todavía ardo como el suelo de Egipto…
Daína Chaviano
Ola, penitencia
Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo
Ida Vitale
Tengo guardada una lengua
en alguna parte de mí.
Yo, que soy el territorio de nadie
un campo de batalla
un almacén de trastos abandonados en Alamar.
La mantengo encerrada, mejor, digo.
Y a veces quiere escapar
y no la dejo.
Cruzo en silencio la bahía del petróleo, hacia Regla.
Mantener la boca cerrada cuesta mares.
Y allí desatar el pandemónium.
Decirle a ella todo lo que mienten.
Pedirle a hincadas que los mate por hablar tanta mierda.
Lanchas que frenan de repente en las oscuras aguas a pleno mediodía
podrían delatarnos.
Nunca estás a salvo en esta jungla de lenguas viperinas.
Tengo guardada una lengua
en alguna parte de mí.
Yo, que soy la ola sucia de nadie
una vela ardiente en el santuario
un bote anclado en la bahía.
Y la mantengo guardada
pues le temo a la vendimia
y a las voces rompiéndome el martirio
mientras con sus garras de ciudad salada
abren mi boca y me rompen las verdades.
Y eso no puede suceder.
Porque no soy nada sin mi lengua
que no es mía, pero me pertenece.
Sussette Cordero
Banco rosa (Boceto)
a mi amigo Arrufat en sus 75 años
…Ahora
no solo alas
sino todo un ropaje singular
y maquillaje digno de Salón.
Es domingo. Las que obran
son prestas manos de mujer.
Hay su consentimiento. Incluso
su disposición:
¿Sir Anton?
¿Lord Anton?
¿Monsieur Anton?
¡Flash!! ¡Flash! ¡Flash!
La duración de la imagen, su proyección, breve y accidentada.
Se acompaña con flash cada nombramiento. En ausencia de uno de los nombramientos se deja de disparar un flash.
El punto de origen de cada flash, en las cuatro direcciones. De manera que el torso iluminado fuera también así crucificado por la luz y, por consiguiente, virtualmente borrado. Pero solo un instante.
Discreta (connotada) mansión en el Bulevar del Trocadero.
El familiar: un armadillo. Muerto ya su oído, muerta su visión.
Pero también la esposa desde, diría él, hace tanto tanto tiempo… como el armadillo.
Arbolado el bulevar del Trocadero. Olorosísimas magnolias, grandísimas acacias cuyo llanto perenne es oportunamente aprovechado por aquellos que ya no tienen lágrimas.
Cortesía de sir Anton con esa vecindad que tanto lo ha sabido aplaudir.
Terrenos aledaños al bulevar son siembra fértil de magníficos y variados frutales, bosque del que se sirve día a día su distinguida mesa, mejor entre mejores: guanábana, anón de ojo, anones de manteca, muy dulces marañones y bizcochuelos y, no habrían de faltar higueras y datileras, dotadas de cuidados especiales por jóvenes mentores venidos del lejano Marruecos.
Un ARTEFACTO de lujo instalado sobre sillón moaré, cuya atención y cuidados especiales, tarea de la esposa, vigilará Sir Antón una vez por semana, siempre en domingo.
El sillón al centro de la Sala Mayor. Y en esta sala cortinajes rosa cubriendo las ventanas, espejos (marco rosa) situados de tal forma que reproduzcan el tesoro ene veces.
Nombre del artefacto: Banco Rosa (a todas luces una condescendencia con la vulgaridad que el tiempo impone). Ni nombre-signo ni bella forma ni detalles especiales.
Un punto circular le servirá de alarma.
Su valor, del todo inconmensurable, pero se torna Ley el desconocimiento absoluto de uso o destinación.
¡Ah! Sir Anton, de perfil, irradiaba…
Cobraba una belleza única, sensacional. Irradiar… no es manera trivial de describirlo, no es un lugar común.
Visto así, quizás en un balcón, su perfil despedía o atraía hacia sí luces, destellos, caprichosas y bellas figuras luminosas. Y donde verdaderamente más luz tenía era en nuestra mirada entusiasta, llena de serena y suave admiración.
Es domingo. Manos
afanosas, de mujer
consiguen la perfección de un ala
y su doble. Consiguen
por igual
que aquel rostro deslumbre.
El bulevar de Trocadero, engalanado. Grandes hojas de palma acarreadas por esos listos (púberes) marroquíes. Despiden las magnolias su olor, las acacias su llanto. Sir Anton extenderá la diestra, indicará el instante…
Esta vez añade él el ENTUSIASMO.
Ríe. Una cascada
de luz
(lo nunca
acontecido)
brota.
Clama la multitud.
El añorado día extiende ya
su paso. El secreto
del Banco Rosa ha de ser develado.
Pesa la expectación más que la regia túnica, más
que la lluvia que el cielo anuncia
y
ya
empieza
a
desplomar…
Sir Anton
¡flash!
Lord Anton
¡Flash!
Monsieur Anton
¡Flash!
Vuelve a la ausencia un franco TIRADOR.
Soleida Ríos
La ola
Desearíamos poder conocer la ola
responsable del naufragio,
pero resulta que nosotros somos esa misma ola.
Inger Cristhense
¿Viste el mar?
¿Alguna vez viste el mar?
Ese mar que no tiene fondo,
no tiene peces
-bocas que auxiliar tampoco-,
en la patana que te lleva a Regla
ida y vuelta para bautizarte
por un centavo
echado en la bahía?
¡Vale tan poco y es tan azul!
El mar con su indiferencia
no me deja navegar -no me deja ser-,
con la pena clavada contra el girasol
pisoteado por la gente.
Su sonrisa a medias que fueron olas
que ya no estallan de dolor.
II
Al volver de la lancha,
el carro demasiado alto donde me subí
y el chofer me rasgó la mano sin querer
para que no cayera contra el pavimento.
Ese chofer que tironea
las pocas formas que tengo de ser ya
-y de sentir- que me quedan:
desde un no ser de donde provengo
que quiere convertirse en yo,
es el único roce que tengo:
aquel contacto de piel pegajosa
contra el rallado de la mano
con su eterna juventud,
contaminándome
de una luz que relampaguea en el cristal
y enciende un poco,
solo por un momento en el retrovisor,
su rostro
desde ese otro mar desde donde partí
(que no es el mismo
y que tampoco es otro)
hacia donde no llego tampoco,
resbalándome.
Reina María Rodríguez
El momento más grave
La Habana es la ciudad del hambre,
la ciudad de los apetitos.
Voy a nacer en La Habana.
Voy a nadar cinco generaciones,
para llegar al vientre de mi madre,
que sabe a sal.
La Habana es sol, es salobre, es salmuera.
Voy a llegar al Prado,
para inmortalizarme con mi hermana,
en esa foto sepia, de cámara de cajón.
Voy a perder los pies
caminando las calles de La Habana.
Me voy a arrastrar como el mutilado del parque de los héroes,
sin ninguna heroicidad.
Voy a ser joven y lustrosa como una moneda.
La Habana es la ciudad del churre, del ron,
de las columnas.
En La Habana me sacan los ojos
y me los vuelvo a poner.
En La Habana me crucifico con vítores,
vuelvo a cargar los cubos de agua,
a bañarme en una palangana
con sangre del cuarto de los gallos.
Cuando esté en París,
voy a soñar con La Habana.
Cuando me muera,
voy a soñar con La Habana.
Cuando sea inmortal
y me agiten como un trapo
tendido al sol.
Damaris Calderón
Las autoras:
DULCE MARÍA LOYNAZ (La Habana, 1902-1997). Poeta y novelista. Premio Cervantes 1992, Premio Nacional de Literatura 1987. Desde 1959 fue miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, institución que presidió entre 1992 y 1997. Entre sus poemarios más notables se cuentan Juegos de agua (1947), Carta de amor al rey Tut-Ank-Amen (1953), Últimos días de una casa (1958) y La novia de Lázaro (1993).
ODETTE ALONSO (Santiago de Cuba, 1964). Poeta y narradora. Merecedora de importantes lauros literarios, como el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 1999. Algunos de sus colecciones de poema son: Últimos días de un país (2019), Old Music Island (2017) e Insomnios en la noche del espejo (1999).
LINA DE FERIA (Santiago de Cuba, 1945). Poeta, investigadora y crítica literaria. Merecedora en varias ocasiones del Premio de la Crítica. Se señalan entre sus títulos más notables Casa que no existía (1967), A mansalva de los años (1990), El ojo milenario (1995), El rostro equidistante (2001) y País sin abedules (2003).
NANCY MOREJÓN (La Habana, 1944). Poeta, ensayista y traductora. Premio Nacional de Literatura 2001, Premio Yari-Yari 2004 de Poesía Contemporánea por el conjunto de su obra, de la Universidad de Nueva York. Entre sus poemarios más notables están Richard trajo su flauta y otros argumentos (1967), Piedra Pulida (1986), Cuerda veloz (2002) y Carbones silvestres (2006).
LIZETTE ESPINOSA (La Habana, 1969) Poeta. Ha publicado los volúmenes de versos Donde se quiebra la luz (2015), Por la ruta del agua (2017), Lumbre (2018), Humo (2019) y Rituales (2016).
MIRTA YÁÑEZ (La Habana, 1947) Narradora y poetisa. Cinco Premios de la Crítica y Premio Nacional de Literatura 2018. Su último libro publicado fue Damas de social (2014, en colaboración con Nancy Alonso).
MARGARITA GARCÍA ALONSO (Matanzas, 1959). Poeta, narradora, artista visual y periodista. Algunas de sus colecciones de versos son: Sustos de muchacha (1988), Cuaderno del Moro (1990), La costurera de Malasaña (2012), El centeno que corta el aire (2013), Breviario de margaritas (2014) y Zupia (2016).
LEYLA LEYVA (Cienfuegos, 1964). Poeta, crítica literaria, periodista. Premio Lourdes Casal de Poesía en su primera convocatoria internacional. Autora de los poemarios Piélagos (2000), Ejercicios carnales (2009) y Estado de espera (2012).
NORMA QUINTANA (Pinar del Río, 1957). Poeta, investigadora y docente universitaria. Su libro más reciente es Memoria de mis días (2018).
MARILYN BOBES (La Habana, 1955). Poeta, narradora y periodista. Dos veces Premio Casa de las Américas, en los géneros de cuento y novela, respectivamente. Su poesía está recogida en La aguja racional (2011).
FINA GARCÍA-MARRUZ (La Habana, 1923). Poeta, investigadora y crítica literaria. Premio Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda” 2007 y Premio Iberoamericano de Poesía “Reina Sofía” 2011. Sus colecciones de versos más estudiadas son Transfiguraciones de Jesús en el monte (1947), Visitaciones (1970), Créditos de Charlot (1990), La Habana del centro (1997) y El instante raro (2010).
CHARO GUERRA (Limonar, 1962). Poeta, narradora y editora. Su último libro publicado es Mientras llegan los gatos salvajes (Ediciones Extramuros, 2017).
KELLY MARTÍNEZ-GRANDAL (La Habana, 1980). Poeta, ensayista y crítico de fotografía. Ha publicado Medulla Oblongata (2017). Su segundo poemario, Zugunruhe, aparecerá en el 2020.
DAÍNA CHAVIANO (La Habana, 1957). Poeta, cuentista y novelista. Ampliamente reconocida como una de las principales voces de la narrativa de ciencia ficción y fantástica en nuestra lengua. Es autora de la tetralogía novelística La Habana oculta. El texto que aquí incluimos pertenece al poemario Confesiones eróticas y otros hechizos (1994).
SUSSETTE CORDERO (Cabañas 1982). Bibliotecaria, Poeta y narradora. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Premio de Poesía La masmédula, Argentina. Tiene publicado Arar la sombra (2016) y Yo maté a Marilyn Monroe (2016).
SOLEIDA RÍOS (Santiago de Cuba, 1950). Poeta y promotora cultural. Ha publicado, entre otros, los libros De la Sierra (1977), De pronto abril (1979), Entre mundo y juguete (1987) y El libro roto (1994). El poema que presentamos pertenece al libro Estrías, ganador del Premio Nicolás Guillén de poesía 2012.
REINA MARÍA RODRÍGUEZ (La Habana, 1952). Poeta. Premio Nacional de Literatura 2013 y Premio Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda”. En dos ocasiones ha recibido el premio Casa de las América de Poesía. Entre sus títulos más destacados están La gente de mi barrio (1976), Para un cordero blanco (1984), En la arena de Padua (1992), Páramos (1994), La foto del invernadero (1999), El libro de las clientas (2005) y Bosque negro (2014).
DAMARIS CALDERÓN (La Habana, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Premio Altazor a las Artes (género de poesía) 2014, y Premio de la Fundación Pablo Neruda a la trayectoria, ambas distinciones de Chile. Entre otros, ha publicado los siguientes libros de versos: Con el terror del equilibrista (1987), Duras aguas del trópico (1992), Guijarros (1994), Duro de roer (1999), Con el terror del equilibrista (1987), Sílabas. Ecce Homo (2001), La extranjera (2007) y El remoto país imposible (2010).
orgullo
Muy hermosa selección. Grandes y admiradas poéticas sobre La Habana. Felicito la idea. Todas hemos cantado a esa mítica ciudad, aunque nunca hayamos vivido en ella.